Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales
Philipp Blom
1 marzo, 2007 01:00Arriba, Rousseau. Abajo, Diderot
¿Tienen los libros biografía? Algunos de ellos, al menos, parece que merecieran algo más que un simple recuento de datos externos a la hora de consignar los avatares de su agitada existencia, por lo que tienen de manantial constante de ideas y viva expresión de la conciencia de una época. Guiado por tal convicción, Philipp Blom (Hamburg, 1970) ha acertado a escribir una exquisita biografía de la obra literaria más emblemática del siglo XVIII, ésa que, "iluminando el mundo" -como reza el título completo de la edición original inglesa del texto de Blom- "cambió el rumbo de la historia": la Enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, artes y oficios, más conocida como la gran Enciclopedia de Diderot y D’Alembert.Formado como historiador en Viena y Oxford, actualmente periodista afincado en París y autor de textos tan variopintos como un par de novelas, una historia del coleccionismo o un instructivo catálogo de los vinos de Austria, Blom combina aquí de forma equilibrada sus diferentes registros de escritura para ofrecernos, salpicado de buenas dosis de humor, un entretenidísimo relato de la empresa intelectual más influyente acometida por el movimiento ilustrado.
En efecto: la Encyclopédie (1751-1772) no fue desde luego el primer compendio del saber ordenado alfabéticamente; hubo enciclopedias más rigurosas e incluso otras mucho más voluminosas, como las alemanas de Zedler o Krönitz (ésta última nada menos que con 242 tomos); pero ninguna alcanzó su merecida fama ni su enorme proyección, hasta el punto de constituirse en el logro más perdurable del librepensamiento. Ello se debió al feliz concurso de las mentes más brillantes del momento tanto en la redacción de las diferentes entradas cuanto en el ideario global: Diderot y D’Alembert, primeramente, y luego Rousseau, D’Holbach, Grimm, Montesquieu o Voltaire. Así, lo que en principio iba a ser una traducción de los dos volúmenes de la enciclopedia inglesa de Chambers, que permitiría a unos jóvenes de largo ingenio y corta bolsa ir pagando el alquiler durante unos tres o cuatro años, acabó convirtiéndose, al cabo de veinticinco años, en una monumental obra de veintisiete volúmenes, con 72.000 artículos y más de 16.000 páginas.
Blom se deleita en relatarnos la intrahistoria de este éxito editorial, más atento a la anécdota y a la peripecia vital de los protagonistas que a las cuestiones teóricas de fondo o a los aspectos tratados habitualmente por una historia de las ideas, pero eficaz como pocos a la hora de captar la atención del lector. Abre así el telón y, antes de asistir al parto de la Enciclopedia, nos brinda un paseo por las calles, embarradas y sin aceras, del París dieciochesco, contrastando la imagen del mapa escrupulosamente trazado en aquellos años por Turgot con la abigarrada realidad de una ciudad en ebullición, ya entonces capital mundial de la cultura, de la moda y del sprit, donde, en medio de la corrupción de los cargos y del caos administrativo, reflejos del declive del Ancien Régime, comienza a emerger otro régimen, el de las ideas y las consignas de libertad que pululan por cafés y teatros, amén de por imprentas clandestinas. Ahí se reúne la bohemia intelectual parisién, encarnación del espíritu de los nuevos tiempos, formada básicamente por jóvenes de talento que llegan a la gran metrópoli tratando de buscarse la vida.
A ese estrato social pertenecen Diderot, Rousseau y tantos otros colaboradores de la Enciclopedia. A él, también, su público mayoritario: una nueva clase media en ascenso, que demanda formación por medio de grandes obras de síntesis en una sociedad donde la erudición crece sin cesar y donde el conocimiento técnico se hace cada vez más detallado y preciso. éste es el medio que acogerá de inmediato el proyecto de la Enciclopedia y le dará sustento social y económico suficiente para resistir los continuos y despiadados ataques de la ortodoxia de la época. Primero será la Iglesia, de la mano de los jesuitas, quienes, irritados por la postergación de su Diccionario de Trévoux, no se cansarán de acusar de plagio e impiedad a los enciclopedistas. Luego, la Corona. Al temprano encarcelamiento de Diderot, al acoso de los censores, a la inclusión de la Enciclopedia en el índice de libros prohibidos o a la condena del Consejo Real en 1759, que obligará a trabajar en la clandestinidad durante ocho años, se sumarán las indecisiones de los editores, el abandono de d’Alembert, la drástica ruptura de Rousseau y mil dificultades más.
