El enigma de París
Pablo de Santis
5 julio, 2007 02:00Daniel Jurjo/ Planeta
Un par de datos de la trayectoria de Pablo de Santis ofrecen claves de su modo de narrar: cultiva la literatura juvenil y se interesa por el cómic. De aquélla viene una escritura que busca la comunicación directa y de las historietas gráficas la capacidad para plasmar la materia en imágenes visuales impactantes. Ambos factores explican la inmediatez anecdótica de El enigma de París a pesar de su denso fondo abstracto. La otra clave formal de la novela se deduce del título y salta a la vista desde su primera página: es una historia criminal cuyo protagonismo, además, recae en unos afamados detectives.La obra tiene un contenido bastante complejo pero de desarrollo claro. Coincidiendo con la Exposición Universal de 1889, se reúnen en París los Doce Detectives, sociedad formada por los más conspicuos investigadores del mundo. Esta asamblea será también la Exposición Universal de sus aciertos y el foro para debatir la filosofía que inspira los muy diferentes principios de unas auténticas escuelas de la investigación criminal. Sobre el encuentro planean las amenazas de los detractores de la torre Eiffel, aún no inaugurada, desde una de cuyas plantas cae y muere el detective del grupo que las investiga. Otras muertes más traban el enigma parisién al que se da un desenlace sorprendente, por supuesto, y cargado de ambigöedad.
El enigma, o los enigmas, lo narra el joven ayudante de uno de los detectives desde una perspectiva limitada, siempre al mismo nivel de conocimiento de los hechos que el lector. Esta implicación del destinatario en la trama supone un gancho que asegura el suspense y el interés, e implica un mérito básico de la obra, ser un relato que mantiene viva la atención, y asegura esa cualidad básica del género, el entretenimiento. A este recurso se suman otras meditadas trampas de la mejor ley. Una consiste en concebir la trama como novela de novelas y fabricar una muñeca rusa con un rosario de casos que con frecuencia detienen la línea principal para interpolar curiosos sucesos criminales. Otro ardid viene del empleo desinhibido de variedades de la literatura popular: historias góticas, esotéricas… Entremezclado con esta materia cruda y efectista figura un componente libresco y culturalista muy intenso. Algo de ironía postmoderna se atisba en estos usos, y le proporcionan al libro un aire de gran modernidad, pero su modelo, un tanto borgiano, es clásico, cervantino en su voluntad de hacer un Quijote de la narrativa de misterio.
La novela es cualquier cosa menos un artefacto simple y la complejidad de la forma anuncia que no se busca la evasión. En efecto, intenciones especulativas se mueven bajo la capa del enigma. Los rifirrafes entre los detectives tienen valor existencial y, además, la novela dispersa verdaderos aforismos que son pensamientos serios, aunque presentados con sencillez.
Este equilibrio entre la amenidad y el alcance intencional se logra también por la gracia de otros recursos. La carga especulativa se supedita a un componente emocional muy fuerte, y, en realidad, esta novela negra disimula una hermosa historia de amor. Las rutinas del género se someten a una sutil manipulación por medio de otro componente básico, lo fantástico. El habitual realismo del relato policiaco toma un camino de pura inventiva. Y la realidad inmediata, el París de la euforia positivista, toma una dimensión espectral. Casi da igual dónde ocurran los hechos: en el escenario fantasmagórico crece una novela de atmósfera, un espacio cerrado, opresivo.
El enigma de París tiene un final abierto. El fracaso de la sociedad detectivesca sugiere una elegía de tiempos pasados que acentúa la evocación de los sucesos cargada de melancolía. Pero no estoy seguro de que éste sea el mensaje, porque también es una obra muy estimulante respecto de su significado: creo que deja en manos del lector el que éste dé a la historia su personal sentido.