Juan Soto Ivars: "No me da la gana de unirme a ningún bando"
El escritor y periodista publica Un abuelo rojo y otro abuelo facha, una autobiografía que combate el mito de las dos Españas
28 octubre, 2016 02:00Juan Soto Ivars
El escritor y periodista Juan Soto Ivars (Águilas, Murcia, 1985) lleva cuatro años dedicándose a la columna política y está harto de que muchos lectores le pidan que se coloque "en un bando o en otro de una puta vez". Él se niega y en Un abuelo rojo y otro abuelo facha explica por qué. Este libro, recién editado por Círculo de Tiza, es una suerte de "manifiesto contra el mito de las dos Españas", como indica el subtítulo, además de una autobiografía intelectual y sentimental en la que cuenta cómo contrajo el virus de la literatura, cómo se sacó "la mierda de la boca" (el acento murciano) por recomendación de un profesor y cómo esto le sirvió de vacuna contra el nacionalismo, sus primeros años de juergas en Madrid y sus intentos por entrar en el circuito literario, cómo fundó junto a Manuel Astur y Sergi Bellver el movimiento Nuevo Drama y en qué quedó aquello, su temprano tránsito del comunismo al neoliberalismo primero y a la incertidumbre después, además de un pasado familiar repartido entre los dos bandos -y compartido con millones de españoles- que justifica esa "equidistancia" que algunos le arrojan como insulto. Pregunta.- ¿Qué pretende con este libro? Respuesta.- Como empieza a ser muy violento para mí este tema de los bandos, decidí responder con una reflexión sobre la España del enfrentamiento ideológico que coloca al grupo por encima del individuo. Después de darle muchas vueltas, he llegado a la conclusión de que todos somos perros desrazados. Hay muy poco dálmata o pastor alemán aunque muchos presuman de ello. Somos todos una mezcla rara de caniche y fox terrier que un día le muerde a este y otro día a aquel. Entonces el libro aparece así, como respuesta a una presión que me jode y que te dice "sé coherente con tu bando". Pues no, tengo unas opiniones personales como todo el mundo y no entro en ese carnaval de hipocresía. P.- ¿Cómo define entonces su postura política: independencia, sentido común...? R.- Individualismo. Soy un individuo con mis ideas, que tienden a la izquierda, pero no comulgo con ruedas de molino. Desde que ha salido el libro, hace cuatro días, me ha escrito un montón de gente que solo con leer el título dice: "ah, como yo". Y en sus comentarios noto un desahogo, porque es una postura que nadie ha vendido ni celebrado. Tenemos La vaquilla, que habla de esto, y algunas historias más contemporáneas que se han acercado también a esto con el tema de los vascos, como las de Aramburu. P.- ¿De verdad le han llamado facha en Twitter? R.- Sí, a veces. Pero ahora se han inventado la palabra "equidistante" como insulto, que es un eufemismo para "traidor". Al traidor se le persigue con infinita mayor ferocidad que al enemigo. Lo he notado en la izquierda porque es donde más me muevo, pero sé que en la derecha también pasa. Un tipo muy panfletario de izquierdas, de estos que te insultan sin conocerte de nada y que a lo mejor son incluso columnistas, nunca le va a hablar así a Jiménez Losantos, que es su enemigo, porque está en el otro extremo y los extremos se respetan. Es curiosísimo y muy duro. Por ejemplo, ahora se supone que el tío más facha de España es Pérez-Reverte, pero no es facha, es un tío que no es ni de izquierda radical ni de derecha radical. Tiene una personalidad muy fuerte que puede resultar desagradable por bravucón, e incluso puedes pensar que es gilipollas en un momento dado, pero tampoco es tonto. Lo que tiene es una postura ideológica muy parecida a la mía, y lo que dice en Falcó es que no hay buenos. Estoy seguro de que es antifranquista y republicano, pero van a por él porque se ha atrevido a decir que nadie tiene el monopolio de la bondad en la Guerra Civil. El otro día me dijeron que soy el nuevo Sostres. ¿En serio? El riesgo de que te pase esto es rebotarte y convertirte de verdad en Sostres. He visto a gente que le ha pasado eso, pero yo no voy a permitir que me pase. P.- También habla en el libro de la corrección política. ¿Es un fenómeno que ha venido para quedarse? R.- En esto de los bandos la corrección política es especialmente injusta. ¿Quién está atacando ahora con más fuerza la corrección política? La extrema derecha, porque quiere expresar su xenofobia, su machismo, etc. Yo estoy en contra de todo eso, pero también de la corrección política. En Estados Unidos, por ejemplo, solo ha servido para tapar una olla a presión de racismo que ha terminando estallando. La corrección política es como la homeopatía, cree que borrando palabras del discurso público se borran los problemas de la sociedad. Que inventen una quimioterapia que elimine la xenofobia, el machismo y todo lo demás y yo la defenderé, pero no me hagas defender una homeopatía y encima a costa de una clase de humor y una clase de expresiones literarias que forman parte de la libertad de expresión. Ahora estoy preparando un trabajo de fondo sobre la corrección política examinando un montón de casos, y también publiqué hace poco un reportaje sobre el tema en Papel. Antes de que pudiera leerse ya me estaban llamando machista, racista, Trump y cosas así en Twitter. P.