Letras

Un año sin grandes sorpresas

27 diciembre, 2007 01:00

Si hay un crítico respetado y temido en España, ése es Ricardo Senabre, responsable del descubrimiento de autores como Luis Landero, Lorenzo Silva o Fernando Aramburu. El catedrático de filología en la Universidad de Salamanca traza en estas páginas un balance sin ninguna luminaria "de brillo inolvidable".

Mirar hacia atrás es siempre una acción de efectos agridulces. Evocar algo de lo que hicimos o nos ocurrió puede resultarnos satisfactorio, pero tal circunstancia no impide echar de menos lo que no pudo ser, lo que resultó errado, la frustración de una esperanza o un deseo. En el panorama de la novela española durante el año 2007 hay luces y sombras, pero ninguna luminaria de brillo inolvidable. Utilizando la jerga de la nutrición podría decirse que no se ha apreciado un incremento visible de peso, pero tampoco una disminución alarmante. Nuestra narrativa se ha visto sometida a una dieta de mantenimiento. No es sorprendente, pero sí confortador, comprobar que no desfallecen algunos valores ya probados. Rafael Chirbes ha vuelto a demostrar que es uno de nuestros mejores prosistas, y Crematorio una novela que pocos de nuestros narradores podrían haber llevado a buen término. Hoy, Júpiter nos ha traído a un Landero sólido, con una historia de construcción un tanto envarada, al que pocas objeciones cabe oponer, salvo su excesiva artificiosidad, que una vez más despierta la añoranza de Juegos de la edad tardía y de su libérrima inventiva. En cuanto a Belén Gopegui, El padre de Blancanieves supone, a mi modo de ver, un paso adelante en la maduración narrativa de esta autora, más sutil y menos ensimismada que en sus obras anteriores y con una visión más nítida de la historia que pretende relatar. También mantiene un buen nivel Pepe Monteserín en La lavandera, aunque no se llega a percibir muy bien el rendimiento del enorme esfuerzo que ha debido hacer el autor para escribir sobre unos personajes, una época y unos lugares a cuyo conocimiento ha llegado tan sólo por vía libresca.

La muerte lenta de Luciana B., del argentino Guillermo Martínez, es un complejo y elaborado juego de perspectivas compuesto y narrado con una destreza insólita. El autor había anunciado ya su instinto para construir relatos en su novela anterior, Los crímenes de Oxford, ampliamente superada ahora por una obra rigurosa, digna de ser sometida a un análisis escrupulosamente científico en un curso de teoría literaria. El también argentino Martín Kohan destaca con su novela Ciencias morales, donde el ambiente cerrado y opresor de un colegio bonaerense se convierte en un microcosmos que refleja una realidad social más amplia.

Aunque algunos defensores de la modernidad a ultranza y de las formas narrativas innovadoras lo desdeñen, el cultivo de la novela como construcción que, sin renunciar a los valores estéticos, se convierta en una denuncia contra ciertas lacras sociales, continúa siendo algo necesario. En este ámbito, que es el de John Steinbeck o Norman Mailer, el de Pío Baroja, Gönter Grass o Luis Martín-Santos, se encuadran novelas que, en lugar de mirar hacia el pasado ya remoto de una guerra que los autores no conocieron -como ha sido moda obligada durante meses-, hurgan en un presente problemático.Y hay que citar las aportaciones de dos experimentados narradores: El lobo cansado, de Isaac Montero, y La soledad del ángel de la guarda, de Raúl Guerra Garrido.

La aparición inesperada de un buen escritor novel es siempre una excelente noticia. Esto ha ocurrido con la obra Más allá del olvido, de Andrés Martínez Oria, una intensa narración de ambiente rural plasmada en una prosa de insólita riqueza, que por momentos tiende al barroquismo y a la exuberancia pero que ha servido para crear un mundo de gran hondura que permite confiar en que esta novela no quede en un acontecimiento aislado. Y es justo consignar, por último, la reaparición de Manuel Talens con La cinta de Moebius, sátira irreverente y divertida -caracterizada como "fábula de teología ficción"-, que reactiva la capacidad paródica demostrada en La parábola de Carmen la Reina y prolonga los juegos gráficos y vanguardistas de Hijas de Eva. Es acaso la novela que hubiera escrito Anatole France si hubiera vivido entre nosotros.

Este año, los críticos de poesía de El Cultural han mostrado una unanimidad insólita: todos han votado por Eros es más, de Juan Antonio González-Iglesias (Visor), como mejor libro del año. También es preciso destacar los espléndidos poemarios de Clara Janés, Espacios traslúcidos, de Joan Margarit, Casa de misericordia, y el discutido Hilos, de Chantal Maillard, así como la confirmación del talento de un puñado de poetas jóvenes como Eduardo Moga, José Luis Rey, Pablo García Casado, Santos Domínguez, Jesús Jiménez, álvaro Tato y álvaro Moga, con voluntad de crear un nuevo lenguaje poético apto para expresar nuestro nuevo mundo, pero sólidos y coherentes en su destrucción y reconstrucción de la tradición.

Las editoriales han reforzado en 2007 sus líneas de ensayo ante el interés creciente de los lectores -aunque demasiado a menudo sólo para apurar hasta el límite temas como la II República, la Guerra Civil, el exilio, la II Guerra Mundial o el Holocausto, o para coquetear sin pudor con demasiados libros de autoayuda de sonrojante simplicidad-, pero ha sido un filósofo argentino no demasiado conocido en nuestro país, Juan José Sebreli (1930), quien ha conquistado a nuestros críticos con El olvido de la razón, una apuesta decidida por el pensamiento racional y el humanismo ilustrado.

Otro de los polos fundamentales del debate intelectual de 2007 ha sido España como problema, desde su origen (analizado por García Cárcel en El sueño de la nación indómita, por Bernal en Monarquía e Imperio y por Albaladejo en Materia de España) al desafío que plantean hoy día el nacionalismo más cerril (Adiós Cataluña, de Boadella) o la emigración clandestina procedente de áfrica (La vida en la frontera, de íñigo Moré).

Eugenio Trías es otra de las estrellas incuestionable del ensayo de este año: el éxito de crítica y lectores obtenido por un tratado de la profundidad de El canto de las sirenas, en el que el filósofo catalán descubre una historia de las ideas, en clave musical, demuestra que aún hay motivos para la esperanza, a pesar de lo que el informe PISA desvela sobre el nivel educativo de las nuevas generaciones. Mención merecen Javier Gomá, que prosigue en Aquiles en el gineceo su reflexión implacable sobre la sociedad y el aprendizaje de la muerte, y José Ribas, que recupera en Los 70 a destajo la memoria de aquellos años mágicos en los que todo parecía posible.

¿Y 2008? No es muy arriesgado profetizar que los libros sobre el cambio climático y la globalización seguirán multiplicándose. Y una advertencia: en 2008 se cumplen dos siglos del 2 de mayo.