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Letras

40 años después, el 23-F deconstruido

Cuando se cumplen cuatro décadas del golpe de Estado, reunimos a siete historiadores que valoran la trascendencia de la intentona que, paradójicamente, consolidó la Transición

23 febrero, 2021 09:06

“¡Quieto todo el mundo!”. Entre los fantasmas de nuestra memoria colectiva, el grito del teniente coronel Tejero evoca aún con fuerza unas horas que pudieron cambiar decisivamente el rumbo de nuestra historia. El 23 de febrero de 1981, mientras Milans del Bosch se apoderaba de Valencia con 2.000 soldados y 50 carros de combate, Tejero, con un puñado de guardias civiles, asaltaba el Congreso de Diputados durante la votación de la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno.

Fueron, sí, horas de incertidumbre y angustia que solo terminaron cuando el Rey tomó la palabra la madrugada del 24 y en un discurso televisado defendió la democracia, la libertad y la Constitución. Cuarenta años después, historiadores de muy distinto cuño valoran la importancia y trascendencia de la intentona que, paradójicamente, consolidó la Transición.

El problema no fue el golpe sino ETA

Juan Pablo Fusi
Catedrático de la UCM

El 23-F fue la mayor amenaza frontal al proceso de la transición a la democracia en España tras el fin de la dictadura, que se produjo además cuando, tras la aprobación de la Constitución, la celebración de dos elecciones generales y la formación de los primeros gobiernos autonómicos, la democracia parecía ya consolidada. El fracaso del intento de golpe de Estado reforzó la apuesta social y política de la sociedad por la reafirmación de España como país democrático y europeo, y por el espléndido sistema político plasmado en la Constitución de 1978.

Conviene tener presente que transición significa paso más o menos rápido de un estado o modo de ser a otro. En nuestro caso, pronto pasó a englobar un periodo amplio: o 1975-1982 (por el triunfo de los socialistas en las elecciones de este último año), o 1975-1985 (año en que se firmó la entrada de España en Europa), o para definir todo el reinado de Juan Carlos I. Sea como sea, el fracaso del intento de golpe del 23-F reforzó obviamente la democracia española. La Transición –sea cual sea la cronología que usemos– constituye uno de los mejores momentos de la historia contemporánea española. Fue la respuesta a la crisis permanente de España como Estado y nación en los siglos XIX y XX. El gran problema no fue el 23-F: el gran problema de la Transición fue ETA (859 muertos en total, 95 % de ellos entre 1975 y 2011; peor año, 1980 con ¡93 muertos!).

Afortunadamente, la historia ha sabido valorar muy positivamente y desde el primer momento el papel decisivo de Juan Carlos I en la derrota del 23-F, la emocionante gallardía y dignidad con que Suárez y Gutiérrez Mellado se enfrentaron en el hemiciclo del Congreso a los golpistas, y en general la conducta de la clase política. Fueron igualmente memorables las gigantescas manifestaciones de apoyo a la democracia que tuvieron lugar después del fracaso del golpe en toda España. Espero que España recuerde todo ello siempre; que nadie tenga la miseria moral y política para cuestionar y empobrecer la Transición. La historia de los historiadores empieza ante todo por ser verdad: la Transición (y la derrota del 23-F dentro de ella) fue un gran momento histórico.

Una Transición imprevisible

Mercedes Cabrera
Catedrática de la UCM y exministra

El intento de golpe de Estado fue la muestra de lo delicada, difícil e imprevisible que fue la transición a la democracia. Fueron muchos los que inicialmente, dentro y fuera de España, desconfiaron de su éxito a la vista de nuestra historia. No deberíamos olvidar que el consenso entre las fuerzas políticas se forjó día a día, al hilo de los acontecimientos y frente a obstáculos difíciles de salvar, entre ellos el tradicional intervencionismo de los militares en la vida política. Pero el golpe fue también un punto de no retorno y abrió el proceso de consolidación de la democracia. La respuesta fue la mayor demostración de esa voluntad por parte de los partidos políticos, de las instituciones y de la propia sociedad, que salió masivamente a la calle para manifestar su repulsa.

El desencadenante fue el cruce de movimientos conspirativos de distinto alcance entre ciertos sectores militares, favorecidos por decisiones como la legalización del Partido Comunista, la conflictividad social y, sobre todo, por la dureza del terrorismo en aquellos momentos. Sin olvidar la persistencia de sectores absolutamente reacios al orden democrático. El contexto necesario fue el desgaste del gobierno de Adolfo Suárez, la vía libre que pareció abrirse para desafiarlo, desde dentro de su propio partido y desde otras fuerzas políticas, en unos momentos en los que todavía no había cuajado un sistema de partidos estable.

