Mario Vargas Llosa
El crítico tiene que decirle al lector que hay jerarquías
6 junio, 2001 02:00Hacía un calor del demonio también en París. Mario Vargas Llosa escribe allí su nuevo libro, la historia prodigiosa de esa mujer adelantada y estupenda que fue Flora Tristán, y para Flora Tristán lo mejor era París. Hace años que el escritor vive allí donde le conviene más a su biografía literaria. Ya nunca vivirá siempre en ninguna parte. Por eso salta de Londres a Berlín, de Nueva York a Madrid. Otra cosa es Perú, claro, y su biografía política y sentimental, que son palabras mayores y que estas últimas semanas las tiene en carne viva:"El voto en blanco en un país que acaba de salir de la dictadura es peligrosísimo. Es como decir que el voto no sirve para nada". Este próximo fin de semana Vargas Llosa vuelve a Madrid para recibir el homenaje de la Feria del Libro. La fiesta del chivo sigue rentándole alegrías y sorpresas. ¿Por qué darán tanto juego literario las dictaduras?
-Hábleme de su nueva novela. ¿En qué etapa del camino creativo se encuentra ahora?
-En realidad es una novela sobre las utopías, esas utopías que han querido tantas veces traer el paraíso a la tierra, como las de estos dos personajes que cubren el siglo XIX: la feminista Flora Tristán y su nieto Paul Gauguin, franceses los dos de nacimiento y que por circunstancias diversas vivieron unos años en Perú. Los dos buscaban el paraíso, una en el terreno social, entre las mujeres emancipadas, y otro, Gauguin, como todos sabemos, en el terreno estético. Ninguno de los dos llegó a encontrarlo, pero fue precisamente esa búsqueda lo que les hizo fascinantes. Eso sí: los dos sustentaron las bases de la modernidad.
Tiene 15 capítulos terminados y serán 22. Pero no tiene prisa. Dice Vargas que, pese a su complejidad, se está "divirtiendo muchísimo. Estoy todavía en la etapa de investigación, pero no me voy a dejar esclavizar por la historia, aunque la utilizo. En estos momentos se me está imponiendo el nieto, Paul Gauguin, que tenía un carácter muy parecido al de su abuela; eran los dos rebeldes, grandes soñadores, que trataron desesperadamente de hacer realidad esos sueños. Y en ese esfuerzo desmesurado dejaron una obra interesantísima. Es propio, por otro lado, del siglo XIX, que es el siglo de las utopías por excelencia".
-Supongo que las mujeres del XXI tienen mucho que aprender de esa Flora Tristán del XIX.
-Desde luego que sí. Flora Tristán es actual en sus actitudes, en sus sueños y en sus conductas. Su vigencia es evidente, porque buena parte de los problemas que sufrió no han desaparecido. Hay todavía prejuicios, y en las dos terceras partes de la humanidad rigen leyes discriminatorias, de manera que su batalla no está concluida. Lo admirable de Flora Tristán es que utiliza el feminismo no como una guerra contra los hombres sino contra la injusticia. Su objetivo esencial era la emancipación de la mujer y llegó al convencimiento de que sólo era posible alcanzarla con la solidaridad de otros sectores también discriminados. Así es que se le unieron en esta lucha los anarquistas y los movimientos obreros que, por otro lado, se veían arrollados por la energía asombrosa de esta mujer.
La fiesta ha terminado
Cuenta Vargas Llosa con esta palabra entusiasmada y precisa que se gasta que admira a Flora Tristán, además, porque no encuentra en ella la cultura de la queja. No se lamenta. Actúa. "Es una mujer de acción, única en su medio".
El personaje de Flora Tristán ha servido además a Vargas Llosa para bajar el telón de La fiesta del chivo. La fiesta ha terminado, así que se ha dejado contaminar por esta adelantada del XIX para que desapareciera de escena el gran dictador totalitario.
-¿Por qué dan tanto juego literario, le preguntaba antes, las dictaduras?
-Porque es un problema vigente. Prácticamente no existen en el mundo países en los que, si miramos atrás, no encontremos pasajes autoritarios relativamente recientes. Por desgracia, las dictaduras no se pueden descartar hoy de gran parte del mundo. En América Latina desde luego, no. La democracia, la tolerancia, el espíritu cívico siguen siendo una anomalía en la historia, un privilegio. Cuando uno vive en Occidente llega a tener una perspectiva errónea y llega a olvidar que la mayoría es barbarie, es autoritarismo, es despotismo.
-Sí, pero ¿por qué tienen tan buena literatura estos desmanes?
-Porque en la historia de la literatura, y en el arte, existe una atracción morbosa por el mal, mucho más intensa que por el bien. La bondad no suele ser muy fértil artísticamente hablando. Todos los desvalores tienen una perversa fascinación y mucha mayor audiencia, tal vez porque nos sabemos víctimas de esas pasiones. Me preguntabas que por qué dan tanto juego literario las dictaduras. Porque la dictadura es la expresión suprema del mal.
