Ensayo

Breve historia de la sombra

Victor I. Stoichita

27 junio, 1999 02:00

Traducción de Anna María Codarch. Siruela. Madrid, 1999. 279 páginas, 3.750 pesetas

Del catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Friburgo, Victor I Stochita, conocíamos El ojo místico. Pintura y visión religiosa en el Siglo de Oro, publicado hace ahora tres años por Alianza. Una obra que ilumina el modo de ver aquello que los artistas de los siglos XVI y XVII idearon para representar lo irrepresentable, y que concluía con "Veintiuna tesis sobra la representación de la experiencia visionaria", que constituye una guía de primera mano para el análisis y contemplación de las pinturas de motivo místico de la Contrarreforma. Ahora, como si hubiese vuelto sus ojos desde el reino de la luz más incandescente a su extremo opuesto, ha dado a la imprenta, -y lo ha traducido aquí, la misma traductora que su libro anterior, Anna María Coderch-, esta "Breve historia de la sombra", que constituye uno de los pocos estudios dedicados a un tema que se diría o bien prohibido o bien ignorado por la historiografía artística contemporánea, e indudablemente desdeñado por la edición española, que no ha vertido sino escasísimos de estos títulos. Si exceptuamos los dos breves ensayos que Gombrich le dedica en El legado de Apeles, y que se refieren más a la luz y los toques de luz que a las sombras propiamente dichas (pues nunca se ha traducido Shadows. The Depiction of Cast Shadows in Western Art); la conferencia de Fernando Marías, "Skiagrafía: de las sombras de Robert Campin a Velázquez" -recogida en El Museo del Prado. Fragmentos y detalles, que recoge, también, el magnífico "La luz mortífera de Goya y la Ilustración", de Albert Boime- y, desde luego, el, a mi modo de ver, extremadamente especializado Las sombras y el Siglo de las Luces, de Michael Baxandall, poco más hay que llevarse a los ojos en la bibliografía accesible y en la existente en las bibliotecas.
La importancia, sin embargo, del texto de Stoichita es, sin embargo, independiente de este vacío. Se sostiene, a mi modo de ver, en varios soportes distintos. El primero, sin duda, la excelente selección de momentos concretos y de artistas en los que se detiene en su deambular desde el origen mismo de la pintura (y del conocimiento) hasta la negación de la propia representación pictórica en las acciones de Beuys. Una consideración desde puntos de vista y disciplinas muy distintos, que integra perfectamente conceptos e imágenes del mundo antiguo -en el que se concibe el mundo simbólico de la sombra-, el medievo -que la estudia sólo desde el punto de vista óptico-, el renacimiento -cuyo descubrimiento de la perspectiva es parejo al de la sombra como constructora del espacio-, el barroco -con la rutilante interpretación del historiador sobre la importancia de la autoría, desprendida de la sombra de la mano del artista pintada por él mismo sobre el lienzo-, el neoclásico -en el que el perfil y la sombra combinan su rango fisiognomónico y su carácter maligno, con un magnífico fragmento que compara el método de Laveter para conocer el carácter de las personas mediante la silueta de su rostro y el Peter Schlemihl, el hombre que vendió su sombra-, o la modernidad -con el asiento de la subjetividad y la integración de interior y exterior al cuadro en la mirada del artista, en el que presta también atención a los orígenes de la fotografía y el cine-. El segundo, su capacidad para conjugar el estudio estético con sus implicaciones y derivaciones sociales, históricas y científicas, que consigue ampliar la elección del motivo hasta el trazado de un cuadro en el que contemplamos modos de la visión y del entendimiento que se diferencian no sólo por los hallazgos o las concepciones artísticas, sino porque éstas forman parte de una visión más general, que atañe a su época. En tercer y último lugar, por su capacidad narrativa, que tira del lector interesado desde el principio al fin sin necesitar pausas y que puede hacer del no competente un nuevo aficionado al arte. Un deleite al que no resulta en modo ajena cierta osadía interpretativa y cierta vena poética difícil de descubrir habitualmente en los catedráticos de universidad. En verdad, no hay un solo capítulo ayuno de sugerencias; y entre las que más me han sorprendido, sino por inmediata proximidad, son las que expresa respecto al arte contemporáneo.
Dice Stoichita que su estudio es un esfuerzo para tratar de definir el lugar que ocupa la sombra en el discurso sobre la representación en la cultura occidental, y reconoce que el estudio de la sombra es, en última instancia, el estudio de una entidad negativa. Cierta melancolía tiñe, por así decirlo, el texto. De ahí, seguramente, que cite la desolada constatación de Dore Ashton: "La muerte sigue a los artistas constantemente como su sombra, ésta es una de las razones por las que la mayoría de ellos son tan conscientes de la vulnerabilidad y la futilidad de la vida."