En una noche oscura salí...
No busque el lector en esta novela distracción o entretenimiento. La ya extensa y diversa obra del escritor austríaco Peter Handke (nacido en 1942), uno de los más destacados escritores actuales de la lengua alemana, se caracteriza por dificultades que deben salvarse abandonándose a los artilugios de buena ley que nos propone, próximo al relato poético, a las ambigöedades, a ratos casi incomprensible, salvando juegos verbales que de la mejor manera posible ha traducido con su habitual pericia Eustaquio Barjau Riu. Los versos de San Juan de la Cruz que sirven de título al texto -En una noche oscura salí de mi casa sosegada- proponen un viaje iniciático, con aparentes rasgos realistas aunque en su conjunto resulte onírico, abierto a experiencias interiores.
La acción se inicia en Taxham, una población próxima a Salzburgo, cercana a un aeropuerto y a una autopista (signos materiales del viaje). El farmacéutico del lugar, acuciado por el remordimiento de haber roto relaciones con su hijo, abandonado por su familia, emprende una ruta que ha de conducirle hasta los páramos más desolados y que tan sólo al final de la novela descubriremos que son, tal vez, Los Monegros, puesto que ha llegado hasta Zaragoza. Uno de los rasgos que le distinguen es su afición a la micología. Recoge setas en los bosques de los alrededores de Taxham. Las almacena, las prueba, incluso sabiendo que son venenosas, las lleva en los bolsillos. Algunas resultan alucinógenas. Y el viaje no menos alucinado que acaba emprendiendo está rodeado de sombras, de oscuridad. Ha perdido el habla. Recibe un fuerte golpe en la frente, que sangra (un símbolo más), pero apenas si se presta atención a ello.
Comparte el viaje con un poeta casi olvidado y un esquiador famoso. Aparece también la figura de una mujer desconocida que le golpea, a la que busca y con la que acabará viajando por Francia, ya de regreso: “¿Qué es lo que vivieron juntos? él sólo me contó lo que ambos oyeron o vieron juntos. Incluso lo que olieron o husmearon los dos, pero su manera de contar no entraba en cuestión...”. El misterioso viaje, siempre brumoso, salvo en el trayecto de regreso, donde se identifican las poblaciones, está jalonado de detalles paisajísticos; a menudo casi abstractos. El farmacéutico describe la presencia no de plantas, sino de esqueletos de plantas en zonas casi desérticas. Ya de regreso, tras el viaje que ha de conducirle, de nuevo, al punto de partida, en trayectoria circular, propone la novela que se nos ha ofrecido: “Viva la diferencia entre palabra hablada y escritura. Aquélla es la mitad de la vida. Quiero ver escrita mi historia. Y la historia misma quiere esto. [...] ¿No es para una posible burguesía, una narración que ni siquiera está dirigida a alguien en particular?, ¿sólo es para aquel a quien le ha ocurrido la historia, para él mismo?”. Avanza en forma de pesadilla, en la que se inscriben, además los sueños del protagonista, gracias a los que descubrirá la trama más honda. La expulsión del hijo del hogar le lleva en el sueño a convertirlo en ladrón o en músico, durante una extensa descripción de una fiesta popular. El protagonista es, por otra parte, aficionado a los poemas épicos medievales, donde lo maravilloso se describe integrado a una realidad literaria verosímil. De hecho, la preocupación básica de Handke parece residir en un retorno hacia los orígenes no sólo en el hecho mismo de narrar: contar para un solo individuo, el lector único y, a la vez, protagonista; sino bucear en los grandes temas: la muerte (que adquiere, simbólicamente, también figura femenina), la vejez, la soledad, el sentido del fracaso vital. En ocasiones, el lector podrá dudar si viaja a su aire o está prisionero en el automóvil que conduce. Descubre junto a las ciudades los basureros colectivos.
Handke, cuyas aportaciones a la poesía y al cine son conocidas, utiliza en ocasiones un lenguaje poético, símbolos, enumeraciones. Los tiempos nunca se precisan. Hay momentos en los que la acción parece situada en el futuro, en una Europa formada por una multitud de ermitaños. Se narra en primera persona, o se transcribe lo que se narró, o quien narra aparece en la acción misma, por ejemplo, nadando. Handke ha apostado por una novela que busca la poesía, kafkiana en origen, no exenta de oscuridades y alusiones. La lectura requiere el esfuerzo y la voluntad de participar en las complejidades del arte.