-¿Cuáles son las diferencias sustanciales entre "su" dictador y el de Miguel Ángel Asturias o el de García Márquez, por ejemplo?
-Hay una diferencia fundamental. Tanto Señor Presidente, como El otoño del patriarca o incluso el Tirano Banderas de Valle son novelas en las que el dictador está tratado de manera farsesca, barroca, pintoresca y, en cambio, el tratamiento que yo le he dado es realista, que por otra parte es mi idiosincrasia. El dictador es un personaje que tiende a desbocarse, a mostrarse feroz, monstruoso, descomunal. El desafío de mi novela ha sido tratarlo no como un monstruo sino como un ser humano. Pero un ser humano que llega a ser monstruoso: he retratado precisamente esa metamorfosis de Trujillo, al que el poder absoluto transforma en monstruo. Siempre ocurre lo mismo, no hay quien se salve. Ya lo dijo Lord Acton: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Precisamente la democracia ha sido la creación humana para controlar, para frenar ese poder absoluto. Ha sido la única fórmula capaz de poner barreras a este proceso.
-¿No existe todavía una vacuna contra el autoritarismo?
-La única vacuna es una cultura democrática que tiene que ir arraigando. Hay que romper el ciclo de pequeñas democracias transitorias que son reemplazadas por larguísimas dictaduras. En América Latina aún no nos hemos librado, mientras que en España casi parece una costumbre la democracia, cuando la historia nos dice que no es así. En todo caso, es tan buen ejemplo para tantos países...
Las secuelas perversas
-Dice usted que las dictaduras gobiernan nuestro inconsciente, pero ¿qué pasa cuando acaban?
-Todo dictador trata de controlarlo todo, no sólo las conductas, también los escritos y hasta el pensamiento. Y las dictaduras totalitarias casi siempre lo consiguen ayudadas por férreos sistemas de propaganda. Pero lo más perverso de todo son las secuelas que deja. Son unas secuelas, no siempre visibles, que son como minas que van estallando durante los períodos democráticos, manifestándose muchas veces en caos absoluto, en desórdenes financieros..., porque la gente no tiene experiencia de la legalidad. Es lo que ocurre por ejemplo ahora en Rusia y en muchos países de América Latina: superar eso obligadamente costará generaciones
Hablo con Mario Vargas Llosa dos días antes de las elecciones en su país. Por eso, tal vez, la conversación se nos embala hacia lo político, y la inquietud y ese no saber los resultados nos instalan en su país durante un buen rato.
-¿Cómo le explicaría a un extraterrestre lo que ha sufrido su país en los últimos diez años?
-Perú ha padecido una dictadura muy corrupta y el resultado es que ahora que hay libertad hay guerra sucia, no hay debate de ideas, no hay práctica de libertad. Es la secuela, de la que te hablaba antes, de la dictadura. La explicación es que en 1990, luego de un período de crisis económica sube al poder una pandilla de la que no se tenía mayores antecedentes y en ese caos, en esa anarquía, instala un sistema de control de las instituciones terrible y convierte al ejército, con aquel Montesinos, en el partido gobernante. Una por una todas las instituciones son envilecidas: la primera medida fue despachar a los jueces para poder fabricar a su gusto las sentencias; luego los medios de comunicación fueron puestos de rodillas, y así todo. Se llega a una corrupción generalizada sin precedentes en la historia del Perú. Eso ha terminado pero reconstruirlo todo es un trabajo ímprobo.
-¿Sabe ya por qué en 1990 el pueblo peruano eligió a Fujimori y no a usted? ¿En qué se equivocó?
- Realmente, creo que no me equivoqué. Yo hice lo que quería. Yo me presenté defendiendo ciertas ideas y con un programa que fue rechazado. El pueblo prefirió unas propuestas demagógicas que luego además fueron todas incumplidas. Pero fíjate, la democracia no significa que las elecciones libres traigan consigo que los pueblos no yerren. No, los pueblos se equivocan, pero la ventaja de la democracia es que puedes rectificar, que existen los mecanismos que te permiten compensar el error.
-¿En que punto está ahora la democracia peruana?
-Tengo esperanzas. Yo he apoyado a Toledo. Su gran mérito es representar el espíritu de la resistencia, una posibilidad que hay que tratar de impulsar. Si sale elegido, yo espero que habrá una sanción contra todos los que asesinaron, robaron y se corrompieron durante años... una sanción que establezca una frontera entre el bien y el mal.
-¿Lo sucedido con su hijo Álvaro es ya agua pasada? ¿Qué pasó de verdad?
-No es la primera vez, aunque sí la primera de manera tan pública en que discrepo con álvaro. Hoy estoy en un desacuerdo clarísimo con él. El voto en blanco en un país que está tratando de salir de la dictadura es muy peligroso. Es como decir que el voto no sirve para nada. Sí, hemos conversado mucho, como por otra parte lo hemos hecho toda la vida. él está en política guiado por unos ideales muy claros y con gran firmeza para defenderlos.
