Image: El sainete violento de Valle-Inclán

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Teatro

El sainete violento de Valle-Inclán

Ángel Facio estrena Los cuernos de Don Friolera

26 junio, 2008 02:00

Rafael Núñez en el papel de Don Friolera. Foto: Ros Ribas

Tras el fallido Romance de Lobos que ángel Facio dirigió en el Teatro Español en 2004, el director vuelve a Valle y al mismo escenario pero, en este caso, con una pieza que define como "cabriola costumbrista": Los cuernos de Don Friolera. Gran producción con 17 actores de un texto que, junto a Luces de bohemia, es exponente del esperpento. Esperpento que el director interpreta como "un sainete violento imaginado al calor de un litro de Valdepeñas" y que para el crítico Javier Villán "está todavía por hacer en toda su extensión".

El esperpento es el mayor desafío estético y subversivo de don Ramón María del Valle Inclán y de la historia del teatro español; es un género que escapa a los encasillamientos habituales de una dramaturgia. Valle, por boca de Max Estrella, lo definió con precisión, o si se quiere, con una imprecisión poética, que acota perfectamente sus terrenos: los héroes tradicionales reflejados en los espejos cóncavos del callejón del Gato. O sea, una deformación ridícula: España es un apéndice grotesco de la civilización occidental. Si lo que Valle pretende satirizar es la realidad de España, el esperpento nace, en consecuencia, como una necesidad estética de radicalidad expresiva frente a una realidad intolerable; la sociedad española es grotesca y esperpéntica y, por lo tanto, grotesca y esperpéntica ha de ser la estética que la retrate.

El meollo, la madre del cordero, del esperpento está en Luces de bohemia y ese Max Estrella colérico e iluminado. Pero de los esperpentos reunidos en Martes de Carnaval -Los cuernos de Don Friolera, Las galas del difunto y La hija del capitán - puede que sea Don Friolera el genuino, el que responde con nitidez a esa idea de subversión moral y estética. Y el que ofrece más resistencias a la hora de ser trasladado al escenario.

Valle, saboteador
Como escribe Sunner M. Greenfield, toda la obra de Valle es un acto de sabotaje; sabotaje contra la literatura tradicional y sabotaje contra las estructuras sociales y políticas que la sostienen. La sátira de Los cuernos de Don Friolera parece centrarse, como blanco preferente, en el Ejército español, pero va mucho más allá; alcanza a la España institucional y a unas costumbres desnaturalizadas por la incultura y la sumisión social.

La afirmación de Friolera "en el Cuerpo de Carabineros no hay cabrones" plantea una de las ideas básicas de Los cuernos: una conducta coercitiva derivada del honor calderoniano, del honor conyugal contra el que se alza, en el prólogo, don Estrafalario. El prólogo y el epílogo -en chirona ya don Estrafalario y don Manolito acusados de anarquistas-- son una formulación y una discusión de principios estéticos y morales; ésa es la doble vía de Los cuernos, un camino estético por un lado y una agresión moral y política por otro. El rigor formal de la pieza evidencia que la carga explosiva de la obra no es un desahogo, sino un pensamiento sólidamente elaborado.

Los cuernos de Don Friolera está estructurada como tríptico: un prólogo, doce escenas centrales y un epílogo. En esa rigurosa angostura, plena de libertad, evolucionan muñecos, fantoches, títeres, personajes desarticulados inermes por el peso del honor y la tradición: el honor mancillado exige sangre. En el fondo, Los cuernos de Don Friolera es la contrafigura, la contraprogramación de El médico de su honra.

Infortunada puesta en escena
Los cuernos.... es también un ejemplo de metateatro; la teoría de las formas, la reflexión sobre las mismas, se manifiesta y expresa, en la práctica, en el propio desarrollo de la acción dramática. Por ello es considerado unánimemente como el esperpento de mayor coherencia entre la teoría estética y su práctica dramatúrgica. Y por eso, quizá, Greenfield escribe: "En ninguna obra de Valle-Inclán destacan más su sentido de lo teatral y su preocupación por la estética que en Friolera".

Publicada en 1921, Los cuernos de Don Friolera se estrenó en 1926, si estreno puede considerarse una representación del prólogo y el epílogo en "El Mirlo Blanco" que Díez Canedo reseña en El Sol. No ha tenido mucha fortuna en su traslación escénica. Durante el franquismo estuvo prohibida en España, aunque se representó en el extranjero con más voluntarismo que acierto. Juan José Alonso Millán la montó en el Romea de Murcia en abril de 1959 en función de una noche y a puerta cerrada. En 1967, José Manuel Garrido volvió a abordarla con el TEU madrileño en circunstancias no mucho mejores. Y ya en la Transición, en septiembre de 1976, la dirigió José Tamayo. Entre 1978 y 1984 grupos como Teatro del Matadero, de César Oliva, la RESAD, la Galerna o Zascandil se atrevieron con tan singular y dificultosa pieza. No puede decirse que, en la escena española, Los cuernos de Don Friolera sea una obra virgen, pero sí que, en sentido estricto, está por hacer en toda su extensión.

Algo parecido le pasa a todo el teatro de Valle-Inclán. En la segunda mitad de los sesenta, a raíz del estreno de águila de blasón, Carlos Luis álvarez certificó en ABC la defunción de Valle: "El teatro de Valle-Inclán está muerto y bien muerto". Luces de bohemia ha subido varias veces al escenario desde que la montara, con Lemos de protagonista, José Tamayo, director también de Divinas palabras, que poco tiene que ver con el esperpento y censurada en casi un millar de palabras consideradas, probablemente, muy poco divinas. Pese a intentos posteriores, incluso del propio Tamayo, el primer montaje de Luces de bohemia sigue siendo una referencia.

El temblor de la fiesta de toros
En los setenta y con las leves ráfagas de apertura que prometía el franquismo crepuscular, se intentó relanzar a un Valle que seguía siendo un desconocido casi en su totalidad y un agente de la provocación. Y no hubo demasiada suerte. ése es el reto de ángel Facio: la radicalidad del esperpento. Las claves las da el propio Valle por boca de don Estrafalario, el álter ego más definido de don Ramón, junto a Bradomín o Max Estrella. Don Estrafalario pide para el teatro español la fuerza trágica shakespeariana y, sobre todo, "el temblor de la fiesta de toros". Pero, más que la reivindicación de la crueldad de la corrida como principio estético, importan estas afirmaciones de don Estrafalario que resumen la verdadera naturaleza del esperpento: "Todo nuestro arte nace de saber que un día pasaremos. Ese saber iguala a los hombres más que la Revolución Francesa"; o "mi estética es una superación del dolor y de la risa, como deben de ser las conversaciones de los muertos, al contarse historias de los vivos". Hay ecos de Jorge Manrique y sus Coplas a la muerte de su padre en esa idea igualitaria de la muerte; pero trascendido el igualitarismo en raíz estética. En resumen, Los cuernos de Don Friolera es piedra angular, clave y pared maestra del esperpento valleinclanesco que espera hallar su verdadera identidad en los escenarios españoles.