Ensayo

El libro del curso y de la virtud

Lao Zi

9 mayo, 1999 02:00

Prólogo de François Jullien. Edición de Anne-Hélène Suárez. Siruela. Madrid, 1998. 193 páginas, 1800 pesetas

La identificación del término clave de esta obra como curso, en vez de como vía, matiza y enriquece muchísimo el sentido del mismo, pues un curso alude de manera directísima a la idea de fugacidad y cambio del todo, algo consustancial al signi-
ficado global del texto.

L os lectores españoles disponen ya de muestras muy fiables del clásico chino que hoy comentamos, considerado por muchos el más breve, pero el más denso, de los libros de la sabiduría universal. Del Libro del Tao -reconocido en esta edición, vertida al castellano por Anne-Hèléne Suárez, como Libro del curso y de la virtud-, disponíamos ya de las ediciones de Carmelo Elorduy (Editora Nacional, Madrid, 1977 y Tecnos, Madrid, 1996) y de Juan Ignacio Preciado (Clásicos Alfaguara, 1981). A ellas yo añadiría, por sus espléndidos comentarios, la que nos ofreció Richard Wilhem (Sirio, Barcelona, 1989), comentarista también, junto a Jung y Borges, del Libro de las mutaciones (Edhasa, Barce 1987).
Lo significativo, ante todo, de la versión que hoy tenemos aquí es que, ya desde el título, se nos ofrecen nuevos criterios de enunciación y de valoración. La traductora, Anne-Helene Suárez, opta por identificar el término usual e indefinido de "tao" (o "dao") por "curso" y mantiene la ya tradicional interpretación de "virtud" para "te" (o "de"). La identificación del término clave de esta obra como curso, en vez de como vía o camino, matiza y enriquece muchísimo, a mi entender, el sentido del mismo; pues, además de remitir a una vía o a un camino, un curso alude de manera directísima a la idea de fugacidad y cambio del todo, algo que es consustancial al significado global del texto.
El término "curso" nos trae también, de golpe, resonancias heraclitianas, con lo que el mensaje primero de este libro establece una curiosa relación con el pensamiento presocrático.
El mismo Carmelo Elorduy ya intuyó la proximidad de este libro a ciertos aspectos del pensamiento griego al valorar, acaso con demasiado riesgo, el "tao" como "logos", aunque nos matizó que se trataría no del logos de un San Juan, sino del logos "estoico, ser supremo y autor de los seres". En cualquier caso, el sentido de esta palabra va mucho más allá en el texto chino de cualquier sentido, y cada lector puede participar en el juego de asumir el significado último a su gusto; siempre que no se salga, claro está, del profundo y abarcador significado que tiene.
Ello nos prueba que no es fácil fijar o reducir históricamente el sentido de este libro. De la misma manera que tampoco es posible enmarcar en datos fiables la vida de su autor. Obra y autor mantienen mejor su utilidad en indeterminación y en ese universalismo fértil en el que tiene su raíz el misticismo taoísta que vendría después y, por extensión, una buena parte del misticismo originario de algunas religiones. Es por esta razón por lo que nos encontramos ante un libro único e inclasificable.
Cabe, por tanto, esta visión máxima o abordar con total confianza la interpretación de la versión que comentamos; traducir y analizar en función de los comentarios que han solido acompañar al texto. Al traductor siempre le cabe la posibilidad de ir adentrándose en la selva transparente de las palabras de este libro con el apoyo de los comentarios que, por ser también un fruto en el tiempo, son el resultado de una gran decantación intelectual.
Por eso, aunque el texto de Lao Zi proporciona al lector un sin fin de interpretaciones, los comentaristas suelen circunscribirlo a lo moral, lo político o lo filosófico. Las interpretaciones de la presente edición pertenecen a Wang Bi, un filósofo del principio de nuestra era, de vida corta, pero larga en obras.
Wang Bi dejó a su muerte, a los veintitrés años, no sólo los comentarios al Dao de Jing, sino a otras dos obras fundamentales del pensamiento chino: El Libro de las mutaciones, de autor igualmente anónimo, y las Reflexiones y enseñanzas de Confucio.
El método interpretativo de Bi se basa en que "las palabras están para explicar las imágenes; pero, una vez captada la imagen, uno debe olvidar la palabra". Queda, pues, de nuevo, la interpretación última al arbitrio del lector, que debe librarse del sentido fácil, engañoso, de las palabras.
El prólogo de Francois Jullien y la introducción, glosario y bibliografía que nos proporciona Anne-Hélène Súarez, aportan al lector interesado las claves necesarias para la aproximación a esta nueva y sugestiva edición de un libro inagotable.