- Precisamente otro de los asuntos que trata en el libro es la tiranía de internet y de las redes sociales, la adicción que nos provocan, el tiempo que nos quitan para leer, su conversión en escenario para el linchamiento público... ¿Puede que todo esto no sea más que una moda pasajera? R.- No sé hacer predicciones, pero quién sabe, quizá pueda pasar lo de Black Mirror. En una de las novelas que tengo en el cajón imagino un futuro dentro de dos generaciones en el que ya casi nadie usa internet. Lo que está claro es que internet va a cambiar y vamos a aparecer todos con nombres y apellidos. Cada vez que entres en internet vas a ser el tío al que se le puede multar por aparcar mal. Ya no vas a poder ser Barbijaputa sin más. Internet será un mecanismo de control, que ya lo es, pero será más perfecto. Entonces la gente dejará de usarlo tanto, empezaremos a desconfiar. Parece que Google es progre y son los dueños del mundo sin que nadie les haya votado. Están por encima de la democracia, es terrorífico. P.- ¿Cómo recuerda aquellos primeros años en Madrid intentando abrirse un hueco en el mundillo literario, su tertulia de escritores inéditos, el movimiento del Nuevo Drama...? R.- En esa época yo pensaba que el sistema literario seguía existiendo, pero no. Ignacio Merino creía que la cosa se iba a sostener. Como él, infinitos escritores se han ido a la mierda. Sobre todo los de la parte central de la clasificación. Los primeros, Pérez-Reverte, Marías, etc., se han mantenido. Aunque ahora Marías vende mucho menos, está asustado el hombre y tiene motivos. El mundo de los escritores se ha extinguido por varias razones. Una es que no se han generado lectores. Los planes de estudio hacen que los alumnos aborrezcan la literatura. Por otro lado, la crítica literaria ha perdido su prestigio. La gente ya no cree a los críticos, porque decían que un libro era la novela del año y luego la leías y te parecía una basura. Este desprestigio de la crítica impide que los nuevos escritores sean conocidos, porque cuando te dicen que un escritor de 20 años es la hostia ya no te lo crees. Y por otro lado está internet, que ya no nos deja tiempo para leer. P.- En una parte del libro explica con ironía que hay dos caminos posibles para el escritor, el de los lectores y el de los críticos. Si se opta por el segundo, recomienda enrevesarlo todo y hacer ver que se es un tipo muy leído. ¿Era esto contra lo que pretendía rebelarse el Nuevo Drama? R.- Sí. La posmodernidad también le ha hecho daño a la literatura, porque ha hecho creer, a través de críticos entregados, que era el camino por el que tenía que discurrir la literatura en un momento en el que más que nunca la gente estaba buscándose a sí misma en los libros, porque estamos en un momento de conflictos de identidad. A mí me parece paradigmático el caso de Sergio del Molino, uno de mis compañeros de generación que más me gustan. Primero escribió unos relatos raros, luego se hizo famoso con una novela muy personal sobre un golpe tremendo que le dio la vida, la muerte de su primer hijo; después sacó otra novela para mi gusto mucho mejor, Lo que a nadie le importa, y ha pasado sin pena ni gloria; y finalmente ha alcanzado la celebridad con un ensayo sobre un problema social, el de la España que se vacía, y lo llaman de todas las radios y vende seis o siete ediciones. Eso nos dice que a los lectores no les importa que sea un gran escritor capaz de hacer magia con la literatura, la gente lo que quiere es que le digan dónde estamos y qué pasa aquí. Y la posmodernidad está fuera de todo esto, es para cuatro gatos y 45 pelagatos que se compran el libro y no lo leen pero cuelgan una foto de la cubierta en Instagram. Y que conste que hay libros interesantísimos dentro de esa corriente. Yo he leído a Jorge Carrión y a Miguel Ángel Fernández, me gustan algunos libros suyos. Pero están fuera de la literatura popular. P.- ¿Entonces está en contra de la frontera entre la literatura seria y la popular? R.- Esa barrera no tiene sentido. Pérez Andújar es poético, maravilloso, sensible, culto, hace literatura popular y quiere hacerla, lo suyo es una posición política. Coge los cómics, Mortadelo, El víbora, la Banda Trapera del Río y hace un libro sobre Barcelona, Paseos con mi madre, que lo puede leer mi abuela y le encanta, o tú, o yo, o Carrión. Jonathan Franzen también es popular, lo puede leer cualquiera y literariamente está a kilómetros de muchos escritores que van de posmodernos. Cada uno tiene que escribir lo que le apetezca, lo malo es que unas cosas se encumbran y otras se desprecian. P.- ¿Tiene la sensación de haber dado voz con este libro a buena parte de su generación? R.- Me he dado voz a mí, pero sí creo que había un silencio tenso en este espacio de los que no estamos en un bando o en otro porque no nos da la gana. Espero que este hueco empiece a llenarse, que estas voces se expresen. Ya está bien de hablar todo el día de fachas y de rojos. @FDQuijano