La historia gana la batalla de las ventas
Fernando García de Cortázar
Buena parte del éxito actual de la novela histórica y los libros de divulgación se debe al historiador Fernando García de Cortázar. De su Breve Historia de España (1994) se han vendido 400.000 ejemplares, además de 50.000 en el extranjero, ya que ha sido traducida a ocho idiomas, y su último libro, De Atapuerca al euro (Planeta), lleva ya cinco ediciones.
Experto conocedor de las dos orillas, la investigación y la divulgación, asegura que “lo que hoy triunfa es el difícil arte de la síntesis, la historia comprometida, bien escrita, que responde a las inquietudes de la sociedad. La divulgación histórica no inventa, sino que parte de multitud de investigaciones de otros historiadores mientras que la novela histórica se permite licencias que los historiadores no nos concedemos”. Con todo, señala cómo “los autores especializados en la divulgación sólo pueden hacerlo tras un largo acopio de investigaciones propias y ajenas”, mientras que los historiadores académicos “se han quedado en pocos lectores porque se les ha enseñado que su trabajo era sólo para un círculo restringido de iniciados. También se han equivocado en el lenguaje, a veces abstruso, que sirve para discusiones académicas y no para la calle. No se han confrontado con el mercado libre y han preferido la comodidad de la historia subvencionada”.
Respeto y desprecio
Pero si García de Cortázar fue el primer aldabonazo, uno de los últimos ha sido Matilde Asensi, una joven novelista que se ha colado en las listas de los más vendidos con títulos como El último Catón (14 ediciones, y más de 100.000 ejemplares en Plaza-Janés) y Iacobus (más de 50.000). Claro que Asensi rechaza la etiqueta de novelista histórica. “En este país -subraya- los géneros literarios se catalogan en ‘respetables’ y ‘despreciables’. Ya decía Cela, poco antes de morir, que a él no le hablaran de literatura con apellidos (refiriéndose a los géneros) porque no era literatura. Bien, pues dentro de estos parámetros, nunca he querido escudarme tras la respetable categoría de Novela Histórica. Escribo Novela de Aventuras, utilizando la historia de la manera más fiel que puedo”.
Desde el éxito de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, el ascenso de la novela histórica ha sido a su juicio imparable “porque los historiadores se mueven por cauces muy estrechos dentro de la ortodoxia oficial para no jugarse su prestigio académico y eso les ata de pies y manos a la hora de mirar el pasado. Supongo que los narradores damos a los lectores algo de magia y encanto. Personalmente, me gustaría transmitir a mis lectores la idea fundamental de que el pasado está lleno de fantásticos misterios.El historiador se ciñe a la versión oficial; el narrador puede moverse por terrenos más amplios. Pero mi trabajo de documentación es riguroso”.
En este punto surge uno de los mayores problemas: las ventas. “Si vendes poco, eres buen escritor, y si vendes mucho, eres best-seller y, por tanto, ya no formas parte de la literatura respetable. Dan por sentado que una literatura que gusta a mucha gente debe carecer de calidad, sin darse cuenta de que, en los últimos 30 ó 40 años, el número de licenciados universitarios se ha multiplicado por mil, y que es esa gente la que lee los llamados despectivamente best-sellers. Fuera de España no es así, ni mucho menos”.
Novelistas sin argumento
De la misma opinión es Juan Antonio Cebrián, autor de La aventura de los godos (La Esfera), que ya ha alcanzado 12 ediciones, las 5 primeras en un mes, y que asegura que “la divulgación triunfa en las listas de los más vendidos porque la historia es más divertida que la ficción y el lector lo sabe. Sabe que los elementos con los que trabajamos son contrastables. La ficción ha entrado en crisis porque es menos amena y menos fiable. A los novelistas les faltan los argumentos que le sobran al pasado. No hay más que conocerlo para que surjan relatos fascinantes, con más fuerza y más pasión que uno inventado”. Quizá por ello baraja la posibilidad de dar el salto a la novela histórica, “aunque no será antes de un par de años, porque tengo contratados algunos proyectos de divulgación. Pero sí, voy a lanzarme.”
Por su parte, la novelista Almudena de Arteaga, que empezó a escribir hace seis años por encargo de una editorial, y que lleva 20 ediciones de su primer libro, La princesa de éboli (Martínez Roca), y 9 del último, La Beltraneja (La Esfera), explica que uno de los secretos del éxito es que las fronteras entre géneros no están perfiladas nítidamente. “De hecho -afirma-, creo que una parte importante de la creatividad puede hallarse en el arte de la combinación acertada entre géneros. La misma novela histórica puede alternar la historia con el suspense o incluso permitirse pinceladas de ficción. Eso no significa que los historiadores profesionales se hayan equivocado. Son grandes eruditos que nos han enseñado tal cual la historia. No la amenizaron porque los documentos que evidencian la existencia del pasado son fríos y carentes de interés para los profanos en la materia. Los novelistas, además de estudiar todo lo referente a un período, procuramos hacerlo interesante”.
