Ensayo

Un encuentro. Conversaciones con K. Fleishmann

Thomas Bernhard

14 febrero, 1999 01:00

Traducción de Miguel Sáenz. Tusquets. Barcelona, 1998. 158 páginas, 1.800 pesetas

Se desaprovecha una ocasión para adentrarnos en una obra excepcional que admiramos y se nos presenta una y otra vez la imagen de un autor atrabiliario y decididamente
vulgar

E ste libro recoge fragmentos de entrevistas hechas a Thomas Bernhard por Krista Fleischmann para la televisión austríaca entre los años 1981 y 1986, en lugares como Mallorca, Viena y Madrid. Es un libro, a primera vista, decepcionante, que se lee a veces con una mezcla de sorpresa e irritación. A diferencia de otros, se desaprovecha una ocasión para adentrarnos en una obra excepcional que admiramos y se nos presenta una y otra vez la imagen de un autor atrabiliario y decididamente vulgar.
Llaman la atención sus irreverentes comentarios sobre los calzoncillos del Papa y del carpintero en Castelgandolfo; el cachondeo sobre lo que le mantiene vivo: la camisa blanca en el cielo y la pensión mínima; sus cavernícolas apreciaciones sobre las mujeres que "tienen sentimientos, pero no inteligencia", como lo demuestran al voIante del coche, pero que saben rentabilizar astutamente su victimismo; el desprecio que muestra hacia sus traductores ("traducir es un trabajo horrible, de criado"), incomprensible en el caso de Miguel Sáenz; desprecio que extiende a los "mayores zopencos" que son los intelectuales, a las subvenciones culturales y por eso a los artistas "no se les debe dar nada, sino ponerlos en la calle"; no puede soportar el hedor de la literatura colocada en estanterías; aunque sus mejores gra-
cias las guarda como siempre para Austria ("tengo mi corazón colgado en Casa Austria"); y esta vez reparte generosamente un poco para nosotros, los españoles; un país del que le encanta su "paisaje sarnoso", que "en el fondo es como un gigantesco montón de basura", y que resume la quintaesencia del mundo en esa carnicería abyecta y repugnante que son las corridas de toros; en el fondo, lo que le gustaba a Bernhard de nosotros, aparte del clima para sus pulmones, son cosas como esa "tarantela mexicana" que canta siempre Plácido Domingo, el que no nos entiende, "y de esa forma, en España una tontería se vuelve para mí filosófica. Una imperial tontería... al fin y al cabo, España es un reino".
Podríamos seguir... y también volver a leer el libro en una clave distinta. En realidad, ya hay un aviso cuando le pide al cámara Wolfgang Koch imágenes poco convencionales, las que suelen desecharse, para hacer luego con ellas la película. Desde un pensamiento en imágenes, este libro insólito se nos aparece ahora como la mirada oblicua al corazón de la obra de Bernhard. Para eso hay que tener en cuenta su decidida voluntad de no escribir para un público, sino para actores y personajes, para expresar su malestar, en definitiva para sí mismo convertido en ellos. En una de sus obras nos asegura que "en el fondo todo lo que se dice es cita" (Andar), y en ésta sacamos la conclusión de que en el fondo todo lo que dice es autocita. A ese juego debemos atenernos si queremos sacar algo más que nuestra virtuosa indignación ante sus provocaciones.
El punto en el que se entrelaza este libro con el resto de la obra de Bernhard es la metáfora existencial del teatro del mundo. El barroquismo lógico de los personajes trastornados de Bernhard tiene su antecedente más claro en el Elogio de la locura de Erasmo, en el cuaderno de bitácora de la "nave de los locos". El motivo de la escritura está claro: "escribo porque hay cosas desagradables". Más aún: "...el ser humano picotea como una gallina las cosas sabrosas, que son naturalmente los defectos. Lo demás no tiene interés". Desde su propia experiencia, la sociedad aparece caracterizada ya en El Sótano como un inmenso poblado de Scherzhauserfeld del que no se sale nunca. De esa experiencia ha sacado la conclusión de que "todo es en vano", la expresión máxima del nihilismo consumado. Y, sin embargo, al final se resiste, y uno levanta la cabeza, dice lo que cree que es verdad y la vuelve a bajar. ése es su caso. pero, ¿por qué? En Trastorno, afirma: "le fascinaban los seres humanos en su infelicidad". En Ungenach precisa: "pero la fascinación del absurdo (Reitmayer) no nos ha dejado caer en una auténtica desesperación". En estas entrevistas insiste una y otra vez que es esa curiosidad fascinada y deshumanizada el motor de su escritura. No pretende cambiar el mundo porque "no se puede cambiar nada" y "yo no predico nada", sino que solo es un señor que quiere describir lo que ve y ganar dinero con ello. Como su admirado Schopenhauer (hay que corregir en el libro: no era el hermano sino el hijo de Johanna) es un pesimista que ha estudiado comercio, es decir, que sabe venderse: "yo soy comerciante y pido lo que valgo". Para ello es menester exagerar, como cuando era periodista, y el resultado es que "todo lo escrito es una falsificación": que verdad y mentira son conceptos intercambiables, y que "todo es siempre a costa de los demás".
Cinismo, sin duda. Pero, añade, ¿qué se puede esperar en un mundo que manda leche en polvo a los desiertos de áfrica que no tienen agua para disolverla? La locura universal hace que no se pueda tomar en serio lo serio que, como en Erasmo, los grandes filósofos sean los mayores "payasos de la historia y él mismo un "buitre filosófico". Su obra debe ser leída en clave de humor y, puestos a divertirse, confiesa que se parte de risa cada vez que la relee. El autor es el personaje. No sólo escribe porque haya cosas desagradables, sino porque también él es desagradable. Al fin y al cabo, "uno mismo es el origen de todos los males", y en otras entrevistas confiesa que lo que la gente no le perdona es que no se haya suicidado. Vida y obra se funden en el origen, y desde su condición de hijo ilegítimo no deseado toda la (su) vida es una humillación. Sin salida.
Quizá, por eso, la pregunta más terrible que hemos encontrado en su obra es ésta: "¿Qué harás cuando tú, que te has humillado, mueras?" (Amras). A las tres entrevistas debía seguir una cuarta, que Bernhard concebía como una necrológica. La muerte se adelantó. Pero ya tenía la respuesta en este libro que reseñamos: "Todo el mundo se pone atrás, para estar un día delante ante el Señor, ¿no?, y cada vez se arrodilla más. Hasta que cuando él llega, está ya en el suelo, y el Señor se le sube encima, lo aplasta y lo tira al cubo de basura celestial".