Letras

Comet

Pablo Díez

17 abril, 2008 02:00

Premio Arte Joven de la CAM. Lengua de Trapo, 2008. 256 páginas, 19’50 euros

Predomina en la última novela española la más cruda comercialidad que llena páginas y páginas con historias banales y efectistas repletas de templarios o aventureros locos. Por suerte, y aunque sea con dimensión marginal, también se encuentra una escritura narrativa seria y arriesgada. Dentro de ésta asienta sus reales un nuevo autor, el joven Pablo Díez (Santander, 1980). Su primera novela, Comet, me sugiere alguna imprecisa familiaridad con uno de los grandes relatos de la pasada centuria, La montaña mágica, de Thomas Mann. Ambas obras no guardan relación anecdótica directa pero coinciden en utilizar el soporte de un paisaje montañés en contraste con la vida urbana como plataforma para una exposición de índole especulativo.

El santanderino es menos ambicioso que el alemán, menos denso y disperso en los temas, más prudente en las dimensiones y los circunloquios de la anécdota. Sin embargo, le guía semejante propósito: el desarrollo de un relato intelectual empeñado en indagar la intimidad de una persona singular y a partir de ella construir un sentido entero del mundo; algo así como diluir un escrito filosófico en una materia narrativa no poco atractiva por sí misma. Conjugar lo concreto, lo real, lo común y lo abstracto en una historia unitaria es el acierto de Pablo Díez, y no pequeño por los materiales que pone en juego.

De entrada, Comet es la novela de un personaje, Manuel, a quien han despedido del trabajo en una caja de ahorros acusado de una sustracción de la que es inocente. El caso podría ser real. Desde ese momento, mientras se dedica a atender al niño pequeño, su intimidad, atenazada por el tedio, la apatía y el "avinagramiento existencial", flota entre la distancia de su mujer y el acoso de una vecina. A la vez, Manuel despliega una fuerte actividad física e intelectual que le lleva a recorrer los parajes de monte y playa cercanos y a constatar los cambios urbanos y sociológicos de la capital. Todo ello con una minuciosa atención a detalles veristas (nombres de sitios, datos reales incluso de personas). En suma un realismo casi naturalista.

En paralelo con esta línea de testimonio contemporáneo no poco perspicaz, y con voluntad crítica casi de denuncia, corre otra, la posibilidad de Manuel de reemprender su abandonada tesis acerca de los hombres-ave, un tipo de investigación por la que está interesada la universidad de Comet, lugar del Medio-Oeste americano que da título al libro, donde encontraría trabajo. Esta línea aporta a la anterior elementos simbólicos que llegan a convertirse en una alegoría de nuestra condición y de la posibilidad de hallar salida a las circunstancias determinantes de la existencia. El total de la historia, por un lado simple, y por otro bastante densa, e incluso un punto hermética, la cuenta un narrador que la domina por entero, que tiene sus claves intelectuales, psicológicas y morales, y que la glosa y valora.

Novela intelectual dura, Comet tiene momentos en exceso rebuscados. Pese a este reparo, hay que dar la bienvenida con aplausos a un narrador que trae preocupaciones tan serias y las presenta con no poca destreza narrativa.