Ensayo

Memoria de Gerardo Diego

De los cuadernos de Luis A. Piñer

23 mayo, 1999 02:00

Edición, prólogo y notas de J.M. Díaz de Guereñu. Madrid, Residencia de Estudiantes, 1999, 115 páginas

El volumen, de jugoso contenido, dice tanto del poeta evocado como del memorialista que siguió luego también, como su maestro, la carrera docente, pero apartado de los cenáculos literarios. Conviene detenerse en estas páginas repletas de sinceridad y hondura

poco a poco, la nómina de los poetas surgidos en torno al grupo del 27 va ampliándose merced al rescate y a la difusión de textos inéditos u olvidados. Nombres como los de Eugenio Frutos, Basilio Fernández, Lucía Sánchez Saomil o Luis álvarez Piñer, entre otros, van completando la constelación lírica de aquellas figuras mayores y ofreciendo un panorama literario de los años veinte y treinta más ajustado a la realidad que la visión simplificadora difundida hasta hace poco entre nosotros. Luis A. Piñer era un muchacho de Gijón aficionado a escribir versos que un jovencísimo Gerardo Diego descubrió entre sus alumnos de quinto curso de bachillerato en el Instituto Jovellanos de la ciudad asturiana. Era el año 1924, y entre profesor y alumno se estableció muy pronto una gran amistad, fundada en la común devoción por la poesía, hasta el punto de que Piñer llegó incluso, convertido en colaborador de Gerardo Diego, a desempeñar las funciones de secretario de la revista "Carmen", donde aparecieron algunos textos suyos. Luego, las vicisitudes profesionales separaron a ambos -Piñer sufrió condenas y represalias a raíz de la guerra civil-, pero no apagaron nunca aquella amistad juvenil. Piñer no publicó sus escritos de forma regular, y, de hecho, su poesía no ha sido recogida satisfactoriamente hasta 1995. Pero durante años, con intermitencias y sin carácter sistemático, fue escribiendo unos Cuadernos que son como un esbozo de memorias o apuntes personales y que no han llegado a ver la luz. En muchos pasajes de estos Cuadernos y en algunos otros escritos, así como en una intervención oral en la Residencia de Estudiantes celebrada en 1996, Piñer ofreció muchos testimonios de su relación con Gerardo Diego. Ahora, Juan Manuel Díaz de Guereñu ha entresacado de todos estos textos -sobre todo de los Cuadernos manuscritos- lo más adecuado, hilvanándolo oportunamente y aclarando mediante notas a pie de página circunstancias y alusiones de numerosos pasajes. Todo ello, muy pulcramente impreso e ilustrado con fotografías, reproducciones de portadas y algunos facsímiles, forma un volumen del mayor interés.
Piñer es al principio un discípulo fervoroso de Diego, aunque luego sus preferencias parecen orientarse hacia la poesía de Huidobro y Larrea. Los Cuadernos encierran una perspectiva singular acerca de Gerardo Diego como profesor en su primer destino docente: "Gozaba Gerardo Diego en el Instituto de Jovellanos en Gijón de un aula privada, con biblioteca y piano [...]. Allí se hicieron reuniones de profesores y amigos en lecturas de teatro clásico español o cursillos sobre historia de la música. O simples conciertos, más o menos informales, de piano. Fue en aquel local donde quedó establecida la redacción-adiministración de "Carmen" (pág. 45). Piñer recuerda el desarrollo de las clases: "Parte del trabajo en clase de Literatura consistía en hacer lectura y comentario de algún texto clásico" (pág. 47). Hay curiosas revelaciones sobre la actitud de Diego en el aula (pág. 51), sobre su invencible y casi patológica timidez (págs. 51, 59), sobre su generosidad con los amigos en apuros, como el propio Piñer en un trance difícil, o el singular recitador Pío Fernández Cueto, siempre menesteroso y enfermo (Págs. 62-63). Y, como cabía esperar, abundan las reflexiones, independientes y perspicaces, acerca de la obra de Gerardo Diego y de su significado en el conjunto de nuestra poesía ("poeta-síntesis de la generación llamada del 27, pero un poeta para el que representa mucho más lo estético que lo problemático", pág.67). Piñer advierte nítidamente cómo Diego es capaz de conjugar y armonizar en su poesía tendencias y corrientes diversas, sin que ninguna sea para él excluyente. Este intento de fundir lo más valioso de la tradición inmediata y lo más innovador de la vanguardia, perceptible ya en la actitud de Diego al efectuar la selección de poetas para componer su famosa Antología, se nota en en su obra. Así, Piñer subraya con agudeza que en un libro como Imagen "se nos presentan simultáneamente puestas en pie la simbologías y las resonancias paranasianas [...], las referencias wagnerianas [...] y toda la utillería ultraísta, con su nueva gracia y su desparpajo" (págs. 70-71). Pese a que en algunos momentos parece enfriarse ligeramente su admiración por Diego, hay una valoración ponderada que, sin caer en la beatería, hace justicia a los indudables méritos del poeta. Piñer arremete contra los tópicos inertes acerca de los valores literarios que, aireados y repetidos sin análisis alguno por los medios de difusión, oscurecen la realidad (pág. 74), y se lamenta de algunas "cicaterías críticas" (pág. 82) que Gerardo Diego hubo de sufrir, a pesar de ser "un hombre esencialmente bueno y un puro poeta" (pág. 75) que alcanzó un dominio de la forma como muy pocos poetas han conseguido entre nosotros y que recuerda, por esta y otras características -señala sagazmente Piñer-, el ejemplo de su admirado Lope.
Pero no es suficiente este apretado resumen para dar cuenta del jugoso contenido de este volumen, que dice tanto del poeta evocado como del memorialista que siguió luego también, como su maestro de literatura y de versos, la carrera docente, pero apartado de los cenáculos literarios y componiendo a ratos perdidos una obra que poco a poco vamos descubriendo. Conviene detenerse en estas páginas, repletas de sinceridad y hondura.