Image: La misteriosa llama de la reina Loana

Image: La misteriosa llama de la reina Loana

Letras

La misteriosa llama de la reina Loana

10 febrero, 2005 01:00

Umberto Eco. Foto: Pedro Carrero

El 11 de febrero se publica en España La misteriosa llama de la Reina Loana (Lumen), quinta novela de Umberto Eco, y un acontecimiento en Italia, donde ha dominado las listas de los más vendidos durante meses. Por primera vez, el filólogo italiano olvida la historia remota (El nombre de la rosa, Baudolino), y recupera "su" historia, la de la Italia de los años 30, de la su infancia y el fascismo, los tebeos de la reina Luana y su primer amor, Beatriz. Autobiografía sentimental apenas disfrazada, la novela cuenta la historia de un hombre de 60 años que despierta, tras estar en coma, sin recordar nada de su pasado pero sí los libros que ha leído, personajes, autores... El Cultural adelanta el comienzo de la novela y conversa con el escritor, que sufre el peor de los suplicios: enfermo de las cuerdas vocales, no puede hablar, pero sí escribir y recordar, a vueltas con la nostalgia imposible.

-¿Y usted cómo se llama?
-Espere, lo tengo en la punta de la lengua.
Todo empezó así.

Era como si me hubiera despertado de un largo sueño, pero yo seguía suspendido en un gris lechoso. O a lo mejor no estaba despierto y estaba soñando. Era un sueño extraño, sin imágenes, poblado de sonidos. Como si no viera y tan sólo oyera voces que me contaban qué era lo que tenía que ver. Y me contaban que todavía no veía nada, salvo humo a lo largo de los canales, donde el paisaje se disolvía. Canales: Brujas, me dije, estaba en Brujas, ¿había estado yo alguna vez en Brujas la muerta? ¿Donde la niebla fluctúa entre las torres como el incienso con que sueña? Una ciudad gris, triste como una tumba con crisantemos, donde la bruma pende desflecada de las fachadas como un tapiz...
Mi alma limpiaba los cristales del tranvía para anegarse en la niebla móvil de las farolas, niebla, mi incontaminada hermana... Una niebla espesa, opaca, que envolvía los ruidos, y hacía surgir fantasmas sin forma... Al final llegaba a un inmenso abismo y veía una figura altísima, amortajada, en su cara la perfecta blancura de la nieve. Mi nombre es Arturo Gordon Pym.
Mascaba la niebla. Los fantasmas pasaban, me rozaban, se disolvían. Las bombillas brillaban lejanas como los fuegos fatuos de un cementerio...


Alguien camina a mi lado sin ruido, como si estuviese descalzo, camina sin tacones, sin zapatos, sin sandalias, un jirón de niebla me roza la mejilla, un tropel de borrachos aúlla, allá, en el fondo del transbordador. ¿El transbordador? No lo digo yo, son las voces.
La niebla llega con sus pequeñas patas de gato... Había una niebla que parecía que hubieran quitado el mundo.
Aun así, de vez en cuando era como si abriera los ojos y viera relámpagos. Oía voces:
-No está en coma profundo, señora... No, no piense en el electroencefalograma plano, por lo que más quiera... Tiene reactividad...
Alguien me proyectaba una luz en los ojos, pero después de la luz todo seguía oscuro.
Noto el pinchazo de un alfiler, en alguna parte.
-Lo ve, hay motilidad...

Maigret queda sumido en una bruma tan densa que ni sabe dónde pone los pies... La niebla está llena de formas humanas, y cada vez se llena más, más intensamente se agita con una vida misteriosa. ¿Maigret? Elemental, querido Watson, son diez negritos, precisamente en la niebla desaparece el sabueso de los Baskerville.

El vapor gris iba perdiendo gradualmente sus tintes grisáceos. El calor del agua era extremado, y su tono lechoso, más evidente que nunca... Y entonces nos precipitamos en los brazos de la catarata, donde se abrió un abismo para recibirnos.

Oía a gente hablando a mi alrededor, quería gritar y avisarles de que estaba allí. Había un zumbido continuo, como si me devoraran máquinas célibes con dientes afilados. Estoy en la colonia penitenciaria. Sentía un peso en la cabeza, como si me hubieran puesto una máscara de hierro. Tuve la sensación de que veía unas luces azules.
-Hay asimetría de los diámetros pupilares.

Tenía fragmentos de pensamientos, estaba claro que me estaba despertando, pero no podía moverme. Si sólo pudiera mantenerme despierto. ¿Me he vuelto a dormir?, ¿horas, días, siglos?
La niebla había vuelto; las voces en la niebla, las voces que me hablaban de la niebla. Seltsam, im Nebel zu wandern! ¿Qué lengua será? Me parecía como si nadara en el mar, me sentía cerca de la playa, pero no conseguía alcanzarla. Nadie me veía y la marea se me llevaba.