¿Cómo pudo, pese a todo, culminar un proyecto que contó desde el principio con la oposición de las principales fuerzas del establish-ment político? Blom subraya la importancia de los motivos económicos: el prosaico cálculo burgués de que había demasiado dinero invertido en la empresa como para permitir que emigrara a otro país, acabaría imponiéndose sobre los poderes tradicionales del clero y la aristocracia. Pero no se trató tan sólo de eso. En una época dominada aún por la superstición, donde la mayor parte de las definiciones eran de oídas, una obra que apelaba insistentemente al conocimiento empírico, al contraste crítico de los saberes, complementada además por una ingente cantidad de ilustraciones, era igualmente una necesidad vital para muchos.
Blom no lo dice de manera explícita, pero cabe establecer cierto paralelismo entre aquel mundo emergente y algunos rasgos de la actual sociedad del conocimiento. Aquellas nuevas máquinas de saber que eran las enciclopedias modernas, enfocadas fundamentalmente para su uso práctico como obras de consulta rápida, con un sistema de referencias cruzadas, son los antecedentes directos de Internet. Si hoy la tv e Internet son nuestros modos privilegiados de contemplar la realidad, las enciclopedias fueron para los hombres del siglo de las Luces el modo de ir a las cosas mismas e intentar englobar en un único hipertexto "todo el conocimiento disperso sobre la superficie de la tierra".
Lo cual dota al libro de Blom de una clave de actualidad de especial interés para el lector. Su cautivadora forma de narrar, su original manera de engarzar la secuencia temporal de los acontecimientos relatados mediante una serie de capítulos que se enuncian como una "tabla de materias" -Amistad, Prisión, Filósofo, Amor entre sexos, Regicidio, Fanatismo, Posteridad son algunos de ellos- otorgan además a este trabajo un atractivo indiscutible, por el que ha merecido encendidos elogios de numerosas publicaciones culturales. Menos complacidos se han mostrado algunos especialistas, que han criticado su superficialidad y falta de aportación de nuevos datos al conocimiento de la historia de la Enciclopedia. Verdaderamente, su tratamiento de figuras como Rousseau resulta algo esquemático. En cambio, Blom reivindica con acierto la importancia de una figura relegada por los historiadores y, sin embargo, tan esencial como el propio Diderot para la culminación de la empresa: Louis de Jaucourt, un médico de ascendencia noble, que vendió parte de su patrimonio a fin de contratar secretarios que le ayudaran a recopilar materiales para redactar los cerca de dieciocho mil artículos que firmó, entre ellos, el célebre "esclavitud", en el que abogaba firmemente por su abolición.
Un excesivo celo erudito a la hora de valorar la aportación de este libro sería, pues, un tanto miope: tras recorrer sus más de cuatrocientas páginas, uno se queda con ganas de seguir leyendo sobre el tema, y para ello dispone de estudios más rigurosos y no menos estimulantes como los de Jacques Proust o Franco Venturi, entre otros.
Para poder salir de su encierro, Diderot tuvo que comprometerse a no volver a publicar nunca nada sin la aprobación gubernamental. Paradójicamente, fue este intento del Ancien Régime de reprimir despóticamente su actividad ensayística lo que obligó al filósofo a concentrar la mayor parte de sus esfuerzos en la Enciclopedia. Astucia de la razón, llamó Hegel a estos triunfos imprevistos del espíritu libre. Puede que algo de eso tenga el libro de Blom.
La Enciclopedia según Umbral
En un artículo publicado en 2004 en El Mundo, Umbral retrataba el esfuerzo de la Enciclopedia y a sus héroes: "Este libro es un guante de hierro para dominar el mundo. Así la pasión del libro único llega hasta el siglo XVIII y los grandes enciclopedistas. Voltaire fabrica varios libros únicos y con él D’Alambert y Diderot. Gracias a este libro, repartido en varios, Voltaire se cartea con los grandes del mundo. La cultura, entonces, era una hacienda más de la aristocracia y de los reyes. La enciclopedia trajo la Revolución Francesa, que es la única que de verdad ha cambiado el mundo, o lo ha distribuido definitivamente" "El enciclopedista es una biblioteca humana y frente aél se alza el ilustrado, que sabe las mismas cosas, pero las relaciona, creando afinidades y metáforas que dan lugar a realidades nuevas. Así, en España, el gran enciclopedista moderno es Menéndez Pelayo y el gran ilustrado es Ortega." "Hoy, afortunadamente, tenemos en España y en el mundo más ilustrados que enciclopedistas. No somos los hijos espurios de Menéndez Pelayo sino los hijos ilustrados de Ortega"