Ensayo

Diccionario de galicismos

Valentín García Yebra

4 julio, 1999 02:00

Gredos. Madrid, 1999, 321 páginas, 4.400 pesetas

Los lectores de un libro como éste son de los que buscan un conocimiento del lenguaje que va más allá de su uso puramente instrumental. Esto exige amor, y el amor comporta apasionamiento -hay en estas páginas mucha pasión por la verdad- y a veces irritación

El galicismo -es decir, la palabra o el giro importados del francés- es una presencia constante en nuestra lengua. Desde la Edad Media hasta hoy, el español ha incorporado un considerable número de vocablos procedentes del país vecino o llegados a través de él. Formas tan dispares como "vergel", "silueta", "consomé" o "bisutería" son galicismos adoptados en épocas distintas. Hay numerosas sátiras y parodias contra el afrancesamiento idiomático -bastará recordar, entre las mejores, la número XXXV de las Cartas marruecas, de Cadalso, o el Cuento futuro, de Clarín- y también diversos estudios lingöísticos sobre el fenómeno, que incluyen el clásico Diccionario de galicismos (1895), de Baralt, junto a trabajos de Homero Serís (1923), Américo Castro (1924), Pottier (1967) o Vallejo (1986), entre otros. Pero no es de estos galicismos léxicos de lo que trata en este volumen el académico Valentín García Yebra, sino de los de carácter prosódico y morfológico, habitualmente no registrados como tales galicismos en los repertorios al uso. Así, la palabra "crisantemo" proviene del latín "chrysantemum", pero no directamente, porque en tal caso tendríamos que decir "crisántemo", de acuerdo con la acentuación latina. El desplazamiento acentual de nuestro "crisantemo" se debe al influjo de la acentuación adoptada por el francés "chrysanthème". Estamos ante un galicismo prosódico: la palabra originaria no es francesa, pero sí su acentuación. Añadamos un ejemplo no recogido por el autor: las formas hipocorísticas "mamá", "papá" responden a calco de la acentuación aguda del francés, y se pusieron de moda en el siglo XVIII, frente a las tradicionales "papa" y "mama", que son las únicas que figuran en el Diccionario de Autoridades y que todavía hoy se resisten a desaparecer. En cuanto a los galicismos morfológicos, recuérdese el caso de "laúdano". Su origen es la voz griega "ládanon", adoptada como "ladanum" en latín. La forma española tendría que haber sido "ládano", pero se interpuso la solución francesa "laudanum", ya documentada en el siglo XIV, y el vocablo español modificó la sílaba inicial.
De este modo, muchas palabras de origen griego o latino que, de acuerdo con su etimología, debieron ser esdrújulas han desplazado su acento siguiendo la pauta francesa, y decimos "diatriba", "imbécil", "troglodita" o "tisana" en lugar de "diátriba", "imbecil", "troglódita" o "tísana", que serían las auténticas soluciones etimologicas. Por otra parte, la "-o" de muchas voces griegas, adaptada como "-e" en francés, ha hecho que en español se convirtiera -por seguir el modelo francés y la interpretación de la "-e" como marca habitual de femenino- en "-a"; de ahí vienen "pediatra", "psiquiatra", o "foniatra" cuando lo etimológico serían los finales en "-o": "pediatro", "psiquiatro", "foniatro". La interferencia de las soluciones francesas también modificaciones como "Nicolás" (que debió ser "Nicolao") o "estanqueidad", de uso creciente a pesar de la oportuna recomendación académica en favor de "estanquidad".
El Diccionario de Valentín García Yebra contiene un acopio de casos impresionante, con muy finos análisis etimológicos y, claro está, algunas conjeturas que espolean la curiosidad del lector y hasta sus titubeos. Así, es dudoso que la acentuación "dinamo" -frente a la forma esdrújula, que sería la etimológica- se base en el francés "dynamo", que, como el propio autor reconoce, es palabra aguda. "Dinamo" parece más bien una muestra de la instintiva repulsión popular a las formas esdrújulas, base incluso de chistes y textos humorísticos y paródicos. En cuanto a "diplodoco", su acentuación llana no puede atribuirse al influjo de una hipotética forma gala "diplodoque", que no existe, ya que el francés se decidió por "diplodocus", con acento en la sílaba final. Y tal vez en la acentuación "bengalí" haya, más que galicismo, analogía con el sufijo gentilicio presente en "ceutí" o "marroquí".
Por otro lado, la acentuación "ester" que ofrece el Vocabulario científico y técnico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales es tan insólito que acaso haya que considerarlo, en efecto, errata. Téngase en cuenta que la versión española del extenso Diccionario de términos científicos y técnicos (1987), no mencionado aquí, registra "éster". Y, por mi parte, no estoy muy seguro, a pesar de que parece convicción generalizada, del origen francés de "quiosco", cuando existe una forma italiana "chiosco" documentada ya en 1594. Y algo parecido cabría decir de "fiordo", cuyo origen inmediato no parece estar en Francia, sino en Italia.
Existen adaptaciones toscas, como ese hiriente sustantivo "élite", calcado directamente del francés y convertido en palabra esdrújula sólo por no entender -porque éste es un error de analfabeto- que el acento de la voz francesa no indica intensidad, sino únicamente la naturaleza cerrada de la "e". En casos así, el autor, siempre ponderado y sereno, casi pierde los estribos: "De todos los tipos de galicismo prosódico, éste es el más rechazable, pues manifiesta a la vez presunción e ignorancia" (pág. 52). ¿Cómo no comprender el desahogo y asentir?
Los lectores de un libro como el Diccionario de galicismos prosódicos y morfológicos son de los que buscan un conocimiento del lenguaje que va más allá de su uso puramente instrumental. Esto exige amor, y el amor comporta apasionamiento -hay en estas páginas mucha pasión por la verdad- y a veces, inevitablemente, irritación, porque el objeto amado no reúne todas las perfecciones deseables.