Image: Antes del futuro imperfecto

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Letras

Antes del futuro imperfecto

Medardo Fraile

1 octubre, 2010 02:00

Medardo Fraile. Foto: Antonio Moreno

Páginas de Espuma, 2010. 186 páginas, 16 euros


Fue la promoción del medio siglo entusiasta del cuento e incluso lo consideró como un distintivo generacional. La historia ha consagrado a Aldecoa (el maestro del grupo), Martín Gaite, Ferlosio, Fernández Santos o García Hortelano. Otros menos conocidos esperan suficiente reconocimiento: Zúñiga, José María de Quinto, Meliano Peraile y varios más. A esa promoción pertenece Medardo Fraile (Madrid, 1925), estudioso del género y cuentista él mismo apreciado por expertos y alabado por colegas coetáneos y más jóvenes, entre aquéllos por su amiga Martín Gaite, a quien, no obstante, dedica muy despectivas y vejatorias palabras en El cuento de siempre acabar. Le mueve, creo, en estas recientes memorias el rencor de no haber alcanzado mayor renombre. No aprecia como debiera que ocupar un puesto, unas veces de titular y otras en el banquillo, en esa brillante plantilla tiene mérito. Como sea, Antes del futuro imperfecto confirma el interés de la cuentística de Fraile.

La cuarentena de piezas de esta compilación se distribuye en dos partes. La primera da título al volumen y tiene un carácter muy unitario tanto por temática como por ideación. Los cuentos recrean situaciones en el aula en sucesivos momentos educativos, colegio, instituto y universidad. Su enfoque es burlesco, paródico e hiperbólico. La originalidad anecdótica, más a subrayar por inscribirse en el campo trillado de las experiencias escolares extravagantes, marca estas historias basadas en un costumbrismo irónico estilizado. Magnífica es "Centenario", que refiere la interpretación que un profesor de historia hace del desastre de 1898. Ingenio en el asunto, plasticidad en la estampa, perspicaz caracterización de personajes, diálogo chispeante y buen cierre confluyen para lograr un cuento muy divertido, pero no intrascendente. Como lo es también el hiperbólico y, en esta ocasión, triste caso del sustituto que explica la España musulmana. El trazo esperpéntico del penoso docente alivia la nula verosimilitud de su excéntrica pedagogía, creíble en la escuela pero no en la universidad. La trampa emocional de estos cuentos -inducen al lector a evocar vivencias personales equiparables- se salva por la gracia de esas historietas dichas con un castellano limpio y expresivo y contenidas en una trama bien acotada, de estricto desarrollo y de desenlace redondo.

El título de la segunda parte del libro, "Cuentos del futuro imperfecto", juega con el de la primera. Son dos bloques muy diferentes. El criterio unitario da paso a la diversidad tanto en las anécdotas como en las formas. El resultado del conjunto es desigual. Hay piezas decepcionantes. Se debería haber prescindido por su banalidad del siguiente tributo a la moda del microrrelato: "Después de tantos años viviendo en aquel país se dio cuenta de que se echaba de menos a sí mismo". También las hay muy logradas. La condescendencia del psicoterapeuta con su paciente amnésico que apela a la fraternidad. El sesgo kafkiano del reincidente espectador de "Casablanca" que presencia la película en compañía de múltiples ataúdes. Las desavenencias conyugales de una veterana pareja que hablan de las incomprensiones institucionalizadas. Al frente de todas pongo "El sillón" por su calidad y por ser muy representativa de lo característico del mundo literario del autor. En este cuento y en otros muchos Fraile se acerca a la condición humana, y en particular a la gente común no gratificada por la existencia, con una perspectiva crítica, escéptica, lúcida y compasiva.

No hay prisa en abrir los ojos

Medardo Fraile

TRAS LAS CORTINAS SE ADIVINABA ya la luz aún manchada de sombras, pero serían -pensó- las ocho, la hora de levantarse, como todos los días de su vida. ¿Por qué? Se removió en la cama y sintió el cuerpo magullado por la batalla de cada noche, la colcha caída, sábanas arrugadas, las cenizas de tanta gente soñada y muerta doliéndole en la almohada endurecida, pero las siete de la mañana le habían parecido siempre temprano, y las nueve demasiado tarde. Sólo por eso. No había otra razón. ¿Qué prisa tienes? No abras los ojos, no hay prisa. ¿Quién le hablaba? ¿Oía otra voz o se hablaba a sí mismo? Sigue ahí, descansa. No abras los ojos. La noche ha sido terrible y te ha vencido. Sigue durmiendo, abre los ojos hacia ti mismo, mira dentro de ti, donde aún te late el corazón, donde están las cenizas de los que habitan tus sueños en las sombras. Pero eran ya las ocho, ¡las ocho! Y abrió los párpados, y no halló cosa en que poner los ojos, que no fuera recuerdo del olvido.