IK

IK

Letras

La bandera inglesa

12 enero, 2006 01:00

Imre Kertész

Traducción de Adan Kovacsis. Acantilado. Barcelona, 2005. 172 páginas. 12 €

La escritura del Nobel Kertész es una escritura fragmentaria, difusa, pero que siempre apunta hacia el mismo centro. Auschwitz actúa como la matriz de una obra que medita sobre la experiencia de lo inhumano, del sufrimiento extremo, del fracaso del sueño humanista. Los tres relatos agrupados en La bandera inglesa apenas mantienen la trama que encadena los hechos. La narración se desintegra para abrir un espacio a la reflexión sobre la muerte, las palabras o los afectos.

“La bandera inglesa” está más cerca del ensayo que del cuento. La peripecia es banal. La fugaz aparición de un emblema justifica un dilatado monólogo sobre el totalitarismo. La escatología del comunismo o del nacionalsocialismo actualiza una utopía de inspiración teológica. El paraíso no es posible si la política abdica del terror. El verdugo no es un simple servidor del Estado, sino la figura esencial de un orden basado en la coacción permanente. Las dictaduras no toleran lo privado, pues advierten que la intimidad que surge al escuchar un lied de Mahler o al repetir un poema de Rilke restituyen la dignidad ultrajada, evidenciado la tenacidad de la condición humana en su voluntad de preservar su derecho a la diferencia, a la construcción de una vida propia. “Yo amaba este mundo; el otro, tenía que aguantarlo”, escribe Kertész, pero su disidencia política no excluye el nihilismo. La esperanza palidece ante la fecundidad del espíritu pesimista. La renuncia a crear es “la única creación posible” en un mundo contaminado por el desprecio al individuo.

“El buscador de huellas” no es menos discursivo que el relato anterior. Kertész adelgaza la peripecia hasta lo imperceptible para investigar sobre la angustia, la banalidad, la belleza o la decrepitud. La prosa discurre entre sueños, símbolos y posibilidades realizadas que cuestionan la libertad del hombre para controlar su destino. “El sacrificio de Ifigenia” confirma que el amor filial es mucho más débil que la ambición. “¡Ay de quienes habitan la tierra!”, se lamenta Kertész, con resonancias bíblicas. “El expediente” no oculta la deuda con Kafka. La incomprensión de un funcionario de aduanas corrobora la indefensión del ciudadano ante la irracionalidad del poder. Kertész sólo se reconoce en la imagen de un cuerpo herido, maltratado. Su libertad es ficticia. La condición de prisionero es un estigma que acompaña a todos los supervivientes del Holocausto. Después de Auschwitz, el hombre sólo puede recuperar su soberanía mediante el suicidio o la esterilidad (biológica o artística).

Peter Esterházy se inspiró en esta narración para escribir otro relato titulado “Vida y literatura”, donde señala la proximidad entre el ridículo y la muerte, la enfermedad y la creatividad, el escepticismo y la necesidad del testimonio. La edición de Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg reúne ambos cuentos en un breve libro exquisitamente editado. Tanto Kertész como Esterházy inciden en el protagonismo del yo, en la primacía de lo subjetivo frente a la irreversibilidad de los hechos. La invención del yo es un ardid de la naturaleza para transformar el azar en historia. La subjetividad permite reescribir el pasado y rebelarse contra la opresión del presente o la perspectiva de un futuro indeseable. Nada más intolerable para la tiranía que un yo desinhibido y hambriento de libertad. El yo sólo acepta los límites que se impone a sí mismo por medio de la razón o la ironía.

Kertész demostró su talento como narrador en Sin destino, la obra que recrea su estancia en los campos de exterminio nazis, adoptando la perspectiva de un joven que se familiariza con la muerte, sin perder su capacidad de reconocer la belleza. Se echa de menos en el resto de su literatura esa precisión que concierta lirismo y pensamiento, sin incurrir en lo prolijo. La prosa limpia y exacta de Sin destino cede su impulso a un estilo errático, donde los hallazgos estéticos aparecen lastrados por cierta desorientación narrativa.

El humor de Esterházy resulta más estimulante que el recurrente nihilismo de Kertész, que se describe a sí mismo como un muerto que viaja hacia ninguna parte. Esterházy nos advierte, en cambio, que está vivo, “escudriñando” un porvenir incierto, donde sin duda aguarda la muerte, pero también la resistencia del hombre a sucumbir a la desesperanza.