Hoy sabemos, gracias al trabajo de los historiadores, lo que ocurrió y la amenaza que supuso. Si los enigmas que puedan quedar por desvelar se refieren a la trama civil que pudo haber detrás o a la actuación del rey Juan Carlos, no creo que arrojaran más luz ni interpretaciones diferentes.

Es cierto que ha pasado mucho tiempo y que pueda parecer que se ha olvidado aquel momento. Deberíamos recordarlo para poner en valor la complejidad de aquella transición a la democracia, los obstáculos y los riesgos que existieron, que nunca deberían menospreciarse, y la voluntad política de superarlos. Ese fue el inmenso valor de la Transición.

Confirmó la amenaza del involucionismo

Mónica Fernández Amador
Profesora de la Universidad de Almería

El 23-F fue la constatación más evidente de que el peligro de involucionismo era real y de que había una parte de la sociedad, incluyendo a militares y civiles, que no deseaba que en España se siguiera avanzando hacia un sistema democrático homologable al de los países de nuestro entorno. De hecho, no hay que olvidar que la amenaza de una intervención militar, el llamado “ruido de sables”, estuvo presente durante toda la Transición y que fueron varias las conspiraciones que se planearon durante esos años.

Por tanto, más allá de destacar la importancia de su fracaso, el 23-F debe servir para concienciar e insistir en que el proceso de transición a la democracia iniciado tras la muerte de Franco no fue tan fácil ni tan perfectamente planificado como en muchas ocasiones se ha señalado sino que estuvo condicionado por diversos factores que condicionaron su desarrollo y que, incluso, podían haber provocado que el resultado hubiera sido otro o el contrario. Y uno de ellos fue la pervivencia, aunque minoritaria, de un sector inmovilista que se resistía a la desaparición del régimen franquista.

Fuera de nuestras fronteras, el 23-F puso de manifiesto que una parte de los militares no había comprendido que su lugar no era la política, pero también que la mayoría de la población civil, de los políticos e incluso del Ejército no coincidía con las ideas de la intentona.

Uno de nuestros mitos fundadores

Juan Francisco Fuentes
Catedrático de la UCM

Consolidó la democracia en vez de acabar con ella, como pretendían los golpistas, puso fin a la tradición de los pronunciamientos militares y añadió una dosis de épica y dramatismo a la transición democrática. Por eso se convirtió en uno de los mitos fundadores de la actual democracia española y por eso la extrema derecha entonces y hoy el independentismo y un sector de la izquierda se han empeñado en crear una imagen alternativa de lo que pasó.

La democracia le debe algunas de las imágenes más emotivas y poderosas de la reciente historia de España, como la del general Gutiérrez Mellado haciendo frente a Tejero o la de Suárez sentado en su escaño, sin humillarse, mientras los golpistas ametrallaban el techo del hemiciclo. Son imágenes que los enemigos de la democracia nunca podrán borrar y que los españoles debemos honrar y recordar.

Es difícil saber hasta qué punto los relatos tóxicos que nos pretenden hacer creer que todo fue al revés de como ocurrió han calado en la ciudadanía. Ciertamente, la tendencia a tergiversar lo que pasó puede resultar desagradable, pero forma parte de las reglas del juego de una democracia, que supone, por definición, una memoria plural e incluso negligente sobre su propio pasado, frente a las dictaduras, que imponen siempre una memoria incuestionable.

Despejó las dudas sobre España

Julián Casanova
Catedrático de la Universidad de Zaragoza

El fracaso del golpe despejó algunas dudas sobre el apoyo de un sector importante del ejército al autoritarismo y en contra de la democracia, pero eso no fue algo inmediato porque en los meses siguientes el Gobierno de Calvo Sotelo, muy debilitado en medio de la gran crisis de UCD, renunció a investigar a fondo la trama golpista del 23-F.

Sólo 32 militares y un civil se sentaron en el banquillo de los acusados en el juicio por rebelión militar abierto en febrero de 1982. Por otro lado, las manifestaciones multitudinarias que se celebraron en toda España el 27 de febrero de 1981, con varios millones de ciudadanos ocupando las calles para apoyar la democracia y la Constitución, dejaron muy claro el rechazo del militarismo y de la dictadura por parte de un sector muy importante de la población. Cuarenta años después falta confrontar esta historia de forma libre, sin mitos ni usos políticos.

