Pablo Remón, el 'farsante' mayor
El Teatro Valle-Inclán estrena la nueva obra de Pablo Remón, 'Los farsantes', un retrato autoparódico del universo de los cómicos con Javier Cámara, Bárbara Lennie, Francesco Carril y Nuria Mencía
28 abril, 2022 03:07Noticias relacionadas
Cuando se nos vino encima la pandemia, muchas obras pasaron a un limbo. Algunas fueron recuperadas la temporada pasada, metidas con calzador en la cartelera. Pero otras siguen allí. Es el caso de Las ficciones, que Pablo Remón (Madrid, 1977) había escrito para Carmen Machi, Bárbara Lennie e Irene Escolar. La caída en desgracia del Teatro Kamikaze supuso el fin de sus opciones de ser montada. Pero ha podido salvar algunos pecios de aquel naufragio y los ha empleado para armar un collage narrativo-dramatúrgico-cinematográfico titulado Los farsantes, que, por lo demás, se mantiene dentro del ámbito en que transcurría Las ficciones: el universo de los cómicos. Esos ‘farsantes’ que, con sus interpretaciones, hacen pasar por real lo que no lo es.
“La obra es muy diferente pero los temas son similares”, confirma a El Cultural el propio Remón durante un receso en los ensayos en el Valle-Inclán (él también la dirige), donde podrá verse a partir del viernes 29. Tiene una estructura arborescente, con tramas que se ramifican de manera exponencial (Remón, queda claro, es un ‘contador’ compulsivo), aunque sobresalen dos historias troncales. Por un lado, la de Ana (Bárbara Lennie), actriz joven que intenta abrirse paso en un oficio al que se entrega en cuerpo y alma pero del que obtiene, básicamente, sinsabores. La vemos abucheada por los niños que acuden al montaje de El mago de Oz donde hace de bruja y, luego, encarnando a una suicida en 4.48 Psicosis de Sarah Kane en una sala off a la que van cuatro gatos. Esta última es una producción que ha impulsado ella misma para hacer sobre el escenario algo que de verdad le llene. Por supuesto, se gana la vida con otra cosa: dando clases de Pilates.
Por otro lado, tenemos a Diego (Javier Cámara, que vuelve al teatro 15 años después), director de películas comerciales al que, en contraste, le va de fábula. Pero un accidente le sume en la duda en torno al rumbo de su carrera. Hasta el punto de que decide renunciar a una serie producida por una popular plataforma, con estrellas rutilantes en el reparto. El engarce entre ambos es Eusebio Velasco, padre de Ana y maestro en su día de Diego, que quedó marcado por su magisterio. Aunque, al contrario que él, autor de una filmografía de culto y minoritaria, prefirió ‘venderse’ a la industria y darle al público carnaza facilona. “Lo que en Diego parece un éxito es más bien un fracaso, y lo contrario ocurre con Ana”, apunta Remón, que presenta ambos conceptos como dos impostores, o dos –de nuevo– ‘farsantes’, al igual que Kipling en su aleccionador poema If.
La engañosa dialéctica entre éxito y fracaso es un asunto sobre el que Remón ya ha reparado en obras previas, como El tratamiento, enmarcada en el gremio de los guionistas. “Me interesa mucho porque en un oficio como el nuestro, en particular el de los actores, caer en un lado o en el otro depende mucho de la mirada ajena. Se puede tener éxito fracasando o viceversa”. Sabe bien de lo que habla Remón, ya curtido en la escritura. En origen, estaba más escorado hacia el cine pero desde hace diez años, con su compañía La Abducción, se ha volcado en las tablas. En este tiempo, ha pasado de batallar a brazo partido por un espacio en las programaciones a ser una pieza codiciada por los teatros principales, gracias sobre todo a la gran acogida (público y crítica al alimón) del mencionado El tratamiento, Los Mariachis y Doña Rosita, anotada.
Desde el punto de vista formal, Remón no ha renegado de la sintaxis fílmica. Lo que ha buscado ha sido una tercera vía entre esta (con un perenne narrador como si fuese una voz en off, muchas escenas con transiciones veloces…) y la teatral, con localizaciones fijas y tramas más concentradas. Hasta ahora los resultados han sido de lo más sugerente. “Con Los farsantes doy una vuelta de tuerca más en este ejercicio de conciliación. Aprovecho todo lo que he aprendido durante los últimos diez años. Es como un resumen en ese sentido, dentro de una obra ambiciosa y con una técnica compleja”. De hecho, las vicisitudes de Ana se presentan conforme a un patrón cinematográfico mientras que las de Diego se adscriben a un molde dramatúrgico casi clásico. Es un desdoblamiento que tiene su plasmación física en la escenografía, dividida en dos alturas, con una estética más abstracta para ella y otra más realista para él. “Las historias avanzan en paralelo y en ocasiones vemos simultáneamente lo que sucede en ambas, como si fuera una pantalla partida en cine”, precisa Remón.
En la raíz cervantina
Pero su planteamiento resulta todavía más integrador ya que en el texto, en conjunto, también se aprecia una aspiración novelesca. La obra ronda las dos horas y media de ‘metraje’. Sus múltiples personajes se los reparten cuatro actores (el elenco lo completan Francesco Carril y Nuria Mencía, que, entre otros cometidos, ofician como narradores). Esa veta literaria se asienta en el mismísimo Cervantes: una historia confeccionada a base de historias y una perspectiva paródica que, con empatía y ternura, se mofa de ciertas debilidades del faranduleo. “Cervantes –añade Remón– también está en el narrador que se mete en la historia, en lo metaliterario. Si es que está todo inventado…”.
Para los que les intimiden las dos horas y media, hay que advertir que el humor –cervantino también pero sobre todo a la surrealista manera de Mihura y Jardiel– es un ingredientes básicos de esta nueva ensalada remoniana. El autor madrileño no se corta un pelo. Se nota que disfruta escribiendo. Y que cuando se le va un poco la olla haciéndolo no se pone cortapisas. Eso sí, los disparates los engrana con habilidad en la trama para no incurrir en la estridencia arbitraria. “Intento no censurar este impulso mío. No concibo sacar a relucir tantas reflexiones sin él”, afirma. Buen ejemplo es el nombre elegido para su perro por Arman, un emigrante kazajo instalado en pueblo perdido donde Ana va a hacer un bolo. Lo llama Byung-Chul Han. Sí, como el filósofo de moda. Y en ese plan todo lo demás.