Letras

Carta a mi mujer

Francisco Umbral

6 marzo, 2008 01:00

El umbral más insolente y escritor se muestra en esta fotografía que María España, su mujer, le hizo en los años sesenta

Prólogo de Pere Gimferrer. Planeta. Barcelona, 2008. 173 páginas, 22 euros

Muy diversas especies narrativas habitan el mar de vastas dimensiones de la prosa de Francisco Umbral (Madrid, 1935-2007). Viven en él novelas rupturistas y novelas un poco cercanas al relato centrado en una historia aunque nunca convencionales. Hay novelas puramente autobiográficas, narraciones históricas y relatos culturalistas a un paso del ensayo. Muchos títulos de la nómina centenaria del autor, los más populares y controvertidos, se sostienen en la urgencia cronística. Además, unas cuantas obras de este autor muy esteta aunque le consagrara la inmediatez de la Prensa, responden al impulso poemático, el motor más potente de su escritura.

Aquí, en este último sector, se hallan los mejores libros de Umbral, en primerísimo lugar el que ha merecido un reconocimiento unánime, algo bien de notar en un autor polémico, Mortal y rosa, la elegía poemática escrita a raíz del fallecimiento del hijo único todavía niño. Cerca por tratamiento se encuentra El hijo de Greta Garbo, otro libro mayor del autor, nueva elegía, ésta motivada por el recuerdo del fallecimiento también temprano de la madre. Al "poema en prosa de mi vida", surgido de la pérdida del hijo, y al "poema en prosa de la madre", tal como el propio Umbral ha definido respectivamente ambas obras, le faltaba el correspondiente poema en prosa motivado por el otro vértice de su existencia, la esposa, ausencia llamativa en sus incontables páginas, llenas de innumerables apuntes de la realidad cercana al autor.

La esposa es el destinatario y a la vez el pretexto de Carta a mi mujer, un manuscrito antiguo fechado en el otoño de 1985 y el verano de 1986. No es éste un dato irrelevante porque Paco Umbral, que incrementaba su bibliografía a un ritmo incesante, urgido por una perentoria necesidad de presencia pública y por razones económicas, no dio salida durante veinte años largos a esta Carta que, al parecer, había decidido publicar poco antes de su sorpresiva muerte.

De alguna manera, esta dilación en contra de los hábitos del autor se explica por el propio texto, ya que éste parte de una situación psicológicamente terminal y desarrolla, de nuevo mediante una elegía, el sentimiento de haber consumido la vida. Habría sido, pues, ilógico darlo a conocer antes. Llegada la madurez y palpable la soledad, este momento de "caos prefinal" propicia la recapitulación de la existencia movida por un agudo sentir premonitorio de la muerte. Desde esta situación irreversible, a partir de una mirada proustiana a un viejo coche "citroen GS", el autor, de quien el vehículo adquiere la medida de símbolo ("qué otra cosa soy yo que un automóvil abandonado"), proyecta hacia el presente el pasado. En ese ayer que rescata en sus notas esenciales, decantadas por el subjetivismo lírico, está María, "mariamor", su mujer, a quien dirige la carta, si bien el objetivo sea la iluminación autobiográfica del propio autor.

Con esta Carta remata Umbral una auténtica trilogía del sentimiento lírico, y semejante unidad la subrayan algunas notables coincidencias que establecen inequívocos vínculos entre los libros del ciclo: la incorporación de poemas, las páginas vanguardistas que contienen una sola frase, la contraposición de Beethoven y Mozart…

Carta a mi mujer es, como dice el título, una carta y también una novela y una conversación ensimismada y un diario y unas memorias y una confesión general. Por medio de esta mezcla de géneros, Umbral hace un retrato de mujer para explicarse a sí mismo. El escritor se muestra en una desnudez espiritual completa y se acoge a la mujer, samaritana que cuida su vejez, para salvarse. él mismo la ha forjado como un arma para sobrevivirse, tal como dice con un verso de Neruda que repite a la manera de motivo vertebral. Por eso de ningún modo, y se preocupa de advertirlo, hace en la carta psicodrama matrimonial, ni anatomía de un matrimonio, ni cuenta penas de amor, ni ofrece la menor gratificación a quien pretenda entrar en las relaciones de pareja inducido por el morbo del cotilleo. Aunque, leída la carta al sesgo, se encuentren detalles de interés sociológico y psicológico, el empeño de Umbral es muy otro.

