Image: La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España

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Letras

La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España

Jordi Gracia

27 mayo, 2004 02:00

Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales y Rodrigo Uría a principios de los 70

Premio Anagrama. Anagrama. Barcelona 2004. 405 páginas, 19’50 euros

Este libro se compone en torno a lo que Jordi Gracia denomina el quindenio negro, periodo comprendido entre la Guerra Civil y los tres primeros años de los años cincuenta. Quince años de una cultura, la española, en la que, pese a la opresión del fascismo, la tradición de pensamiento liberal aguantaría el tipo y se irían articulando distintos núcleos de resistencia intelectual que darían estructura y consistencia al horizonte cultural de finales del XX y principios del XXI.

La evolución cultural y política española del último siglo la contempla Gracia como un periodo que se inicia con el esfuerzo modernizador de finales del XIX y que va cobrando volumen hasta que el conflicto bélico de 1936-1939 rompe España y el fascismo lo permea todo hasta 1953. En esos quince años el Estado, "demasiado pobre, demasiado católico e intolerante, demasiado enteco", fue un lastre brutal para el desarrollo cultural. Tras esa fecha comienza el ciclo que, en opinión del autor, conduce a la madurez actual. Subraya Gracia que la ruptura con el pasado franquista no coincide con la victoria socialista de 1982, sino que se debe a un proceso de maduración intelectual y cultural que cobra fuerza a principios de los 50.

Para argumentar su tesis Gracia (Barcelona, 1965), profesor de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, ha montado un escenario sostenido por cuatro grandes grupos de intelectuales que son llamados al escenario según las necesidades del guión. En primer lugar, los maestros liberales; en realidad, son ellos el objeto de un libro que acaba por homenajearles en, al menos, dos sentidos. Primero, en el de resistentes al fascismo. Segundo, en el hecho de constituir, con su vida y obra, la semilla intelectual de la España actual. Decimos acaba porque Gracia mantiene un estilo de escritura en el que el "sí, pero no", o el "no, pero sin embargo", son constantes, de modo que, pese a su admiración por los maestros liberales, sus críticas son desmesuradas.

Azorín, Pío Baroja, Jacinto Benavente, Ortega y Gasset, Marañón, Ramón Pérez de Ayala o Josep Pla conforman para Gracia el núcleo duro de un liberalismo que arranca para el autor del humanismo y el erasmismo del siglo XVI para, a través del krausismo y de su lucha contra el fascismo y el totalitarismo, reconocerse en la vigente actualidad de la obra de Isaiah Berlin o John Rawls. El segundo grupo lo constituyen, según Gracia, los exilados. Gentes, como no hace falta subrayar, bien distintas e incluso distantes entre sí. Juan Ramón Jiménez es sin duda un maestro liberal, como también lo son Francisco Ayala, Antonio Machado, Salinas, Cernuda o Jorge Guillén. Con todo, Gracia pasa de puntillas por el exilio, en parte porque está muy estudiado y por razones, supongo, de extensión de un libro ya de por sí cargado.

A continuación entran en escenas los fascistas, encabezados por Ramiro de Maeztu, Giménez Caballero, Sánchez Mazas, D’Ors, Dionisio Ridruejo, Torrente Ballester, Laín Entralgo, Luis Rosales, Antonio Tovar, Cela, Pinilla de las Heras o Aranguren. Para Gracia, con la victoria del General Franco entran en escena "los fascistas del poder intelectual" que, en definitiva, encarnan una cultura antiliberal cuya pretensión básica es construir un Estado fascista. El cuarto grupo, el que asegura el escenario en el que van apareciendo esta larga serie de pensadores, lo componen jóvenes que comienzan a madurar intelectualmente a principios de los 50. Algunos de ellos provienen del falangismo, otros serán seducidos por el comunismo. Aquí encontramos a los Valverde, Sánchez Ferlosio, Martín Gaite, Valente, Manuel Sacristán o Castellet. Gentes que saben despertar de la "pesadilla totalitaria" y que de una forma poliédrica alcanzarán un grado de madurez apto para contribuir a la construcción de una cultura democrática.

En este escenario montado por Gracia, y a través de los personajes que hace entrar en juego, el lector percibe con claridad que los pensadores liberales son, a pesar de todo, capaces de resistir la opresión fascista y seguir iluminando con su obra la España del quindenio negro. Asimismo, rescata a los que denomina fascistas cultos, arrepentidos añadiríamos nosotros, como Tovar, Eugenio d’Ors, Pedro Laín y, sobre todo, Dionisio Ridruejo. Este último, que según Gracia ha aprendido a pensar por sí mismo gracias a Pla, es la figura intelectual que encarna mejor la capacidad de un pensador para descubrir sus errores y rectificarlos de modo ejemplar. A su figura y pensamiento encontrará dedicadas el lector páginas brillantes.

