Las virtudes del María Moliner, un diccionario adelantado a su época
María Moliner
El Diccionario de uso del español, el célebre "María Moliner", cumple cuarenta años, y lo celebra con una exhaustiva puesta al día de sus 90.000 entradas y 190.000 acepciones, y nuevos apéndices, de topónimos y gentilicios.
La nueva edición, que se presenta el martes 25, también plasma cambios tipográficos y formales, y actualiza bloques de sinónimos y de "catálogos"(listas de expresiones de significado afín o relacionado).
El académico Manuel Seco, responsable del Diccionario de dudas y del Diccionario del español actual, es el autor del prólogo de esta edición, que El Cultural anticipa a continuación.
Pero la fama casi mítica de María Moliner tiene su base en un libro, uno solo, independiente de su carrera profesional y publicado cuando ella se acercaba a la jubilación. El Diccionario de uso era el primer (y único) trabajo suyo nacido de una secreta vocación: la lengua. Y fue su obra predilecta, fruto de una honda devoción y de una enorme voluntad, que dejaba atrás todo lo que había hecho antes. De tal modo que llegó a decir: "Mi único mérito es mi diccionario".
El Diccionario ganó pronto el favor de los entendidos, tal como reflejaban las reseñas que dentro y fuera de España saludaron su aparición. Denominador común de esta acogida era la valoración de su originalidad. Condición que no se debía, como algunos creyeron, a un número extraordinario de entradas, ya que apenas eran más que las del Diccionario académico. Se debía a la conjunción de diversos factores que lo destacaban claramente de los diccionarios entonces usuales.
Un principio básico del método era el cuidado puesto en atender a las diversas necesidades de los usuarios todos, incluyendo explícitamente por primera vez no solo a los hablantes naturales del español, sino a los aprendices no nativos. Esta amplitud del empeño fue en realidad la inspiradora de casi todos los muchos rasgos novedosos por los que la obra descollaba sobre sus competidoras de aquel momento. Para mí, el más importante era la renovación, una a una, de las definiciones heredadas, redactándolas de nueva planta en un lenguaje transparente y actual; y enriqueciéndolas con la adición de numerosos matices significativos; y, por otro lado, limpiándolas de los círculos viciosos frecuentes en los enunciados definidores de otros diccionarios. Merecen mención también las numerosas notas de uso y las construcciones sintácticas, así como la abundancia de ejemplos ilustrativos y el relieve dado al registro de sinónimos y voces afines.
La otra meta fundamental -muy raramente intentada por otros, debido a su dificultad: solo tenía como gran precedente el Diccionario ideológico de Julio Casares- era la consulta "bidireccional". El de Moliner, con método propio, ofrecía una doble utilidad: por una parte, era un instrumento, como los diccionarios usuales, para comprender o descifrar lo que se oye o lee (un diccionario descodificador); pero al mismo tiempo era también un instrumento para cifrar o componer lo que se quiere expresar (un diccionario codificador). Un objetivo sumamente valioso, aunque menos valorado por los lectores que los antes enumerados.
En suma, nunca se había realizado una exposición del léxico español tan ambiciosa y rica en información sobre su uso como la de Moliner.
Los diccionarios de lengua aspiran normalmente a dar la imagen real de su léxico. En el caso de Moliner, con su mirada alerta sobre la realidad práctica, la aspiración se había aproximado de manera sobresaliente a ese ideal. Pero la imagen del léxico nunca puede ser una fotografía, sencillamente porque una lengua es cambiante por naturaleza. "El lenguaje -como decía Cadalso- se muda -al mismo paso que las costumbres". Los diccionarios no pueden registrar las palabras más allá de su propio tiempo. Por ello, inevitablemente, están condenados a envejecer. Es ilusoria la creencia, incluso entre gente culta, de que tener un diccionario en casa es tener un diccionario para toda la vida.
La única forma de que un diccionario sobreviva es renovarlo periódicamente. En ningún género de obras como en el diccionario tiene tan entera validez el viejo emblema: O crece o muere. Muchos repertorios de calidad, en diversas lenguas, están perfectamente vivos al cabo de decenios y decenios gracias a las operaciones de revisión y actualización que han experimentado. Cuando no ha sido así, su valor ha pasado a ser histórico y se han convertido en recuerdos familiares o en piezas de museo.
María Moliner, al morir en 1981, pensaba en una segunda edición para su Diccionario. La Editorial Gredos cumplió su deseo en 1998, llevando a cabo una escrupulosa revisión de todo el texto, poniendo en práctica modificaciones que ya habían sido proyectadas por la autora e incorporando otras reclamadas por el transcurrir del tiempo. En aquella segunda edición, la labor de los editores fue a la vez respetuosa y enriquecedora respecto a la obra original, alcanzando un admirible equilibrio entre conservación y renovación.
Y ahora se encara la Editorial con un nuevo reto, al presentar por tercera vez la obra maestra de María Moliner. El lector, ya de entrada, encontrará aquí algunos cambios tipográficos que redundan en una mayor comodidad de la consulta. Se respetan los mismos principios que guiaron la primera edición y que la segunda mantuvo; pero se ha llevado a cabo una actualización más amplia, debido a que se introduce un importante ingrediente nuevo: la documentación basada en corpus textuales informatizados, que ha sido factor decisivo en la selección de entradas y acepciones, en la redacción de definiciones y en la aportación de ejemplos. Se acrecienta de modo notable el número de entradas del español europeo y del americano; y se revisan, para adaptarlos a los cambios, los sinónimos y listas de voces afines. A los apéndices que ofrecía la edición anterior, de nombres científicos de animales y plantas y de gramática, se suman ahora otros dos, de topónimos y gentilicios y de abreviaturas y símbolos. El balance de este rejuvenecimiento es un considerable aumento de información útil añadido al sólido valor de la obra de María Moliner.
En definitiva, el Diccionario de uso del español se moderniza, crece y se perfecciona, pero siempre sin perder su fuerte personalidad y sus virtudes originales. Repite, pues, el milagro de ser nuevo y ser el mismo.