Parada obligatoria
Joan Barril
18 julio, 1999 02:00Y como el autorretrato tiene su contexto, aparece la foto generacional. A través de las propias creencias y del curso profesional, y con el contrapunto de esos amigos y colegas que le visitan, aparecen los retazos que componen el abanico de ideas revolucionarias de inspiración izquierdista y libertaria en las que bebieron los "hijos del 68", sometidos ahora al examen del estrecho tamiz del tiempo, con las sombras de todas esas renuncias impuestas por la realidad. Se detalla el plano inclinado que va desde la pura desintegración de los ideales revolucionarios hasta llegar a lo más traumático, el desconcierto de la falta de instrumentos para entablar relación con los hijos. Un problema que se encuentra inscrito en un fenómeno con doble dirección. A sus vastagos, esa generación eternamente joven, les deja sin espacio propio, al tiempo que les critica por carecer de identidad, y, a la vez, con esa cohorte de adanismo y arrogancia que la caracteriza, elimina la presencia intelectual, profesional y vivencial de la generación que la precedía.
En conclusión, el testimonio es duro y la reflexión es en muchas ocasiones ácida. Y, sin embargo, la lectura no se convierte en un suplicio para aquellos que hayan padecido una experiencia semejante en carne propia, o hayan padecido la enfermedad o muerte de alguien cercano. Para aligerar la densidad del trago, Barril no echa mano de recursos como el humor o el cinismo, que aquí tienen poca cabida, sino de la sencillez y la sinceridad, con un fuerte tono autocrítico que no incurre en la desesperación y que convierte la experiencia en un trampolín que da el impulso inicial para rehacer el proyecto vital. Nada es excesivo en la expresión, no hay efectos dramáticos, los miedos, el sufrimiento físico y moral aparece de forma contenida, creíble. Si cabe sacar alguna noción de algo tan íntimo como esta experiencia ajena de volver a nacer, es la de tener presente la conciencia sobre uno mismo.