Hay muchos libros buenos de historia sobre ese acontecimiento y lo que se necesita es incorporarlo de verdad a las enseñanzas de la historia en los centros de secundaria y en las universidades. Y no verlo como un episodio aislado o como el fracaso de un golpe gracias a la mano casi divina del Rey, sino respetando los análisis historiográficos y de sólida investigación periodística o desde las ciencias sociales.

Fue el punto decisivo de inflexión

Ángeles Egido León
Catedrática de la UNED

Un antes y un después. Eso fue lo que supuso el 23 F para la entonces casi balbuceante democracia postfranquista. Por eso, además, precisamente el fracaso del golpe ratificó la viabilidad de la democracia en España. Desde mucho antes de que falleciera Franco, la sociedad española había ido evolucionando por encima de lo que habían hecho las instituciones del régimen. La muerte de Franco desencadenó la salida a la luz de esa evolución. Resultaba difícil mantener la misma estructura del régimen cuando Europa y la propia España iban muy por delante. Era evidente que la situación iba a cambiar y hasta las propias Cortes franquistas lo entendieron así. La coyuntura internacional también era propicia y el PSOE y el propio Felipe González supieron comprenderlo y beneficiarse políticamente de ella. La incorporación plena de España a las instituciones europeas fue un paso decisivo para legitimar la democracia en España que pudo, por fin, asimilarse al resto de los países de su entorno.

En cuanto a la causa, hoy resulta evidente que fue el deseo de involución. Un remanente del franquismo –aunque fuera ya minoritario– no estaba dispuesto a renunciar a él. La España posterior a la guerra civil se construyó sobre los principios de los vencedores. Los que la perdieron quedaron excluidos: dentro (en el exilio interior) y fuera (los que nunca pudieron volver). Tras la muerte de Franco, esos sectores más radicales del anterior régimen no se resignaban a asumir el cambio e intentaron revertirlo recurriendo al mismo sistema que le había llevado al poder: un golpe de Estado.

Ahora, cuarenta años después de todo aquello, ya ha pasado demasiado tiempo y las huellas se han borrado. No hay demasiado interés, a mi juicio, en recuperar sus claves ignoradas. El 23 F ya pertenece al pasado, pero aún hoy es difícil olvidarlo. Fue un punto importante de inflexión. Creo que el papel de Juan Carlos I en aquel momento decisivo es reconocido por todos, pero eso no le exime de cumplir ahora con sus obligaciones fiscales, como todos los españoles. La ley debe aplicarse para todos, independientemente de su condición. La Monarquía parlamentaria, a mi juicio, quedaría reforzada si así lo hiciera.

Reforzó el sentimiento democrático

Nigel Townson
Profesor de la UCM

L a asonada golpista del 23-F provocó una sacudida tanto en la sociedad como en la política nacional. Contrariamente a las intenciones de los conspiradores, el intento de golpe de Estado reforzó el sentimiento democrático, como demostraron las manifestaciones de millones de españoles el 27 de febrero de 1981, en defensa del nuevo régimen. El primer impulso del presidente del gobierno de la UCD, Leopoldo Calvo Sotelo, fue reactivar la política de consenso. Encontró un colaborador muy dispuesto en Felipe González, que entendía que había que apoyar al gobierno en medio de la crisis más grave de la democracia hasta ese momento.

En las elecciones generales de octubre de 1982, la amenaza del 23-F –agravada por el descubrimiento de otro complot militar a principios de aquel mes– convirtió la campaña electoral en una gran afirmación de la democracia, como se reflejó en una participación electoral altísima (79,8 %, un 12 % más que en las elecciones generales de 1979). No es de extrañar que estas elecciones enterraran el fantasma del desencanto que tanto daño había hecho a la nueva democracia.

La victoria aplastante del PSOE marcó un hito en la consolidación de la democracia. El nuevo régimen había generado un gobierno alternativo en solo seis años, cuando la República Federal de Alemania tardó 20 años y la República italiana casi 50. Durante los 14 años siguientes, las políticas socialistas afianzaron las instituciones y prácticas democráticas. Sin embargo, la consolidación definitiva de la democracia llegó con el triunfo del Partido Popular en las elecciones generales de 1996 ya que supuso la plena incorporación tanto de la izquierda como de la derecha en el marco democrático.