Como un libro cerrado
Una parte, y no la menor, ni la menos apreciada, de la literatura moderna tiende a una complejidad a veces apabullante. Las grandes construcciones narrativas del siglo pasado exigen un gran esfuerzo. Al lado, las obras sencillas y claras, en su pensamiento y en la expresión, resultan un poco inocentes.
Pero también tienen derecho a existir, y aún más, es muy agradable la lectura de un texto de apariencia modesta, de pocas pretensiones aparentes. Lo bueno o lo malo de una obra está en la coherencia entre lo que se quiere decir y cómo se dice, y no en la elevación de su pensamiento o en el retorcimiento de su escritura. Y ahí, en la verdad emocional con que se cuenta una trayectoria biográfica, reside el principal acierto y mérito de Como un libro cerrado.
La profesora y novelista Paloma Díaz-Mas repasa en este curioso escrito su infancia, adolescencia y juventud, con un tope en sus 19 años de persona ya madura y dueña de un proyecto vital claro, desde la perspectiva de la vocación literaria. Tiene el propósito de referir qué fuentes alimentan su inclinación a las letras y cómo los estímulos más inesperados se transforman en materia literaria andando el tiempo. A este propósito declarado en una pequeña justificación preliminar responde ciertamente Como un libro cerrado. Pero sólo en parte, y no se diría que en la más importante. Tiene, en ese sentido, un relativo interés.
Tal como cuenta Díaz-Mas su experiencia, la vocación anda en los genes y se despliega gracias, en su caso, a un entorno favorable. Lo fue el ambiente familiar, en el que destaca la singular figura paterna pintada con vigoroso trazo. La lectura y el carácter ensimismado y sensible de la joven que iba para escritora tuvieron también un peso decisivo y alimentaron su mundo de fantasía. Este hilo expositivo proporciona noticias de la forja de una escritora que resulta grato conocer. No es, sin embargo, el retrato del artista adolescente lo mejor y más interesante del libro sino otra vertiente, la crónica de la educación sentimental de la generación de españoles que ahora rondan el medio siglo. Con emoción rescata Díaz-Mas recuerdos anclados en el medio hostil y desolado del penúltimo franquismo, los tebeos y el cine que marcaron el imaginario de una época, y la vida cotidiana, y los usos urbanos, y un izquierdismo juvenil que era más un prurito contra la dictadura que una ideología...
Los datos que presenta Díaz-Mas están en mil sitios, y nada excepcional le ocurrió a ella, pero esta falta de novedad anecdótica carece de importancia ante la viva emoción con que recupera un tiempo sobre el que proyecta una mirada melancólica. Creo que se equivoca al refugiarse en la añoranza de las actitudes de una promoción que le parece mejor que las siguientes. La melancolía no alimenta el futuro, ni los valores de hoy han de ser inferiores a los de ayer: son distintos y lo mejor de esta evocación cálida es el relato directo de cómo se va descubriendo la realidad.