Paolo-Giordano

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Letras

El cuerpo humano

22 marzo, 2013 01:00

Paolo Giordano

Traducción de Patricia Ors. Salamandra. Barcelona, 2013. 346 páginas. 19 euros

No sé si Paolo Giordano (Turín, 1982) ha escogido el título de su segunda novela, pensando en La especie humana (1947), la obra de Robert Antelme sobre su experiencia como deportado en Buchenwald, pero se aprecia una indudable afinidad en su concepción del hombre atrapado en un escenario de intolerable sufrimiento físico y psíquico. En una guerra o en un campo de concentración, el ser humano se reduce a las funciones más elementales: alimentación, digestión, evacuación. Un soldado y un preso se deslizan por la misma pendiente de deshumanización. Después de un tiempo, sólo son un tubo digestivo que necesita aplacar su hambre y expulsar los desperdicios. La conciencia pasa a segundo término y la ética se convierte en una intrusa, que sólo complica las posibilidades de sobrevivir.

El cuerpo humano es un extraordinario relato sobre las penalidades de una compañía de soldados italianos destacada en Afganistán. Paolo Giordano no realiza un juicio político, aunque se advierte su repugnancia moral hacia la guerra, y no cae en la trampa de la novela histórica, donde prevalece la fidelidad al dato y la recreación de la época. Su único propósito es escarbar en la naturaleza humana, observando el comportamiento de un grupo de soldados, con historias y personalidades diferentes, pero condenados a vivir la misma experiencia traumática.

Acuartelados en “La Ruina”, un campamento de Gulistan en la provincia de Farah, la base constituye el único lugar seguro en una zona montañosa controlada por la guerrilla talibán. La misión de escoltar a un grupo de camiones afganos desembocará en un ataque que causará cinco bajas, varios heridos y graves secuelas psicológicas en los supervivientes. Los dos oficiales al mando, René y Egitto, no podrán desembarazarse del fardo de la culpabilidad. Antes de su estancia en Afganistán, René redondeaba su sueldo, ejerciendo discretamente la prostitución con mujeres solitarias y de cierta edad. Un gesto de egoísmo durante la misión le condenará a convivir con un malestar inextinguible, exigiendo una dolorosa expiación. Egitto, el personaje principal, aceptará con menos dificultad el sentimiento de culpa y la necesidad de una reparación. Su condición de médico no procede de una vocación sincera, sino del propósito de aislarse de un mundo que le resulta insoportablemente hostil. De hecho, su adicción a los psicofármacos brota del infortunio de una niñez y una adolescencia ensombrecidas por los conflictos familiares. Su único vínculo con el pasado es su hermana Marianna, devorada por el rencor hacia sus padres. No es una relación de complicidad y afecto, sino el recuerdo permanente de un hogar marcado por la incomprensión y la frialdad.

El cabo Cerdena es un matón de poca monta, que no pierde la oportunidad de humillar a los más débiles. Machista, xenófobo y brutal, alecciona a los más jóvenes, inculcándoles su visión del mundo. Zampieri intenta demostrar en todo momento que ser mujer es compatible con la milicia, pero no logra zafarse de las vejaciones de los mandos. Es imposible citar a todos los personajes en esta nota, pero hay que señalar que Giordano ha logrado dibujarlos en todos los casos de forma convincente y sin caer en estereotipos. Una prosa limpia, elemental, deliberadamente austera y sin afeites, imprime a la novela las dosis necesarias de dramatismo, intensidad y credibilidad. El desierto y las montañas sólo se entrometen para mostrar la impotencia de unos jóvenes destinados a inmolarse en una guerra oscura y lejana.

El cuerpo humano es una gran novela que supera las insuficiencias de La soledad de los números primos (2008), una obra notable, pero con cierta tendencia al sentimentalismo. Paolo Giordano ha evolucionado hacia una perspectiva más áspera y desesperanzada, sin caer en el tremendismo. No hay nada hermoso en la guerra y el ser humano no es propenso al heroísmo, sino a la apatía, la crueldad o la indiferencia. Tal vez por eso la conciencia adulta sólo encuentra refugio en los recuerdos de la infancia. Abatida por la muerte de sus compañeros y por su papel en el incidente, Zampieri se subirá a un neumático y se columpiará, feliz de recobrar por unos instantes la inmediatez de la niñez, cuando no existía nada más allá de las sensaciones y el placer de vivir.