Ensayo

Prehistoria de Europa

B. Cunliffe (ED.)

14 febrero, 1999 01:00

Traducción de M. E. Aubet. Crítica. Barcelona, 1998

La base arqueológica sirve aquí de punto de partida para llegar a una interpretación cultural y social de amplio alcance, incluso para los períodos más remotos. Es interesante cómo se plantean los problemas del significado de los objetos del paleolítico

Los avances llevados a cabo en el terreno de la Arqueología prehistórica en las últimas décadas, en cada uno de los países europeos, obliga a que una obra de tal contenido sólo pueda realizarse con la colaboración de diferentes especialistas, no elegidos aquí por países, sino de acuerdo con los distintos períodos en que la Prehistoria suele dividirse. Tal circunstancia permite conservar una unidad de enfoque para el conjunto del continente en cada una de las regiones estudiadas, circunstancia que viene acentuada gracias a la labor de coordinación de B. Cunliffe, cuyo pensamiento histórico aparece de manera claramente perceptible en el resultado final.
En efecto, la base arqueológica sirve aquí de punto de partida para llegar a una interpretación cultural y social de amplio alcance, incluso para los períodos más remotos. Es interesante cómo se plantean los problemas del significado de los objetos del paleolítico o de la participación de hombres y mujeres en la caza; la cuestión de la robustez de los sexos aparece así como un fenómeno cultural. También merece resaltarse la atención prestada a las diferencias étnicas, basadas en los modos de distribución del espacio en el Paleolítico superior y en el Mesolítico. Las relaciones humanas se hacen más complejas con el desarrollo de la agricultura y la ganadería, no sólo porque se produzcan cambios profundos en el interior de las comunidades, sino también entre ellas mismas, en una nueva distribución del espacio que se transforma en sustento de la identificación de las colectividades. La revisión de la Prehistoria se convierte así en elemento esencial para la revisión de criterios culturales que parecían haberse constituido en realidades indiscutibles, base para actitudes que se creían sólidamente asentadas en la naturaleza.
Desde la Edad del Bronce se opera en Europa una nueva división, que llevará a establecer dos regiones culturales bien diferenciadas. Por un lado, en el sureste se desarrollan civilizaciones palaciales comparables a las del Próximo Oriente asiático y Egipto, con centro de explotación rural que se constituyen en auténticos estados despóticos. Por otro, la mayor parte de Europa continúa una trayectoria más autóctona, de modo que puede considerarse que, en ella, la Prehistoria dura hasta el inicio de la Edad Media. La obra se ocupa de esta segunda región, a través de celtas, germanos y tracios, pero la originalidad estriba en el desarrollo imparable de los procesos de interacción, que permiten a los autores concentrarse en el desarrollo de los modos de contacto, entre la cultura clásica y los llamados bárbaros. El desarrollo del sistema esclavista grecorromano sólo se explica porque en los pueblos se asentaban nuevas formas de poder que les permitían convertirse en los proveedores de tal material humano. Así se llega al inicio de la Edad Media, punto final del clasicismo, en una nueva realidad donde el protagonismo de Roma sólo se mantiene en la confluencia con la situación de los bárbaros, llegados a ese punto a partir de sus contactos con el Imperio.