Un calco, no literatura
María Teresa Álvarez, en cambio, prefiere distinguir entre novela histórica e historia novelada, “que es lo que hago yo. No sé quién dice que la historia novelada es un calco y no literatura, pero a mí me gusta acercar la historia al lector a través de personajes históricos, combinando la historia con personajes de ficción, porque la novela tiene que ser eso, novela. El pasado condiciona la trama, pero invento personajes que me permiten reflejar sentimientos y agilizar el relato”. Cuando es necesario. Porque la autora de La pasión última de Carlos V (Martínez Roca), de la que lleva vendidos 10 ediciones y 40.000 ejemplares, recuerda que para este libro apenas necesitó novelar nada “porque la historia es tan asombrosa que necesitaba poca ficción. Todo estaba ya en las Actas del Archivo de Simancas”.
Un Archivo que conoce perfectamente el historiador y académico Manuel Fernández álvarez, que ha sabido combinar sabiduría con amenidad en obras como Juana la Loca (Espasa), de la que se han vendido más de 120.000 ejemplares. Por eso lamenta que en ocasiones “algunos libros aprovechen un tema de actualidad y lo aborden con aire de divulgación de una forma precipitada, con imprecisiones, lagunas y cierta frivolidad.”
Miedo al ladrillo
Tratándose de un historiador millonario en ventas -su Felipe II alcanzó también 15 ediciones, y su Carlos V, 50.000 ejemplares- es fácil cuestionarse si Fernández álvarez ha logrado el éxito haciendo concesiones. Algo que niega: “Yo estoy descontento cuando un texto mío es farragoso, lo que comunmente se llama un ladrillo. Creía que no estaba a la altura de lo que tenía que hacer y esa exigencia estética personal me obligó a hacer un esfuerzo de claridad. En realidad se trata de servir mejor a la sociedad, algo que no hago si me convierto en un historiador para un círculo de colegas”. Y eso siempre pasa factura. Aunque Fernández álvarez prefiere no opinar -“yo no lo percibo, pero me dicen que está pasando”-, sabe que quizá por eso sus libros, “celebrados por la crítica especilizada y no sólo por los lectores”, apenas obtienen reconocimientos oficiales. “Me da igual. Los lectores me han recompensado con creces”.
También César Vidal se siente recompensado por los lectores, pues en dos semanas ha agotado la primera edición (10.000 ejemplares) de sus Enigmas históricos al descubierto (Planeta) y está a punto de lanzar una colección de diez novelas históricas para jóvenes en SM. Sabe que la historia se impone ahora a la ficción porque “es muy interesante” y apunta otra razón, “la reescritura del pasado por el nacionalismo periférico que ha impulsado a la gente a querer conocer nuestra historia”. Y una tercera, “la enorme crisis de la novela, que en general es aburrida y repetitiva. Si una novela actual sobre la infidelidad tiene éxito, se publican diez, y para eso ya existe Madame Bovary. La peor novela histórica entretiene y algo enseña” Lo que no le impide reconocer que no todo vale y que se publica mucha y mala novela histórica. “Sí, no creo que haya más de media docena de autores dignos en España, que necesitan además unos 3 años para cada obra, y si encima las editoriales les presionan y aceleran el ritmo...”.
Las editoriales
Si alguien conoce sus secretos, y también la fórmula de casar historia y ficción es Rafael Borrás, hoy en Ediciones B, creador en 1973 de la colección Espejo de España y, a finales de los 80, de Memoria de la Historia. Con esa autoridad de 50 años en el oficio, asegura que en “esa zona fronteriza de ficción y no ficción abundan tanto los libros de investigación rigurosos y amenos como las novelas históricas más triviales. Porque es evidente que existe una trivialización inevitable que el lector interesado en la Historia detecta perfectamente”. Y más ahora que el interés ha aumentado por parte de la crítica, que antes “consideraba que eran poco serios. Hoy eso está solventado, pero sigue sin solución la falta de imaginación de las editoriales, que sólo publican lo que comprueban en cabeza ajena que funciona, como demuestra hoy lo que está ocurriendo con la novela histórica y la divulgación”.