Ensayo

Zigzag

Hans Magnus Enzensberger

2 mayo, 1999 02:00

Traducción de M. Faber-Kaiser. Anagrama. Barcelona, 1999. 200 páginas, 1.900 pesetas

Hay en el libro una despedida de la utopía, muy a lo Kundera: nuestros deseos se han colmado, con efectos contrarios a los previstos

El libro se abre con una meditación sobre el tiempo. En principio nada nuevo. Se ha dicho hasta la saciedad a lo largo del siglo XX que somos tiempo y que vivimos en una asimultaneidad de tiempos. Pero lo que el autor quiere enfatizar es la experiencia del mal de siglo agudizada a finales del mismo: una particular dificultad de ser, la imposibilidad de ser contemporáneos de nosotros mismos. La presencia de anacronismos en el pensamiento progresista y en la ideología del progreso por excelencia y la técnica, así lo demuestran. Pero esta conciencia del fin de lo lineal y sucesivo apunta, según el autor, a algo más profundo que lo epocal y es el anacronismo de la condición humana misma. Por todo ello, el modelo zigzag no es sólo de un pensamiento crítico frente al meramente afirmativo, sino de la existencia humana misma que busca su hueco en los intersticios, las diferencias en los hombres y las cosas. ¿Qué hacer? Hay en el libro una "despedida de la utopía", muy a lo Kundera: nuestros deseos se han colmado, con efectos contrarios a los previstos, y los actos son inintencionales. Por otra parte, no hay elites depositarias de la utopía suplantada por la cotidianidad de las masas que se preocupan por valores corrientes tales como el empleo, el tiempo de ocio y el vivir en paz. La tesis del autor es que el funcionamiento normal de la democracia deja sin trabajo a los intelectuales, a los que a veces se lee, pero raramente se hace caso.
Este pensamiento en zigzag es como un bisturí que abre y no sutura. A ratos parece que releemos fórmulas de dialéctica negativa de los 60. Por momentos notamos una cierta incomodidad ante lo sumario de juicios sobre instituciones. Y sin embargo, hay tres elementos que merece la pena destacar y que le distinguen de los apocalípticos integrados. El primero es el ejercicio de una memoria lúcida. Y así se trata de que la Europa opulenta recuerde la Europa en ruinas mal cicatrizadas por el olvido, por el olvido de la culpa, por la culpa del olvido. El segundo elemento a destacar es la brillantez y oportunidad de los análisis, apenas disminuida por la distancia temporal entre los artículos recogidos en este volumen. Análisis en general exactos, pero con errores de apreciación de bulto como hablar del descrédito social y la ingratitud que sufre Adolfo Suárez en España. No le es nada difícil al autor criticar a los políticos a los que ha decidido, por una vez, no insultar sino contar sus miserias. Que desde luego son muchas, y tal como las expone dan hasta ganas de compadecerles. A ello se añaden los capítulos, ya rutinarios en los intelectuales, dedicados a la moda y el lujo. Alcanza algunos de los momentos más incisivos y divertidos cuando critica el "derroche duro", el "derroche suave" y el "derroche triste". Y concluye con una meditación, a veces desgarrada, otras melancólica, sobre lo humano, demasiado humano, de la fauna de los poetas. Pero, en tercer lugar, lo que dice sobre política cultural no tiene desperdicio y las propuestas que hace son un modelo de sentido común. Deberían leerlas nuestros políticos, si es que tienen tiempo. Quizá encuentren más de un paralelismo instructivo entre las aventuras y desventuras del Instituto Goethe y el Cervantes. Y el autor toca, con razón, madera sobre el aporte real de los intelectuales críticos o místicos, con ojo de águila para seguir el vuelo de los premios y pies ligeros para acudir solícitos al pesebre de las ayudas. Todos aspiran a vivir del producto de su trabajo, pero no siempre aceptan competir por ello. Y, sin embargo, y a pesar de las miserias de los intelectuales y literatos, o precisamente por ellas, el papel de las instituciones sigue siendo indispensable. Frente al tribalismo de las mafias culturales, y de la atrofia del gusto mediático, no viene nada mal un poco de despotismo ilustrado de vez en cuando. Pero, por favor, que sea ilustrado.