Ensayo

Diario de viaje

Alexandra Dabid-Néel

27 junio, 1999 02:00

Traducción de Teresa Clavel. Ediciones B. Barcelona, 1999. 583 páginas

A lexandra David-Néel, famosa orientalista y exploradora en India, Tibet y China, nos perdonará desde su tumba y hasta tal vez se una en la condena de un libro que lleva su firma. Marye-Madeleine Peyronnet, asistenta que heredó varias maletas con las cartas que David-Néel escribió durante toda su vida a su marido, dió a la imprenta una pequeña parte de esta correspondencia en dos volúmenes en los años 75 y 76, con el título de Diario de viaje (I y II). Nos llegan ahora en traducción de Teresa Clavel.
Feminista, liberal, budista, masona, erudita, viajera, solitaria, parásita y orgullosa, David-Néel creía tener más y mejores cosas que contar que Bergson. No estamos ante un diario ni ante un libro de viajes. Sin duda los libros sobre las exploraciones orientalistas realizadas por la autora en los años 20 y 30 son de gran interés, pero ante esta correspondencia privada se impone un juicio a una vida, no a una obra. Este es un material que podrá interesar a estudiosos de la autora y a nadie más. Ni su gran calidad literaria ni su deslumbrante inteligencia nos parece suficiente aliciente para digerir hasta el final esta atormentada vida de una neurasténica egocéntrica, un ladrillo plagado de banalidades domésticas y detalles insulsos.
Alexandra David tuvo una infancia infeliz y viajó el resto de su vida para ahuyentarla. Se casó con Philippe Neel, un hombre que prefirió ejercer de mecenas antes que de marido: pagó a su mujer una aventura de treinta años para no aguantarla. Ella, como la solitaria que tiene hospedada en sus intestinos, abusa de esa liberada relación parásita sin vergöenza. Nuestra estudiosa se pasa seiscientas páginas pidiéndole dinero para poder seguir "una vida a la deriva". Egoísta, interpretó a su manera el consejo de los Upanisad de "el amor a uno mismo por el que todas las cosas nos son queridas". Este libro nos acerca ciertas reflexiones válidas sobre la condición humana y a una escritora admirable, pero a una persona poco edificante, una mujer que filosofaba "como los gatos maullan", pero que temblaba ante la idea de fregar platos o barrer el suelo de una humilde casa de París. Vivir en una casa habitada por familias proletarias a esta budista le parecía "una bajeza espiritual" (pág. 410).
De vez en cuando la dureza de una mirada tan purista es punto de partida para observaciones muy acertadas: "la gente interesada en el orientalismo es insoportable". Si embargo nos resulta más insoportable quien es capaz de exigir a su marido que utilice papel más fino en sus cartas para no pagar tasa por sobrepeso.
Con todo habrá que destacar alguna muestra de su inteligencia. Valgan unas palabras que tal vez resuman su obsesión y su vida: "Allí arriba (en las cumbres himalayas y las estepas tibetanas) alcancé el pináculo de mis sueños e incluso lo sobrepasé".