El geco
Rafael Sánchez Ferlosio
10 febrero, 2005 01:00Rafael Sánchez Ferlosio. Foto: Javi Martínez
Resulta paradójico que el mismo Ferlosio que mima un perfil inactual en su imagen pública y en su escritura autorice un libro tan postmoderno como El geco, cuya gavilla de textos rinde tributo al gusto finisecular por lo fragmentario frente a lo totalizador, mezcla piezas de diferentes clases y se desentiende de los géneros canónicos.Estamos ante la obra sólo en apariencia novísima de un escritor de profundas raíces clásicas y en esencia antiguo, dicho esto en el sentido de reconocerle una voluntad de vincularse con la tradición y de desentenderse de la moda. Ya el título apunta a esa ansiada originalidad. Aunque se aclare enseguida que "geco" es "salamanquesa", salta a la vista el ánimo del autor de evitar la palabra que todo el mundo conoce, lagarto. En lugar de ese nombre que ni siquiera figura en el diccionario académico, podría haber puesto saurio, o lagartija, la palabra que utiliza Marsé en el rótulo de su última novela. En la misma preferencia por una u otra voz se notan dos maneras bien distintas de entender la literatura.
Este indicio vale para señalar que lo prioritario de El geco reside en la lengua. Las piezas del libro ponen el acento en la propia escritura, y requieren ser leídas en primera instancia como ejercicios de prosa. En el léxico, aunque no haga alarde de cultismos o términos en desuso, no se priva Ferlosio de mostrar querencias muy personales de las que deja clara huella: supiendo, respetino, impróvidos, commemores, prospectar, subitáneo, nigérrimo, etc. En la sintaxis, con frecuencia se deleita en los periodos largos y encabalgados. A ello se suman variedad de figuras retóricas de dicción y de pensamiento.
Así, El geco se manifiesta como ejercicio de estilo. Algo cercano al virtuosismo en la elaboración del lenguaje se dispara a veces hacia una expresión barroca, recargada, subordinativa, y otras, en cambio, se inclina a la dicción directa, clara, natural, poemática. En cualquier caso, tiene la propia escritura tanta importancia que en ella reside el principio de unidad de lo que hasta podría parecer un libro desvertebrado. Porque, sin tener en cuenta ese principio, sólo se nos muestra como algo disperso, sucesión caprichosa de materiales heterogéneos.
El subtítulo del volumen, cuentos y fragmentos, indica su contenido. El geco junta un total de 15 piezas, variadas y además de dilatada cronología. Figuran dos cuentos clásicos y memorables de 1956 que acompañaron a Alfanhuí en alguna edición de esta novela. Otros 12 textos se han publicado desde los años 70. Lo único desconocido está en las páginas de una narración inconclusa e inédita de fondo histórico legendario. En su mayor parte, se trata con propiedad de cuentos, pero de formas tan diferentes que abarcan desde la epístola hasta la narración ensayística.
En el estilo y en los temas se revela la versátil prosa de Ferlosio. El cuento "Plata y ónix", recreación desmitificadora del pacto de Fausto en la que un salmón sustituye a Margarita, condensa rasgos de una escritura que asume riesgos altos: la forma alterna metaforismo barroco, expresión coloquial y antinaturalismo expresivo; y la fábula burlesca se torna metafísica (nuestra "vana y loca condición de hijos del tiempo") o toma un rumbo melancólico apuntando la añoranza de los paraísos perdidos. La desnudez brilla en una "Carta" sobre una batida de lobos. Lo contrario, el gusto de Ferlosio por los meandros de la argumentación, que tensa al límite en sus páginas ensayísticas, se ejercita aquí en un par de textos pertenecientes a su incompleta narración épica de unas remotas "guerras barcialeas". Estos pasajes revelan cómo se puede conciliar el interés de la narración y un fondo de pensamiento.
Algo oscurecido por el minucioso trabajo con la lengua queda el importante fondo intencional. El autor persigue un mensaje moralizador que se trasmite por medio de disimuladas parábolas. Un descontento con el presente, el rechazo de un mundo deshumanizado y una especie de elegía de valores intemporales se entrelazan en las páginas, pocas para lo que desearíamos encontrar, de este original, solitario y ensimismado prosista que es Rafael Sánchez Ferlosio.