Ensayo

La piel de la cultura

Derrick de Kerckhove

10 octubre, 1999 02:00

Traducción de David Alemán. Gedisa. Barcelona, 1999. 254 páginas, 2.950 pesetas

Este volumen es un excelente ejemplo de la tecnopsicología o de los efectos causados sobre los seres humanos por las nuevas tecnologías. Pero no se limita a eso, sino que también aspira a orientar. Y este papel aparece reservado al arte

La primera vista del libro parece ser la habitual en este tipo de engendros. Nos abruma la campechanía del autor que hace un guiño teórico a amigos y enemigos mientras imparte doctrina a nivel planetario. Ya en la solapa se nos recomienda que lo apreciemos nada menos que como una "Crítica de la razón electrónica" para el siglo XXI. Es decir, que para hacernos una idea de la prosapia del autor no basta con que le declaren "heredero" de McLuhan, sino que hay que presentarle como la reencarnación de un Kant que por fin hace sus deberes. En la "Nota biográfica" se nos advierte sobre la "marcha" del autor: "imparte más de un centenar de conferencias anuales en el extranjero". Y se da a entender que, además, tiene tiempo para pensar. Por si fuera poco, la sorprendente impudicia con que un gregario canta las excelencias de su Señor en la Introducción ("su originalidad no tiene parangón", concluye rendido) colmaría hasta las exigencias más remilgadas de un catedrático español.
Y, sin embargo, y a pesar de estos rasgos infantiloides que en títulos de artículos e introducciones comparte (todo hay que decirlo) con algunos filósofos, especialmente los analíticos, la lectura de este libro es altamente recomendable. Sintetizando, podíamos enumerar las siguientes razones que sirven de hilo conductor en la maraña de epígrafes: hace un análisis bastante ajustado de nuestra primitiva situación respecto a las nuevas tecnologías en el cambio de siglo; apunta caminos a seguir en la modificación de nuestras percepciones; lo que lleva a la revalorización del cuerpo y a la propuesta de un nuevo "sentido común" expresado en la digitalización; ello supone (y es muy discutible) salir de la tradición humanística sustituyendo el "punto de vista" por el "punto de ser"; finalmente, la tesis nada desdeñable de que la tecnología ha engendrado al arte, y que lo que él llama un "arte volcánico" puede insertarnos hoy en lo que ya no es un nuevo punto de vista o teoría sino una nueva realidad. Veámoslo más detenidamente.

El autor recuerda una de las pocas certezas que tenemos hoy: "el futuro ya no es lo que era". Y enfrentados con las nuevas tecnologías nos abruma: "Algunos de nosotros vamos a entrar en el siglo XXI con la estructura psicológica de los campesinos del siglo XIX". Si él se incluye pueden hacerse cargo de la gravedad de la situación para el resto de los mortales. Porque, efectivamente, la situación es grave: lo que ha cambiado es nada menos que la realidad. Por lo que muy sensatamente recomienda que es preciso cambiar nuestras percepciones y no nuestras teorías acerca de la realidad. Este es el punto clave donde coinciden estética y nuevas tecnologías: la percepción. La piel de la cultura es algo más que un título, es una propuesta: "La cultura de la piel". Nada que ver con desholladores de pobres animales ni tampoco de cultura de solapa de libro, sino algo más profundo. Se trata de tomar la piel como un elemento de comunicación y no de exclusión. Se trata, como ya avanzó De Chrico, de escuchar los pensamientos de nuestro cuerpo. La piel es la gran oreja (Paracelso), los mil ojos de los poros, la catadora de olores y la olfateadora de sabores. La paradójica tesis que subyace al libro es que la informatización lleva progresivamente a una recuperación del tacto como lugar de interacción de todos los sentidos, es decir, como un nuevo "sentido común". Y es que una cultura de las imágenes, como es la cultura de las nuevas tecnologías, habla al cuerpo antes que a la mente, o mejor, es una experiencia poliestética donde no sólo intervienen todos los sentidos, sino que sus funciones son intercambiables.

Esto tiene lugar de modo paradigmático en la realidad virtual (RV), obra de los "artistas ingenieros". El autor admite que en este punto, y como en tantos otros, sigue vigente una ideología romántica. Y ello en un doble sentido: la prótesis corporal y el cyborg son la síntesis de lo orgánico y de lo técnico. Además, la RV no es sólo la producción de una nueva realidad sino una extensión y ampliación de los sujetos a través de los sentidos. Pero con ello no está propiciando un idealismo humanista sino que anuncia precisamente la despedida del hombre medida y del mundo hecho a su medida. De ahí su tesis del "punto de ser" o modo como estamos insertos en un mundo en el que se han desplegado los sentidos (se trata de una experiencia táctil y no visual) y el final del "punto de vista" como una realidad configurada desde la "visión" del hombre. El yo es ahora una "subjetividad compartida" fruto de las experiencias de comunicación interactivas. Pero, ¿acaso no es precisamente esto la verdadera teoría del "punto de vista"? Ya el viejo Goethe dijo que sólo entre todos los hombres es posible lo humano.

El libro es un excelente ejemplo de la tecnopsicología o de los efectos causados sobre los seres humanos por las nuevas tecnologías. Pero no se limita a eso, sino que también aspira a orientar. Y este papel aparece reservado al arte, al "arte volcánico": "el arte entra en erupción cuando una nueva tecnología desafía el orden establecido". Este es su papel en las épocas de crisis, cuando una realidad establecida por consenso está ya debilitada y el arte como memoria colectiva la resquebraja. El arte nace así de la tecnología, la utiliza y a la vez la critica. Frente a los esteticismos hermenéuticos de la escritura, el arte de las nuevas tecnologías exige una nueva sensibilidad, empezando por sentir más, para ser solidarios, ya que "la violencia de unos pocos es el resultado de la insensibilidad de la mayoría".