-¿Siguen teniendo los intelectuales occidentales una vara de medir distinta a la hora de analizar los problemas de Iberoamérica?
-Todavía sí, aunque la situación ha mejorado sustancialmente. América Latina sirve de desahogo, de desfogue de los sueños utópicos. Los apocalípticos occidentales que no encuentran asidero político para esas utopías en su realidad las proyectan en sus Chiapas, en los comandantes Marcos, como Gauguin en Tahití proyectó su propia utopía. Es la misma búsqueda aunque luego la realidad sea muy distinta y la convierte en un infierno.
-Hace años explicó en Madrid, citando a Hayek, que "los mayores peligros de la civilización eran el socialismo y el nacionalismo". Parece que el primero ya no es tal, pero ¿y el segundo?
-El nacionalismo es y va a seguir siendo el gran desafío, el gran obstáculo que va a encontrar la cultura democrática. Naturalmente no se puede poner en el mismo saco el nacionalismo de los pistoleros etarras que el nacionalismo moderado de Jordi Pujol. Pero como ideología, el nacionalismo entraña incuestionablemente un riesgo de violencia. Busca una utopía, una sociedad que se identifique en la raza, en la lengua, religión, que unifique y ésta es una utopía que sólo se puede poner en práctica con la violencia. El nacionalismo crea alambradas colectivas manipulando los sentimientos. El nacionalismo es enemigo natural de la libertad; lo es, a la corta o a la larga, de la democracia. Creo sinceramente que debe ser considerado como un enemigo potencial y explícito de la libertad humana.
Crítica para abrir el apetito
-Al menos parece que en España se está perdiendo el miedo. ¿No le parece que los intelectuales, y no sólo aquí, habían renunciado a ser la conciencia de su tiempo?
-Efectivamente se había frivolizado mucho y muchos intectuales y literatos habían dejado de lado la lucha por los grandes temas morales, políticos, llegando a considerarlos prescindibles. De pronto el drama vasco actúa como un aldabonazo y nos despierta a todos, movilizando ese sentido del compromiso ético. Siento verdadera admiración por intelectuales como Fernando Savater que se están jugando el pellejo. El intelectual tiene que aportar la palabra y la imaginación además ciertamente de la conciencia cívica.
-Volvamos a la literatura. Y por empezar por algún lado, hablemos de la crítica literaria: casi no hay escritor que hoy no la zarandee. ¿Cuál es su relación con la crítica?
-Creo que nunca como ahora ha sido tan necesaria la crítica literaria, que es uno de los grandes géneros. Piensa que Borges y Octavio Paz son tan importantes por sus poemas uno y por ensayos otro como ambos por sus valoraciones literarias. Personalmente, con pocos escritores he disfrutado más que con Edmund Wilson... Recuerdo todavía con qué entusiasmo esperaba el Observer para leer a Cyril Connolly o el New Yorker para aprender de Steiner y todos ellos eran críticos y sólo críticos. Luego, claro, está el fresco, el reseñista de notas, pero a ése no lo considero crítico literario. El crítico es el que te abre el apetito, el que te ayuda a reflexionar, el que te abre los ojos incluso a tus propios textos. Por eso creo que en este momento son imprescindibles. Naturalmente, tiene que ejercer su función crítica y decir, por ejemplo, al editor, "lo que está usted editando es una basura". Y más aún: tiene que decirle al lector que hay jerarquías, eso es esencial.
La frivolización de la cultura
-¿Qué me dice del plagio como hecho cada vez más frecuente entre los escritores? ¿Dónde acaba la tradición y empieza el plagio?
-El concepto de propiedad intelectual es muy reciente. En el siglo de oro Tirant lo Blanc está lleno de plagios porque Martorell no tenía el menor empacho en utilizar párrafos y párrafos que iba haciendo suyos. Eran, naturalmente, plagios creadores. Ha habido grandes escritores que han sido grandes plagiarios. Stendhal fue uno de ellos, pero ahí están La Cartuja de Parma o Rojo y Negro, así que tal vez en esos casos sea condenable desde el punto de vista ético pero no desde el literario. Otra cosa muy distinta es el fresco que coge la tijera. Eso es claramente deshonesto. Sin embargo, los baremos morales de los creadores son cada vez más elásticos y no hay censura social contra ello. No, no la hay. El fresco de la tijera nace en un ambiente en el que se ha impuesto la idea del juego, del espectáculo. Se ha generalizado la frivolización de la cultura, la idea del éxito ante todo, de la facilidad, la sensación de que lo que uno escribe tiene que divertir y ha desaparecido ese componente ético que en el pasado rodeaba la literatura. No hay, en una palabra, un compromiso profundo con lo que se hace, por lo que asistimos a una evidente y dramática banalización de la cultura. En algunos países como Reino Unido, con sociedades más estrictas, el problema no es tan grave, pero nuestro país desgraciadamente es más elástico en estas cuestiones. Es un síntoma, otro más, de que algo anda mal en el campo de la cultura.