Israel Elejalde e Irene Escolar se despellejan en 'Finlandia'
Pascal Rambert vuelve sobre la fórmula de 'La clausura del amor' y 'Hermanas'. Su nuevo combate verbal, brutal y feroz, se estrena en el Teatro de La Abadía
22 septiembre, 2022 02:38Reconoce a El Cultural Pascal Rambert (Niza, 1962) que se encuentra cómodo en los combates dialécticos. Podría decirse que está siempre dispuesto a dar la batalla argumental, como Sócrates frente al más pintado de los pensadores áticos. Confirma tal querencia que otra vez lo tenemos en la cartelera con un molde que ya empleó en dos obras anteriores, La clausura del amor y Hermanas.
En la primera, Bárbara Lennie e Israel Elejalde se despellejaban encarnando a una pareja que ponía término a su relación. La vida entonces se mezcló con el teatro con una sincronía increíble (el affaire que habían tenido los dos actores se evaporaba mientras protagonizaban la pieza). En la segunda, Lennie de nuevo ocupaba una esquina del cuadrilátero, solo que entonces tenía como rival a Irene Escolar, que hacía de su hermana. Amor fraterno y odio cainita entrelazados en una refriega encarnizada.
Como si quisiera equilibrar los emparejamientos de este tridente, ahora Rambert sube al escenario a Elejalde y Escolar en Finlandia, montaje escrito ex profeso para ellos y que podrá verse, con sello Kamikaze, en La Abadía a partir del próximo jueves 22. Ambos componen una pareja que, de nuevo, hace aguas y lucha por la custodia de su hija. Lo hace en una habitación de la capital finlandesa donde Irene (los personajes vuelven a tener los nombres de los intérpretes) está rodando una película.
[Pascal Rambert, en el cuadrilátero del amor]
Israel se acerca hasta allí para aclarar las cosas en medio de un frío atroz, del que ambos se guarecen en la habitación de un hotel, el espacio donde despliegan la artillería verbal con que Rambert les ha municionado . “Cuando escribes obras para diez o veinte personajes, te enfrentas a la dificultad de proponer a cada actor el material para actuar mientras que con dos todo es mucho más directo”, señala el director y autor francés, que conjuga ambas facetas en este trabajo.
No tiene claro que esa confrontación permita, mediante el método mayéutico esgrimido por Sócrates, ‘parir’ la verdad. “Aquí estamos más bien frente a una especie de verdad partida en dos, como cuando cortas una fruta”, precisa Rambert. “Hay algo fascinante en esos enfrentamientos. Mi verdadero trabajo como dramaturgo es sobre todo el de diluirme y dejar que los argumentos se encajen como en una pieza de marquetería. Me parece importante subrayar que me dejo invadir por las energías, la personalidad de los actores y por lo que pueden darme en relación a lo que preparo para ellos. Mi labor consiste en estar como en una forma de ausencia”.
“Estamos ante dos intelectuales que caen en una forma de pura animalidad, y eso me gusta”. Pascal Rambert
El dramaturgo galo no busca utilizar sus textos para proyectar sus opiniones sino que propicia que fluya la verbosidad de sus ‘criaturas’ como si fueran entes autónomos, ajenos a su magín. Cuando escribe, asegura, quiere diluirse, “ser nadie”, como si fuera Ulises ante el Cíclope. Dice que esta obra la escribió “de manera brutal”. O sea, de un tirón, con el fin de no desbravar con el raciocionio la retórica de la visceralidad, típica chez Rambert. Una visceralidad, por cierto, que aquí hace aflorar los instintos con virulencia extrema. Cuando uno pelea por sus hijos, pone toda la carne en el asador. Así nos lo mostró Yasmina Reza en Un dios salvaje, con esos padres burguesitos, pudientes y más o menos cultivados que llevaban a sus hijos a montar a caballo, pero que acababan arrastrándose de los pelos como cavernícolas.
En Finlandia, avisa Rambert, vamos a ver también lo peor de la condición humana. “Son cosas que he observado en mi entorno. Hay veces que las separaciones y la negociación consiguiente de la custodia de los niños se desarrollan de modo pacífico pero muchas otras veces no es así. Personas que tienen una relación fuerte con la literatura y el arte en general, lo que a priori podría prevenir que estallen los instintos más bajos y los pensamientos más tristes, también acaban siendo dominados por ellos. Al final te das cuenta de que le puede suceder a cualquier persona y eso me parece algo muy loco porque toca algo muy animal. Son dos intelectuales que caen en una forma de pura animalidad, y eso me gusta”.
Lo que retrata Rambert, acaso, no esté muy lejos de lo que defendía Albert Camus, que ponía a su madre por delante de la justicia. Afirmación con la que cualquiera puede comulgar desde el corazón y las tripas pero que puede entrar en conflicto con el contrato social.
Rambert, galardonado en 2016 con el Premio de Teatro de la Academia Francesa y autor asociado al Théâtre des Bouffes du Nord, incorpora a la niña (papel que se alternan Julia Rodríguez y Noa García) como espectadora de la pugna de sus progenitores. Una visión traumática sobre la que el regista francés no quiere dar excesivos detalles. Aunque ya conocemos que es poco amigo del ornato y del atrezo. Sus montajes apuestan en general por la limpidez y la línea clara. “El verdadero arte del teatro –concluye– es la distancia, la que se establece entre dos cuerpos y es entonces cuando todo cobra sentido. El resto es un savoir faire que no me interesa mucho o una puesta en escena normativa”.