Aunque en este libro no sea un elemento central, hay que destacar la reflexión que Gracia dedica a un tema que ya había tratado en una obra anterior, Estado y Cultura. En las páginas de entonces y en las de ahora analiza la labor de muchos falangistas que, sin sentirse integrados en la España de Franco y estando en contra del igualmente opresor integrismo católico, son capaces de hacer poesía, teatro, cine o prosa ajenos a las directrices imperantes y de reconocible calidad artística o intelectual. La llamada "cultura del SEU" es analizada con un rigor y un detalle que esclarece sin falsas mojigaterías una época y unos hechos sobre los que hasta ahora se ha pasado sin ganas. Para un lector que no conozca la Cataluña de los años 40, Gracia ofrece una información muy detallada del quehacer de las distintas revistas que pueblan la cultura de esos años. De refilón, deja entrever unos años de cultura catalana muy apegada a un rancio catolicismo que dará lugar a una gauche divine frívola.

Miembro de la denominada "generación del boom", la primera democrática como afirma Gracia, su distancia cognitiva con las miserias de la guerra española, con las gigantescas desgracias de la II Guerra Mundial y con los años de hambre e imposición nacional-católica de la postguerra parece en demasiadas ocasiones excesiva. No puede olvidarse que en octubre de 1944, cuatro meses después del desembarco de Normandia, entran en España entre tres y cinco mil soldados curtidos por dos guerras, alimentados ideológicamente por el Partido Comunista y dispuestos a recuperar España. Fueron años de mucha represión policial, política, religiosa y económica. Ortega murió en un piso de alquiler de la calle Monte Esquinza de Madrid. Julián Marías se tuvo que ganar la vida a pulmón, y así tantos otros. Los pesebres que ahora abundan eran entonces muy escasos y los copaba el nacional-catolicismo. Que se lo pregunten a Dionisio Ridruejo, otro de los que vivían de su propia austeridad.


Sánchez Mazas en Salamina
Probablemente sea Rafael Sánchez Mazas (Madrid, 1894-1966) el escritor falangista más conocido hoy. Recuperado por Andrés Trapiello, quien reeditó sus libros en Trieste, ha llegado a ponerse de moda gracias al libro de Javier Cercas Soldados de Salamina, que dio pie a la película del mismo título y que se basa en la peripecia vital de Sánchez Mazas, uno de los fundadores del Fascio y de la Falange Española, a la que bautizó. Fue responsable de la sección "Consignas y normas de estilo" del diario Arriba (1935), un periódico en el que José Antonio se ocupaba de la "Crónica Política Nacional". Sánchez Mazas sería después corresponsal de ABC en Roma (1936), ministro sin cartera entre 1939 y 1940, miembro del Consejo Nacional del Movimiento y procurador en Cortes. Además en 1940 ingresó en la Real Academia. De entre su obra, no muy abundante, destacan narraciones como Pequeñas memorias de Tarín (1915) o Lances de boda (1952), así como los poemas de Sonetos de un verano antiguo y otros poemas (1971).


Foxá en su mesa del Novelty
Agustín de Foxá, a quien Malatesta consideraba como "el hombre más peligroso de Europa", conde de Foxá y marqués de Armendáriz, diplomático (Madrid 1903-1959) no dejó ningún género de lado: novela, poesía, teatro, guiones y crónicas periodísticas. Aunque su título más conocido es Madrid de corte a checa, sin olvidarnos de que compuso, junto a sus amigos y compañeros de armas ideológicas José Antonio, Sánchez Mazas, José María Alfaro, Dionisio Ridruejo y Eugenio Montes, los versos del himno falangista "Cara al sol". Madrid de corte a checa, escrita en una mesa del café Novelty de Salamanca entre 1936 y 1937, se inscribe en la tradición de los Episodios Nacionales de Galdós, aunque Foxá añade un componente lírico y cierto toque valleinclanesco. De hecho Foxá, que había comenzado su obra como poeta con libros como El almendro y la espada (1940), y luego escribió obras de teatro como Cui-Pin-Sing (1940) o Baile en capitanía (1944), inició con Madrid de corte a checa una serie de Episodios que nunca llegó a continuar. Fue él quien pronunció la famosa frase: "Hagamos de España un país fascista y vayámonos a vivir al extranjero". Una vez que un dirigente norteamericano le recriminaba su antiamericanismo y, sin embargo, su disposición a recibir los dólares de la ayuda americana, Foxá la respondió: "También nos gusta el jamón y, a pesar de ello, no nos gusta vivir entre cerdos". En otra ocasión, un grupo de religiosos, funcionarios y periodistas fueron a Japón con una reliquia: el brazo incorrupto de san Francisco Javier. En una de las recepciones que se celebraron con este motivo, Foxá tomó la palabra para decir: "Pido un aplauso para estos hombres que han sido capaces de dar la vuelta al mundo con el brazo en alto".