Los primeros relatos del maestro D. H. Lawrence anticipan su fama de autor "pornográfico"
Los cuentos del escritor conservan una frescura natural que advertimos en los personajes de sus historias, revelando su verdad humana
2 noviembre, 2022 01:53Vivimos sujetos al comercialismo editorial que vende entretenimiento como literatura, favoreciendo el mercado de los productos del populismo intelectual, que se fijan solo en los genes para predecir el avance humano, desdeñando el influjo del medio ambiente (Yuval Noah Harari), y se beneficia de la subyugación digital, mientras la influencia social de la literatura parece jibarizarse.
Leer a D. H. Lawrence (1885-1930) puede ser el tónico necesario para curar ese acoso, pues sus páginas te acercan al ser humano, a las emociones que nos embargan, y que a veces no sabemos manejar, como el efecto producido por la cercanía física de un cuerpo ajeno. Sus cuentos y novelas conservan una frescura natural que advertimos en los personajes de sus historias, revelando su verdad, humana, física y social.
Este gran escritor consiguió lo mismo que Shakespeare: reflejar las emociones recónditas que alberga el alma, la conciencia. Ninguna ciencia, biológica o digital, consigue duplicar ese conocimiento. La literatura constituye el oxígeno del espíritu, basado en ese extraordinario sistema de signos que denominamos la lengua. Precisamente los cuentos reunidos en este volumen que edita Páginas de Espuma, los primeros publicados por el autor, cuando todavía la cercanía a su tierra natal, a los orígenes, a la familia, a Eastwood, el pueblo minero donde creció, cercano a Nottingham, donde atendería al colegio e iría a la universidad, cargaban de experiencia su persona intelectual y emotiva.
[La carta de amor de Catherine Millet a D. H. Lawrence]
El ser hijo de minero apenas letrado, haber crecido en una familia con dos hermanos y dos hermanas, y vivir muy apegado a su madre Lydia, una persona culta, le proporcionó una base experiencial, que se vio ampliada por su amor a la literatura, a la lectura, que le llevaría a ser maestro, y poco a poco ir entrando en el mundo de la literatura, publicando poemas y cuentos, la antesala de sus novelas Hijos y amantes, Mujeres enamoradas, El amante de lady Chatterley. La crítica de su tiempo tildó de pornográficas a estas obras, cuando en realidad el propósito del autor era que los lectores, sus conciudadanos ingleses, hablaran del sexo con claridad, sin tabúes. En 1912 conoció a Frieda Weekley, seis años mayor que él, que sería su compañera de por vida.
El lector de esta primera entrega de los relatos disfrutará de esa riqueza de experiencia humana, de la mirada a nuestro adentro que permitió la introspección del arte modernista, avalada entre otras fuentes, por el desarrollo de las ciencias de la mente, especialmente por las teorías desarrolladas por Freud, que abrieron la puerta a representar lo que tenía lugar en las galerías del alma, la afortunada expresión de Antonio Machado. Y también notará la riqueza del lenguaje, la fuerza de la lengua del escritor inglés, pues estos cuentos rebosan de frases, de párrafos, llenos de aciertos expresivos.
La maestría de este primer Lawrence aparece ligada con su fuerza al representar el amor, el desamor y los instintos humanos
Al comienzo del libro encontramos el cuento "La media blanca", donde Lawrence presentó sus credenciales como narrador. La historia cuenta la relación entre Whiston, un joven de 28 años, su mujer Elsie, y el que fuera el jefe de ambos, Sam Adams. Con extraordinaria sutileza, el narrador cuenta el incidente que permite explorar el tema del atractivo sexual frente a la seguridad que ofrece el acogerse al matrimonio, donde Elsie se siente protegida, si bien anhelante en el fondo de la aventura.
Sam Adams, un hombre en la cuarentena, ofrece cada año un baile de Navidad a sus empleados, al que acude el matrimonio dos años antes, siendo novios todavía. Whiston no baila, ocasión que aprovecha Adams para intentar seducir a Elsie. Casi lo consigue. "Sintió que su calor iba penetrando en ella, cada vez más cerca, que se fundiría con ella, que la volvería líquida, la convertiría en pura embriaguez" (30). Luego, insiste cada año con regalos el día de San Valentín, pero al final, la tentación se disuelve.
En "El viejo Adán" (pág. 163) encontramos un nuevo trío, el del matrimonio Thomas y el de su huésped, el señor Severn, y Lawrence se vale de nuevo del contraste entre dos hombres para desvelar los motivos de nuestra conducta, por ejemplo, la mujer que toma partido por la opinión de su marido porque siente lástima de él y no quiere que le ofenda la seguridad intelectual del joven Severn, aunque como en el caso del tema del sufragio femenino, tenga que ir contra las mujeres.
El cuento más renombrado de la colección, "El aroma de los crisantemos", narra la historia de un matrimonio que nunca llegó a ser una unión. A la puerta de la casa hay una mata de crisantemos; Elizabeth, la mujer, recoge un puñado y se lo prende en el mandil, el símbolo de la felicidad, de la suerte, una burla que le juega el destino, porque ella y Bates, su marido, nunca llegaron a sentirse juntos. Cada uno ha permanecido tozudo en su quehacer, ella en la casa, él ganando el jornal en la mina, pero indiferentes a cuanto no sean ellos mismos.
D. H. Lawrence consiguió lo mismo que Shakespeare: reflejar las emociones recónditas que alberga el alma, la conciencia
Con el tiempo, Bates busca compañía en la taberna, y desatiende los momentos familiares, como presentarse a cenar. Cuando un día trágico el marido muere en la mina, y lo traen a casa, la esposa con ayuda de la suegra limpia y amortaja su cuerpo. La mujer intenta abrazar su cuerpo, establecer una comunicación, pero el cuerpo del muerto resulta impenetrable. Lawrence llega aquí con su pluma al corazón de hielo, cuando las relaciones rotas por la muerte arrojan un momento de frío, de no sentir nada. Hasta el cuerpo desnudo del marido le parece el de un desconocido, alguien al que no conoció, incluso le da vergüenza, ya que sólo se habían encontrado en la sombra.
Otro de los mejores relatos se titula “El oficial prusiano. (Honor y armas)”. El capitán, un arrogante aristócrata, que tortura a su ordenanza, un hombre con "unos ojos oscuros e inexpresivos, que parecían no haber albergado nunca un pensamiento, como si se hubiera limitado a aceptar la vida directamente a través de los sentidos y actuaran impulsados por el instinto" (pág. 449). La historia viene a contar cómo “la seguridad instintiva y ciega de animal joven y libre” (pág. 450) exaspera al oficial, un hombre más culto y cerebral, pero que se deja llevar por sus inclinaciones más bajas, tanto que no ceja de fustigarlo, de comportarse injustamente con él.