Image: Enrique Vila-Matas: “Nadie escribe como yo”

Image: Enrique Vila-Matas: “Nadie escribe como yo”

Letras

Enrique Vila-Matas: “Nadie escribe como yo”

Lo mejor del año: París no se acaba nunca

27 diciembre, 2003 01:00

Enrique Vila-Matas. Foto: Mercedes Rodríguez

Especial: Lo mejor del año

En los años 70, Enrique Vila-Matas se fue a París a hacerse escritor. Más concretamente, a ser Hemingway. Memoria de aquellos años, ficción con sustrato de realidad, París no se acaba nunca (Anagrama) habla de aquellos años en los que Isabelle Adjani era una desconocida que iba a cócteles y Marguerite Duras la casera del joven escritor que nunca pagaba los recibos. Su padre no le mandaba dinero, pero sí amigas cariñosas que le convencieran para volver a Barcelona mientras Duras le daba consejos sobre cómo escribir una novela. Y mientras París... París no se acababa nunca.

-En este libro parece que hay más verdad que en otros libros suyos.
-He trabajado con el material de los hechos verídicos. Pero hay una lábil frontera entre ficción y realidad. Por eso en el libro alguien dice: "Un relato autobiográfico es una ficción entre muchas posibles".

-¿Qué hizo con las notas de Duras sobre cómo hacer una novela?
-Debieron quedarse en el pequeño armario de la buhardilla. Es posible que alguno de los inquilinos que después de mí vivieron allí haya sabido aprovecharlas mejor que yo.

-¿Realquilaría un piso o un habitación a un futuro escritor?
-Mi apartamento de Barcelona es tan pequeño que no puedo alquilar ahí nada. Hay una sofá, eso sí, en el que ha dormido más de un premio Cervantes. El último en hacerlo creo que fue Jorge Edwards. No descarto la idea de añadirle una placa recordatoria al sofá: "Aquí durmió el premio Cervantes Jorge Edwards el 4 de febrero de...", y alquilarlo a alguno de los candidatos a ese premio, tan manipulado. Es impresionante que este año no lo haya ganado el gran poeta Nicanor Parra.

-¿Qué queda hoy de aquel París?
-Ya sólo me queda la novela y la ciudad, donde, por cierto, últimamente me paso la vida. Colaboro en revistas y periódicos de allí, me acaban de nombrar presidente de honor de la Asociación de amigos de Marcel Schwob (un gran honor, imagínese), vuelvo a estar en las terrazas de sus cafés, es como si no hubiera pasado el tiempo, aunque ha pasado. Hace poco, sin saberlo, estuve a punto de alquilar el que fue el primer apartamento de Carlos Marx en París. Imagínese que lo alquilo y que en un armario encuentro un papel de Marx con instrucciones para sublevar a las masas o, quién sabe, para llevar una vida imaginaria...

-¿Y de aquel Vila-Matas?
-A pesar del paso del tiempo, uno no cambia mucho. Sigo siendo amigo, por ejemplo, de los travestís de entonces, menos de Jeanne Boutade, que se fue a Jamaica, donde dirige una compañía de taxis. No sé quién dijo que el tiempo es sobre todo una pérdida de dinero.

-En este libro usa la ironía con más generosidad que nunca...
-La ironía me ha ayudado a soportar estos últimos años de regreso a los aires franquistas y de aplastamiento de la inteligencia. Pero todo tiene un límite. Mi incorregible extranjería se está volviendo ya radical. Me gustan mucho los lemas. Me gusta el que tenía Isak Dinesen: "Responderé". El mío es "No tener nada y ser extranjero siempre".

-¿En qué sale uno ganando siendo extranjero en París?
-Siempre podemos ser amables con quien no nos importa. Yo en todas partes del mundo soy amable. En todas partes sin excepción. La amabilidad no quita la extranjería.

-¿De verdad que de pequeño veraneaba al lado de Tabucchi?
-A Tabucchi lo conozco desde hace medio siglo. Yo tenía cinco años y él diez y éramos vecinos, veraneábamos con nuestras familias en Cadaqués. Yo me subía todas las tardes a una tapia y le decía (él estaba harto ya): "Antonio, Antonio, los adultos son estúpidos".

-¿En serio cree usted que se parece a Hemingway?
-No me gustaría nada parecerme a él, pero es que nada.

-¿Y qué joven escritor cree que se le parece?
-Nadie escribe como yo, esto se lo digo sin la más mínima vanidad.