'El vientre hinchado', de Luis Martín-Santos: lee el comienzo de su novela inédita
Luis Martín-Santos Laffon, hijo del escritor, selecciona las primeras páginas de la obra, incluida junto a la novela 'El saco' en el tercer volumen de sus obras completas, que publica Galaxia Gutenberg.
Era una casa chata y cuadrada y todo en ella era seco y duro a causa de estar muy adentro en el país, donde el polvo es polvo, en un lugar al que el olor del mar no llegaba nunca. Tenía dos árboles flacos en el corral y un pozo de donde sacaba agua y un campo de almortas alrededor que iba cayendo hasta el bajado, donde el calor era más grande; no las había sembrado él, sino que nacían puestas por la mano de otro en la tierra pero, como si las hubiera puesto la suya, las veía crecer alrededor de la casa, en la tierra que era suya.
Todos los días, cuando el sol había llegado hasta arriba y se había posado sobre sus hombros muy pesadamente, sabía que estaba solo y allí permanecía, solo en la tierra, mirando al campo. No había mujeres en aquella casa, ni tampoco perros; sólo un criado algo imbécil que dormía en la misma cocina, junto al fuego, en invierno y luego, en verano, sobre la paja amarilla del año pasado, todavía no húmeda ni podrida, con insectos que no le daban miedo. El criado lo era desde niño y siempre había servido al amo, primero de pastor (y entonces había tenido perro), luego de gañán (y el amo le explicó lo que tenía que hacer en la tierra) y ahora también limpiaba la casa cuando el amo se lo decía, aunque la comida de gachas la ponía el amo al fuego con el agua y la sal y un poco de aceite. Tomaban ambos de las gachas por igual, pero el amo tomaba después una loncha de lomo embutido que había estado en una olla de aceite desde un año antes, y al criado no le parecía mal porque todo estaba así dispuesto desde hacía mucho tiempo y en la época de mayor trabajo, tenía la fruta y el poco de tocino.
El pan, cuando sólo era de tres días o cuatro, se envolvía en las gachas y se empapaba en el caldo y sabía bueno mordido, escurrido el líquido a lo largo de los dientes y luego hacia atrás, blando, pero luego era ya más duro, aunque siempre se ablandaba algo en el caldo y los domingos, el amo echaba algo de aceite encima del pan del criado y del suyo propio y recitaban la letanía lauretana que el amo tenía en un libro negro.
–Trae las gachas –y le miró en las cejas pobladas y en la boca abierta y en toda la cara como torta o pan blando, poco hecho. El amo miraba al criado cuando le hablaba. Miró cómo el cuello ancho se inclinaba sobre las brasas y con las manos sacaba del fuego el cazo con las gachas y no se quemaba aunque estaba caliente porque, en las manos callosas, no llegaba a doler el calor sino que se dejaba estar allí como otra tierra.