Albert Boadella: El artista no es una figura de consenso, debe ser radical
Albert Boadella. Foto: Antonio Heredia
Parece que las entradas para ver El sermón del bufón que ofrecerá Albert Boadella en los Teatros del Canal a partir del próximo miércoles (8) han volado. No sorprende. El ‘homo escenicus ampurdanés' se ha concedido licencia plena para satirizar algunas derivas e imposturas de la modernidad. Al humor y la crítica añade el repaso vital, ya que el espectáculo también opera como unas ‘memorias interpretadas', donde el cómico recorre los grandes ‘hits' de Joglars y su historial como disidente político.
Pregunta.- ‘Bufón'. ¿Es la definición con la que más se identifica como hombre de escena?
Respuesta.- Bueno, es una palabra que han utilizado mucho para insultarme. Pero para mí es un oficio muy digno. He asumido de buen grado el mote.
P.- También le han llamado mucho ‘titiritero'.
R.- Sí, es un insulto carpetovetónico. Pero, junto al de bufón, es un oficio enormemente terapéutico para la sociedad, más incluso que los psiquiatras.
P.- ¿El sermón del bufón son unas ‘memorias escénicas'?Creía que ‘lo progre' era un mundo más inocente, pero es peligroso porque reduce la libertad"
R.- En parte sí. Repaso mi vida, que ha tenido cierta singularidad: he sido un comediante que ha ido a la cárcel, que se ha fugado de ella, que ha tenido que exiliarse, que ha sostenido una posición muy transgresora con Cataluña, que ha fundado un partido y una compañía que ha sufrido atentados...
P.- ¿Por qué era el momento de hacer esta recapitulación?
R.- Porque todavía no he perdido la memoria y mantengo el equilibrio en escena (ríe). Es coherente que un hombre de teatro cuente su vida sobre las tablas. El riesgo era caer en el autohomenaje. Yo lo conjuro con el humor, a veces corrosivo, aplicado a mí mismo, y sacando a relucir capítulos de mi conducta muy alejados del buenismo, como mis venganzas.
P.- Si viniera un marciano y hubiera que explicarle rápido quiénes fueron Boadella y sus compinches de Joglars, ¿este sería el espectáculo indicado?
R.- Sí, se podría hacer una idea muy concreta. También de mi gremio hoy, al que yo acuso de falta de libertad, porque sus componentes se han encadenado al pensamiento único: alrededor de un 90% de ellos piensa absolutamente lo mismo sobre cualquier detalle de la vida: el hombre, la mujer, Palestina, todo, todo... Su pensamiento es como un molde.
P.- ¿Por qué califica el espectáculo como ‘sermón'?
R.- Desde un escenario, en el fondo, siempre se hacen sermones. Siempre hay un aspecto moralizador o didáctico. Yo lo hago claramente: me subo a veces a un púlpito y doy sermones explícitos sobre la belleza, la realidad, el teatro...
P.- ¿Quién tiene más peso en este trabajo: Albert (el vejete simpático) o Boadella (el vejete gruñón)?
R.- Los dos a la par. El Albert es la parte del niño que queda en mí, que es muy marcada en todo artista, porque el artista se hace sobre todo en la infancia. Albert es más juguetón. El Boadella ya mira la vida con la distancia de los años, con mesura pero siendo muy crítico consigo mismo y las cosas que le han rodeado.
P.- ¿Y qué reprocha Boadella a Albert Boadella?
R.- Algunas mierdas que he hecho, aunque al público le hayan gustado. Y sobre todo no haberme dado cuenta antes de quiénes eran mis auténticos adversarios. ‘Lo progre' ha traído mucha tontería y mucha impostura. En otra época, me parecía más inocente su mundo. Tardé en darme cuenta de que es más peligroso de lo que parecía, porque reduce los niveles de libertad. Quien no está en su sintonía es un facha. No hay matices.
R.- Hay que buscarse enemigos relevantes. No vale el insípido vecino del rellano. Yo he topado con el ejército franquista, con el nacionalcatolicismo, con mi propia tribu... Esto puede parecer desagradable o angustioso a la gente pero para un artista es muy importante, porque debe forjar convicciones radicales y sólidas. Un artista no es una figura de consenso, como un político. El enemigo ayuda muchísimo. En vez de desarmarme, me estimula, porque percibes que tu obra no genera indiferencia, sino que provoca reacciones adversas.
P.- Hablando de ‘reacciones adversas', ¿cómo están los árboles de su finca en el Ampurdán, que acostumbran a talar los independentistas?
R.- Los he replantado con un cartel en el que pone ‘El fossar dels xiprers' [Cementerio de los cipreses], que remite al Fossar de las moreres, que está en la plaza donde enterraron a los caídos en Barcelona el 11 de septiembre de 1714. Eso significa que mantengo mi posición rebelde en Cataluña.
P.- ¿Hasta qué punto la deriva separatista es imparable y está abocada a desencadenar un conflicto (mayor)?