Por favor, decidme algo, por favor, tocadme. Noté una mano en la frente. Qué alivio, otra voz:
-Señora, hay casos de pacientes que se despiertan de repente y se van de aquí por su propio pie.
Alguien me molestaba con una luz intermitente, con la vibración de un diapasón; como si me hubieran puesto un bote de mostaza debajo de las narices. Después, un diente de ajo. Huele a setas, la tierra.

Otras voces, éstas desde dentro: largos quejidos de locomotora, curas, borrosos en la niebla, que van en fila a San Michele in Bosco.

El cielo es de ceniza. Niebla río arriba, niebla río abajo, niebla que muerde las manos de las gentes que pasan por los puentes de la isla de los Perros y miran un ínfimo cielo bajo la niebla, todas rodeadas de niebla, como si estuvieran metidas en un globo, colgadas en la niebla parda, tantas, tantos; no creí que la muerte hubiera deshecho a tantos. Olor a estación y a hollín.

Otra luz, más ligera. Me parece a través de la niebla el son de las cornamusas escocesas repitiéndose en los brezos.
Otro largo sueño, quizá. Luego parece que escampa, estoy en un vaso de agua y anís...

Estaba delante de mí, aunque todavía lo veía como una sombra. Me sentía la cabeza alborotada, como si me hubiera despertado tras haber bebido demasiado. Creo que murmuré algo con esfuerzo, como si en ese momento empezara a hablar por primera vez:

-¿Posco reposco flagito van con infinitivo futuro? Cuius regio eius religio... ¿es la paz de Augsburgo o la defenestración de Praga? -Y luego-: Precaución por niebla en el tramo Roncobilaccio-Barberino del Mugello de la A1...
Me sonríe comprensivo.

-Bien, ahora abra los ojos e intente mirar a su alrededor. ¿Puede decirme dónde estamos?
Ahora lo veía mejor, llevaba una bata, ¿cómo se dice?, blanca. Volví la mirada, y resultó que también conseguía mover la cabeza: la habitación era sobria y limpia, unos pocos muebles de metal y colores claros, yo estaba en la cama, con una cánula en el brazo. Por la ventana, entre las persianas a medio bajar, pasaba un filo de luz, la primavera en torno brilla en el aire y por los campos exulta.
Susurro:
-Estamos... en un hospital y usted... usted es un médico. ¿He estado mal?
-Sí, ha estado usted mal, ya le explicaré. Lo importante es que ahora ha recobrado el conocimiento. ánimo. Soy el doctor Gratarolo. Perdone si le hago algunas preguntas. ¿Cuántos dedos le estoy enseñando?
-Eso es una mano y ésos son los dedos. Y son cuatro. ¿Son cuatro?
-Efectivamente. ¿Y cuánto son seis por seis?

-Treinta y seis, es obvio. -Los pensamientos me retumbaban en la cabeza pero llegaban casi solos-. La suma de los cuadrados... los cuadrados de los catetos... es igual al cuadrado de la hipotenusa.
-Enhorabuena. El teorema de Pitágoras, ¿no? Es que en el bachillerato me ponían siempre cinco en matemáticas...
-Pitágoras de Samos. Los elementos de Euclides. La desesperada soledad de las paralelas que no se encuentran jamás.
-Parece ser que su memoria goza de un excelente estado de salud. A propósito, ¿y usted cómo se llama?
Vaya, ahí he dudado. Aunque lo tenía en la punta de la lengua. Tras un instante he contestado de la manera más obvia.

-Me llamo Arturo Gordon Pym.
-Usted no se llama así.
Evidentemente Gordon Pym era otro. Que no regresó nunca. Intenté llegar a un acuerdo con el doctor.
-Llamadme... ¿Ismael?
-No, usted no se llama Ismael. Haga un esfuerzo.

Coser y cantar; como estrellarse contra un muro. Decir Euclides o Ismael me resultaba la mar de fácil, como decir hache i jota ca ele eme ene o. Lo de decir quién era yo era como darse la vuelta y, zas, el muro. No, no era un muro, intentaba explicarle:
-No, la verdad es que no noto nada sólido, es algo así como caminar en medio de la niebla.
-¿Cómo es la niebla?-me pregunta.
-La niebla entre las colinas lloviznando sube; alza el maestral la nube y blanquea y muge el mar... ¿Cómo es la niebla?

-No me ponga en apuros, sólo soy un médico. Y además estamos en abril, no se la puedo enseñar. Hoy es 25 de abril.

-Abril es el mes más cruel.

-Bien, mi cultura no es muy amplia, pero creo que es una cita. Podía haber dicho usted que hoy es fiesta, que celebramos el Día de la Liberación del fascismo. ¿Sabe en qué año estamos?