Crítica de 'La ternura', primera novela de Paula Ducay: un giro a la narrativa actual
La ópera prima de la cocreadora del pódcast Punzadas Sonoras es conmovedora, serena y profunda. Una pequeña joya.
26 marzo, 2024 01:34Conmueve esta ópera prima de Paula Ducay (Santiago de Compostela, 1996) por serena y profunda; porque atañe a lo humano y es generalizable; porque se detiene en lo que normalmente pasa inadvertido y porque le da un giro a la narrativa actual, a veces demasiado ensimismada, o pretenciosa, o fatigosa.
De la autora se conocen pocos datos. Es graduada en Filosofía, editora y traductora, y colabora en medios de comunicación dentro de un entorno cultural. Además, codirige el pódcast Punzadas Sonoras en el que se mezcla la filosofía y la literatura.
La ternura es una pequeña (o grande, según se mire) joya en este mundo turbulento, indiferente y despegado. Cuenta una historia mínima que se ramifica y que, paralelamente, desarrolla raíces que colonizan el subsuelo, transformándose ante los ojos del lector y convirtiéndose, como dice el poeta Luis García Montero, “en materia de asombro”.
Naima y Marco son compañeros de trabajo. Hablan, se conocen y han conseguido tejer una relación que trasciende lo meramente profesional. En sus conversaciones, se han dado cuenta de que se entienden y de que pueden fiarse uno del otro, a pesar de que ella es más joven.
A veces, como sabemos, es más fácil hablarle a un extraño de las cosas que ocupan nuestra alma y nuestro corazón, y ellos han tenido la suerte de encontrarse. Durante las vacaciones, Marco invita a Naima a pasar unos días en la casa familiar, en Italia. Allí convivirán con Elisa, la mujer de Marco; Martina, su hija de pocos años; Clemen, la vieja criada, y Lia y Aldo, los padres de Elisa.
Cuenta una historia mínima que se ramifica y que, paralelamente, desarrolla raíces que colonizan el subsuelo
La novela se desarrolla en un tiempo –el verano– y un lugar –una casa en el campo, cerca del río y próxima al pueblo– idílicos que propician los encuentros y los diálogos entre los personajes; también los silencios que la maestría de Ducay convierte en un elemento primordial de la trama.
Su sensibilidad y su capacidad de observación escrutan con detalle las entrevistas, los acercamientos, las miradas, la expresión de los rostros…, en definitiva, todo lo que normalmente no notamos o todo lo que de forma habitual no retenemos porque la vida corre veloz y nos obliga a pasar página.
En esos silencios y en esos gestos bucea la escritora para construir una historia abiselada, indirecta y graduada, con una sutileza que trasciende y obliga a pararse y a leer despacio. Acostumbrados a las pinceladas gruesas y a la grandilocuencia, es una actitud que se agradece.
Esos días en Italia serán reveladores para todos. Naima siente la punzada leve de los celos –hacia Elisa y la pequeña Martina, sobre todo–, aunque entiende la situación. Pero también notará la empatía y el afecto de la esposa, capaz de captar una realidad que no puede expresarse con palabras y de aceptar con generosidad lo que se desprende de la naturaleza humana.
Incluso se verá obligada a rescatar antiguos sentimientos y a preguntarse sobre su actitud recelosa y contraria al compromiso. Y lo mismo les pasará a los demás protagonistas que, ante la presencia insólita de Naima, verán alterada su relación con el entorno.
Paula Ducay ha escrito un libro delicado y preciso (hasta donde es posible la exactitud) sobre los sentimientos y las relaciones entre las personas, una historia íntima en la que se pone el foco sobre lo que no nos decimos mientras hablamos, sobre lo que esconden nuestras palabras y nuestros ademanes. Lo hace rescatando afectos indecibles, algunos porque son inconfesables y otros porque el lenguaje es incapaz de expresarlos.
La obra, hermosa y sosegada, es también una meditación sobre las historias que dejamos ir, y refleja nuestra necesidad de dar y recibir ternura.