R.- Desde el resto de España no se capta bien lo que está pasando aquí [habla al teléfono desde su casa ampurdanesa]. Se trata de una enfermedad colectiva, en la cual la paranoia tiene mucho que ver. Es decir, la creación de un enemigo ficticio, que es España. Obviamente es ficticio porque el resto de los españoles no miran a Cataluña como enemiga. Pero ha colado y la patología ha hecho que la gente pierda el sentido de la realidad. Eso tiene pocas soluciones. Como sucede con algunos enfermos mentales, a veces hay que utilizar el electroshock.
P.- El sermón del bufón también es de algún modo una despedida del Canal. ¿Qué es lo que echa de menos de su etapa como director y qué no?
R.- Sobre todo echo de menos el equipo, tan entrañable como lo fue en su día Joglars. A veces tengo síndrome de abstinencia. Pero el Canal suponía una ocupación mental de la que necesitaba desprenderme. Si tuviera 30 años menos, no habría tenido problema, porque trabajas 15 horas al día sin problemas, pero ahora debo concentrarme en la cuenta atrás de mi vida artística, en la sustancia de mis verdaderas inquietudes.
P.- ¿Cuál es su balance?
R.- Las cotas de público que tuvimos y la cantidad de cosas que hemos hecho en un teatro de nueva planta ha sido una sorpresa. En la segunda temporada ya teníamos llenos. Ha sido el teatro antisectario. Los teatros públicos suelen regirse por el gusto exclusivo de su director de turno. Yo he hecho un teatro al gusto del contribuyente, que es quien lo paga. Y por tanto hemos tenido una programación muy diversa. Me he comportado más como un gestor que como un artista.
P.- ¿Va a perdurar su legado teniendo en cuenta el perfil tan dispar de sus sucesores?El Canal ha sido el teatro antisectario. Lo he hecho al gusto del contribuyente, que es quien lo paga"
R.- Tengo en muy alta consideración a Rigola como hombre de teatro. Pero está claro que una parte de lo que he hecho desaparecerá. Se hará algo distinto porque los jóvenes son los jóvenes y quieren probar sus méritos. Yo no tenía que probar nada porque mi vida artística ya estaba hecha. Es una diferencia sutil pero fundamental. Si consiguen mantener las mismas cotas de público, bienvenidos sean.
P.- ¿Seguirá viniendo por Madrid con frecuencia?
R.- Yo vivo en un pueblo del Ampurdán pero mi ciudad es Madrid, no Barcelona. Sigo yendo mucho. El núcleo de mi trabajo se desarrollará allí.
P.- ¿Pretende retomar su papel como ‘ideólogo máximo' de Joglars?
R.- Mantengo una relación de estrecha amistad con Fontseré y una cierta relación artística porque discutimos y comentamos cosas, incluso algunas veces me presento en sus ensayos, pero mi vida ya no está dentro de Joglars. He descubierto que mi alejamiento de Joglars no se debe al Canal sino a que necesitaba trabajar en la mayor frustración de mi vida: la música. El teatro, con música, se eleva a la categoría de arte. Cuando no la tiene, le cuesta más: es más sociología, psicología, divertimiento, relato moral...
P.- ¿Cómo lleva, por cierto, su libreto para la ópera de Picasso?
R.- Lo he terminado hace dos meses. Lo tiene Juanjo Colomer para componer la partitura. Se estrenará en el Canal en enero de 2018.
P.- ¿Qué visión de Picasso da?
R.- Era un superdotado en la pintura, tanto como Atila en las artes militares, que por allí donde pasó no volvió a crecer la hierba. Por donde pasó Picasso no volvió a crecer la pintura. Inició la industrialización y la comercialización masiva, eso de que un artista puede hacer 10.000 obras en su vida.
P.- De esa ansiedad comercial también pecó Dalí, uno de sus tótems.
R.- Es cierto que también jugó con la comercialización pero la obra pictórica de Dalí es muy reducida, podía tirarse mucho tiempo con un cuadro. Picasso, en cambio, podía pintar tres en un día tranquilamente. En Dalí había todavía una nostalgia del Renacimiento. Hoy domina un arte con preservativo: gusta lo indoloro, lo incoloro... De ahí el rechazo a los toros.
P.- ¿Y de eso tiene alguna culpa Picasso?
R.- No, no, pero el conjunto de las artes plásticas ha ayudado mucho. Ha configurado el eje de la modernidad. Yo soy feroz contra la novedad compulsiva, que diluye las referencias y los criterios. Y mi crítica, quede claro, no es la de un casposo reaccionario: mi obra, de hecho, ha estado siempre conectada con su tiempo. Simplemente aviso del gran camelo de lo que hoy se denomina ‘las artes contemporáneas'. Sus marchantes han inoculado un gran complejo en la gente, que no se atreve a disentir por no pasar por incultos. El sermón del bufón les incita a decir su verdad.
@albertoojeda77