El propósito de Umbral es hacer literatura pura a partir de una acuciante vivencia de la temporalidad, reincidente asunto tanto del escritor como de este escrito. El tiempo, y su resultado, envejecer, estimulan un discurso lírico sin argumento, discontinuo, recurrente, hecho de fogonazos e instantáneas, que el propio autor reconoce como un experimento literario nuevo. Tal vez no tan nuevo porque su filiación está clara en la prosa lírica de Juan Ramón Jiménez o del Cernuda de Ocnos, aunque sí muy pertinente para su meta. Carta a mi mujer es prosa escrita desde la conciencia del artista de la palabra, de quien quiere alcanzar la creatividad verbal absoluta no para ser brillante (aunque lo sea) sino para decir ese núcleo moral de manera inédita. Por supuesto que este planteamiento implica el empleo de un largo repertorio de figuras de las retóricas clásicas: metáforas, imágenes, sinestesias, muchísimas anáforas… También supone la actitud formal muy libre ya indicada que llega incluso al experimentalismo lúdico de poner el mismo texto en dos páginas consecutivas; en una va en verso y en la siguiente en prosa, y ambos dicen lo mismo sólo que en orden contrario.

A esa misma voluntad de crear la realidad mediante el idioma responden otros recursos admirablemente empleados. Unas veces son expresiones de encendido lirismo, de arrobo (no poco irónico, con frecuencia) ante la naturaleza, las cosas, la desnuda realidad. Otras, un ejercicio onírico, una rienda suelta de lo visionario. O, en fin, con frecuencia se persigue la musicalidad de la frase, un decir rítmico que se acompasa con el pensamiento o la idea para expresar la ternura, la vehemencia, la duda, el asombro, el distanciamiento... A todo ello ha de añadirse un estilo que arroja fulgores de la prosa y logra intuiciones verbales como sólo son posibles en quien es capaz de convertir el mármol del repertorio léxico del idioma en plenas creaciones del estilo "mañana crudiza", "mas tú sigues allá, en tus allaes", "gimes, de pronto, con el quejido rompedizo de la adolescencia". Con razón reivindica Francisco Umbral, insistiendo en lo que repitió muchas veces, el mérito de escribir, que es, advierte con énfasis, todo lo contrario de redactar. Esta actitud de artista de la palabra no produce, sin embargo, ninguna clase de recargamiento ni de barroquismo porque el autor adopta una postura de austeridad y pureza absoluta. En lo verbal y también en los contenidos. Pocas veces ha controlado tanto la materia anecdótica y aquí sólo por excepción se consiente algún desplante como llamarle "chufero" a Azorín.

Un lirismo intenso y esencial atraviesa la confesión elegíaca de ese "ser de lejanías", por decirlo con otro de sus títulos mayores, que se ve a sí mismo egoísta y como desvalido, y se aferra a su mujer hasta el punto de encomendarle el "deber conyugal" de ser la "que tomará la vida en mi muerte", la que le acercará de prisa una vasija "para que vomite el alma urgentemente". Umbral se sujeta al máximo en esta Carta a mi mujer a la escritura del poema en prosa de la vejez presentida. La intensidad de la vivencia, sincera y sin afectación, y la maestría del estilo lírico pertinente al propósito poemático, no cronístico, hacen de este libro uno de los mejores de Umbral, de la misma superior categoría del tan celebrado Mortal y rosa.

La tristeza

Poema inédito de Umbral, de Crímenes y baladas y otros poemas, que aparecerá el próximo otoño, en edición de Miguel García Posada.

La tristeza ha venido como un buque vacío,

la tristeza ha encallado en mi pecho de piedra.

Me trae en sus bodegas toda una vida vieja,

quintales de nostalgia

y el whisky que he bebido.

La tristeza ha venido con faros apagados.

No sé de dónde viene ni por qué me visita,

yo mismo soy un puerto donde para la noche,

el mar, como noviembre, va ya de retirada.

Somos un puerto unánime,

puerto de tierra adentro,

donde llegan los meses

como veleros lánguidos.

La tristeza ha venido

y me golpea despacio

como el agua golpea

en los acantilados.

Soy un acantilado

de muertos sucesivos

y estoy aquí parado,

bajo una lluvia fina,

junto al silencio frío

del buque de la pena.

¿Cuánto dura noviembre, cuánto dura una vida,

cuánto durará un hombre que tiene ya en el pecho

ese peso dormido de los buques sin gente,

de los mares sin luna, de los mortuorios días?

(Por cortesía de María España Suarez, viuda de Francisco Umbral)