Ensayo

Belleza y verdad (Sobre la estética...)

Varios autores

6 junio, 1999 02:00

Alba, 1999. 301 págs, 3.500 ptas.Imanuel Kant: en defensa de la ilustración. Alba, 1999. 408 págs., 3.500 pesetas

La Ilustración no ha sido sólo una etapa de la humanidad, sino también un estadio y un modo de ser de los individuos. Es un pasado presente. Siempre que haya seres humanos habrá la invitación a la Ilustración como salida de la "minoría de edad culpable" y que consiste en pensar por sí mismo. Es un saber ser.

A unque parezca mentira hubo otra Ilustración. Esta magnífica iniciativa editorial permite ver en los dos primeros libros sus otras dos caras: la más conocida, la del "atrévete a saber", representada por Inmanuel Kant, y también la del "atrévete a sentir", que encarna Mendelssohn. Disputas irracionales no lejanas nos habían obligado a elegir entre modernidad sí o modernidad no, entre la Ilustración como época de la razón o la irracionalidad en estadio puro. Ya Robert Musil nos advirtió en El hombre sin atributos que las razones son la fina piel de lo irracional. Pero tampoco se trataba de eso, sino de que, simplemente, nunca ha existido una época de la razón, y su tópico es una construcción historiográfica e ideológica. Es decir, que no sólo hubo otra Ilustración, sino que la tópica es preciso entenderla de distinta manera. El título genérico bajo el que se englobarían los dos libros podría ser, pues, el de "En defensa de las Ilustraciones". A la acertada selección de los textos se añaden unas introducciones notables, más ensimismada la de Villacañas y más ajustada a los textos la de Mateu Cabot.
La Ilustración no ha sido sólo una etapa de la humanidad, sino que es también un estadio y un modo de ser de los individuos. Es un pasado presente. Siempre que haya seres humanos habrá la invitación a la Ilustración como salida de la "minoría de edad culpable" y que consiste en pensar por sí mismo. Es un saber ser. Por ello, y como sabiduría, tiene un carácter emancipatorio. Cuando Inmanuel Kant define la Ilustración es ya para defenderla. Se trata de una Ilustración amenazada, no sólo por los malentendidos, sino por los enemigos de las Luces. Lo que enseña la Ilustración como etapa de la humanidad es que vive y debe ser reactualizada en los individuos. Por eso, cada presente es heredero y niega, a su vez, formas de entender ese pasado ilustrado. En Kant la Ilustración no está vinculada a la Revolución, que es (en el caso de la francesa) un signo de deseo humano a progresar hacia lo mejor, pero que no constituye su medio idóneo sino que, por el contrario, la Revolución es intrínsecamente injusta.
Frente a ella enarbola la reforma en el pensar que llevará a la transformación social deseada. Cuando Kant acaba afirmando que sólo nos queda el camino crítico nos ha legado la impagable herencia del pensamiento como ejercicio crítico de la razón. Que si no tiene la verdad, al menos, cree Kant, sabe dónde está. Y ahí, en su parte afirmativa, es donde con frecuencia Kant ha pagado el tributo de su siglo, y nosotros deberíamos apartarnos de él. Y esto también habría que señalarlo.
Porque la Ilustración no es un presente pasado. La Ilustración pervive a través de su ideal emancipatorio, pero en aras de una apresurada actualización con frecuencia no se señalan los claroscuros de la misma, por ejemplo, lo problemático de la distinción kantiana entre uso público y privado de la razón.
Su tesis de las ventajas de la "insociable sociabilidad humana" (a veces tan inconscientemente cacareadas) tiene una prolongación indeseada en las que mantiene Orson Welles en la película El tercer hombre (para justificar lo injustificable) sobre lo modélico de las "insociables" y sangrientas ciudades italianas que crearon maravillas artísticas mientras que las "sociables" ciudades suizas sólo produjeron el reloj de cuco.
También sería interesante meditar sobre los administradores kantianos de esa Ilustración, los filósofos, a los que Johann Gottfried Herder llama en cuanto corporación académica (y no sin razón) "facultad tibetana de lamas". En definitiva, lo que todavía queda planteado después de la lectura de los textos son, por una parte, los "costes" de esa Ilustración como subrayaron (a pesar de todas sus deficiencias) Max Horkheimer y Theodor Adorno. Y por otra, la necesidad de que los muertos entierren a sus muertos, para que el entusiasmo proyectivo en el pasado no se confunda con el deseo de incidir sobre el presente.
Por su parte, el segundo libro, Belleza y verdad (Sobre la estética entre la Ilustración y el Romanticismo), de A. G. Baumgarten, M. Mendelssohn, J. J. Winckelmann y J. G. Hamann, presenta en torno a la belleza y la verdad un complemento del primero. La Estética nace en el siglo XVIII como reivindicación de los derechos de la sensibilidad y del individuo.
Ya en Baumgarten apunta una dimensión cognoscitiva de especial interés para las Estéticas cognitivas actuales. En rigor no es teoría del arte, sino que al igual que sucedió con el ideal matemático y las matemáticas, la sensibilidad se refleja mejor en las artes, y de ahí esa relación privilegiada. La antinomia kantiana es para ellos inaceptable: o bien sentimientos sin conocimiento o bien conocimientos sin sentimientos. Ya Hamann le escribe a Kant que es preciso compensar la miopía de la razón con las gafas de la imaginación estética. Su propuesta de una "razón sentiente" tiene hoy plena vigencia.
Nos queda como reto recuperar la modernidad estética de estos autores y otros próximos, como Jacobi, que se difundió en España por la excelente monografía de Villacañas. A ello ayudará mucho si, como es el caso, los contenidos seleccionados están muy bien editados. Así el libro no es sólo material de lectura sino también una invitación a la misma.