Ensayo

Parada obligatoria

Joan Barril

18 julio, 1999 02:00

Premio Ramon Llull 1998. Traducción de Raimon Artis. Planeta. Barcelona, 1999. 232 páginas

O riginalmente escrito en catalán, aparece ahora en castellano el último libro del escritor y articulista Joan Barril. Nace la obra de un suceso fortuito, un grave accidente de tráfico que postra al autor largo tiempo en la cama de un hospital. Esta cruda experiencia abre un horizonte de posibilidades y una profunda introspección en la que se revisa el pasado desde una perspectiva que trastoca el antiguo sistema de valores. El plano íntimo se impone sobre las escalas y convenciones sociales. No quiere decir esto que el autor se encierre en sus profundidades, sino que la sensibilidad hacia quienes le rodean va aflorando, mientras aumenta la distancia respecto a los personajes, sobre todo antiguos condiscípulos, que encarnan lo que ya empiezan a ser vestigios del pasado.
Y como el autorretrato tiene su contexto, aparece la foto generacional. A través de las propias creencias y del curso profesional, y con el contrapunto de esos amigos y colegas que le visitan, aparecen los retazos que componen el abanico de ideas revolucionarias de inspiración izquierdista y libertaria en las que bebieron los "hijos del 68", sometidos ahora al examen del estrecho tamiz del tiempo, con las sombras de todas esas renuncias impuestas por la realidad. Se detalla el plano inclinado que va desde la pura desintegración de los ideales revolucionarios hasta llegar a lo más traumático, el desconcierto de la falta de instrumentos para entablar relación con los hijos. Un problema que se encuentra inscrito en un fenómeno con doble dirección. A sus vastagos, esa generación eternamente joven, les deja sin espacio propio, al tiempo que les critica por carecer de identidad, y, a la vez, con esa cohorte de adanismo y arrogancia que la caracteriza, elimina la presencia intelectual, profesional y vivencial de la generación que la precedía.
En conclusión, el testimonio es duro y la reflexión es en muchas ocasiones ácida. Y, sin embargo, la lectura no se convierte en un suplicio para aquellos que hayan padecido una experiencia semejante en carne propia, o hayan padecido la enfermedad o muerte de alguien cercano. Para aligerar la densidad del trago, Barril no echa mano de recursos como el humor o el cinismo, que aquí tienen poca cabida, sino de la sencillez y la sinceridad, con un fuerte tono autocrítico que no incurre en la desesperación y que convierte la experiencia en un trampolín que da el impulso inicial para rehacer el proyecto vital. Nada es excesivo en la expresión, no hay efectos dramáticos, los miedos, el sufrimiento físico y moral aparece de forma contenida, creíble. Si cabe sacar alguna noción de algo tan íntimo como esta experiencia ajena de volver a nacer, es la de tener presente la conciencia sobre uno mismo.