Ensayo

"Mis" Goytisolo

30 mayo, 1999 02:00

Los Goytisolo han sido jalones de mi juventud y de mi madurez. Me permito, por consiguiente, no coincidir en algunas apreciaciones del libro de Dalmau, pero reconozco su mérito

E l pasado 28 de abril me correspondió presentar la mesa redonda en el "Aula Magna" de la Universidad de Barcelona, del último libro de Juan Goytisolo, Cogitus interruptus. Semanas antes, la noticia de la muerte de José Agustín me llevó primero hasta el tanatorio, donde pude charlar con Ton, su mujer y Julia, su hija, así como con Josep Mª Carandell, que había sido compañero mío de Facultad y con su hermano Luis. Al día siguiente, una multitud, en la que los antiguos amigos nos reconocíamos con dificultad, acompañó a la familia en un acto evocativo.
Mi relación con "los Goytisolo" viene de lejos. Tal vez conocí primero a Luis, porque era de mi edad, cursaba Derecho en el mismo patio de Letras, que entonces compartíamos, y teníamos amigos comunes. Recuerdo haberle visitado en su casa de Tres Torres y tengo una fugaz imagen de su padre y de la gobernanta. Más tarde coincidimos en el primer campamento de milicias universitarias en Los Castillejos y volvía a encontrarme con Luis, en Madrid, en circunstancias que ahora no vienen al caso, cuando tuvimos ocasión de charlar larga e íntimamente. Pero, posiblemente, había conocido a Juan antes que a Luis o casi al mismo tiempo en los seminarios literarios que organizaba Josep Mª Castellet, donde se nos permitía acceder a libros entonces prohibidos, como los de Pavese, Moravia, Prattolini, Kafka, Faulkner, Steinbeck, Caldwell que comentábamos con la mayor seriedad. Recuerdo la figura femenina de Nissa Torrents, buena amiga de todos, jovencísima, también fallecida en Londres. Juan pasó alguna vez por allí, aunque fugazmente. Pero mi relación más íntima y prolongada fue con José Agustín.
En la masía de Reus, de los Carandell conocí a Blas de Otero que se encontraba invitado por José Agustín. Y, siendo todavía yo un estudiante, organizábamos en las aulas lecturas poéticas que frecuentaban Carlos Barral, Gil de Biedma y el propio José Agustín. Existía en ellas una no disimulada intencionalidad política, aunque siempre se mantuvo el respeto a los invitados y la Brigada Social nunca actuó, aunque estaba presente. Una red de amigos comunes nos unió una vez finalizados los estudios universitarios, así como la común afición a la poesía.
Recuerdo que José Agustín y José Mª Valverde (que no eran precisamente muy amigos) presentaron al alimón uno de mis libros en un local barcelonés. Nos habíamos visto con frecuencia, primero en Frontis, una editorial jurídica, en la que trabajaba, junto a Josep Mª Castellet y el editor Joaquín Horta, que publicó mi primer libro. Muchos años después, fruto del viaje a América, que narra Miguel Dalmau en su biografía, ya iniciada la colección de poesía "Ocnos", en la editorial Llibres de Sinera, en vías de extinción, publicamos una antología de Jorge Luis Borges, con una introducción del poeta español y otra de José Lezama Lima. Allí aparecería también, años más tarde su libro, Bajo tolerancia, que rompió un largo silencio poético. Gracias a José Agustín pude conocer Torrentbó y el entusiasmo por su proyecto de urbanización, que acabaría en descalabro económico. En otras oportunidades, empresas frustradas, congresos, homenajes, recitales o en actividades antifranquistas compartimos momentos más o menos divertidos. Era muy diferente de Luis, reservado y encerrado en sí mismo y de Juan, casi siempre fuera de España, a quien he conocido más a través de sus novelas y ensayos. Sus libros acostumbran a figurar en el curso sobre novela que imparto en la Facultad. En Antagonía, de Luis, una novela que recibí positivamente desde las páginas de "La Vanguardia" se narran algunas experiencias vividas en común.
Coincidimos, asimismo con Luis, en los años dorados de Barral Editores, cuando Carlos reunía quincenalmente su brillante comité de lectura del que ambos formábamos parte. Los informes se redactaban y se entregaban a Jaime Salinas, que actuaba de secretario. Lo más jugoso eran los comentarios de Jaime Gil de Biedma, de Gabriel Ferrater, de Joan Petit y de su esposa, Margarita Fontseré, de José Mª Valverde, y de otros más. Luego tuve ocasión de verle en algún que otro acto, pero sabía de él a través de Pere Gimferrer.

l a última vez, si no recuerdo mal, fue en el vestíbulo del madrileño Hotel Suecia, que había sido el refugio/despacho de Carlos Barral y de cuantos con más o menos frecuencia visitábamos la capital desde Barcelona. Los Goytisolo han sido, pues, jalones de mi juventud y de mi madurez. Me permito, por consiguiente, no coincidir en algunas apreciaciones del libro de Miguel Dalmau, pero reconozco el mérito de haber sentado las bases para el análisis de sus tan distintas personalidades humanas y literarias.