Image: Fantasías animadas

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Letras

Fantasías animadas

Berta Marsé

29 enero, 2010 01:00

Berta Marsé. Foto: Antonio Moreno

Anagrama. Barcelona, 2010. 248 páginas, 17 euros


El tratamiento serio, severo o desolado de la vida parece figurar en el ADN de nuestra literatura. Ni la poesía ni la broma tienen mucho predicamento entre nosotros. Por eso resulta altamente gratificante encontrarse con las divertidas fábulas que Berta Marsé (Barcelona, 1969) junta en Fantasías animadas; jocosas por su contenido anecdótico, alguna al borde del disparate, por su tratamiento entre el sainete grotesco y el esperpento, y por su modo inteligente de sacarle la cara ridícula a la realidad. Son, sin embargo, tan ácidas y hasta revulsivas como la más adusta literatura moral. Seis de las siete peripecias del libro pertenecen al mejor costumbrismo satírico, aquél que observa con ojos incisivos una realidad en el límite de lo bufo y la convierte en parábola.

Tipos y situaciones comunes del día desfilan por los relatos breves de Fantasías animadas: el trabajo, la familia, la amistad, el disimulo, la envidia, la infancia, el temor inconsciente, la ambición, las frustraciones, el azar... Todo ello vendría a ser manifestaciones concretas de una común tendencia a fantasear -como sugiere el título- que vuelve en cualquier momento y enfrenta al individuo con la cruda realidad. El acierto seminal de Marsé consiste en aislar uno de esos momentos y, tras convertirlo en una peripecia muy argumental y que casi parece episodio de comedia televisiva de situación o escena cinematográfica de dibujos animados, darle densidad significativa, sin que en ningún momento parezca evidente ese propósito.

Primero y ante todo está la historia que se cuenta, valiosa por sí misma, por lo que ocurre, por los tipos que la encarnan. Ese rasgo del cuento clásico que busca el desenlace sorprendente marca además la anécdota. Berta Marsé logra varios finales insospechados extraordinarios, aunque lleva el procedimiento de cerrar con un golpe de efecto un tanto al extremo del virtuosismo. El desenfado de las historias se acompaña bien de una prosa directa, coloquial, muy pegada al léxico deslenguado del día y abundante en escatología. Las situaciones se transmiten desde un punto de vista que asume el plebeyismo y los vulgarismos del habla cotidiana más del momento. Y aunque se eche en falta una mayor creatividad de la prosa (no tendría por qué reducirse a un buen oído para la lengua de la calle), el diálogo ágil de resonancias magnetofónicas redondea la impresión de inmediatez buscada y conseguida.

Debe añadirse también un recurso muy notable aunque poco llamativo. Algunas leves marcas verbales establecen un puente entre texto y lector, y propician un diálogo por el cual las penosas historias tienen fuertes resultados comunicativos. Este procedimiento intensifica el mensaje negativo y satírico que se sostiene en el humor, la parodia, la paradoja o la hipérbole. Los seis primeros relatos rezuman amargura y escepticismo, y su corrosivo humor negro se convierte en un alegato contra convencionalismos sociales. El último, en cambio, cambia de registro. El secreto de infancia que marca a una anciana demenciada se descubre con alta intensidad emocional. Esta veta de ternura quizás tendría que haber quedado fuera de la recopilación para que resaltara en toda su pujanza la escritura sarcástica mediante la cual Berta Marsé fustiga con gracia y fuerza el mundo actual.