Ensayo

El arte y sus lugares

Antoni Tàpies

12 diciembre, 1999 01:00

Ediciones Siruela. Madrid, 1999. 448 páginas, 12.500 pesetas

La gran mayoría de las páginas del volumen son una suerte de Museo Imaginario que alberga, junto a obras contemporáneas, piezas procedentes de culturas africanas, orientales y americanas, ilustraciones de tratados filosóficos, nigrománticos y alquímicos algunaspinturas o fragmentos de pinturas, tallas románicas, tipografías y caligrafías clásicas y vanguardistas, caligramas

La relación de Tàpies con la palabra escrita se remonta de antiguo a su amistad con poetas y filósofos, así como a la abundante presencia en su catálogo de obras ilustradas o realizadas en colaboración con escritores. él mismo no ha eludido nunca la redacción de textos que explicitan y definen sus ideas, fundamentalmente las artísticas, pero también las que afectan a la política o a la vida civil. Tenemos así recopilaciones de sus artículos, conferencias o declaraciones públicas. Así en 1970, apareció La práctica del arte; en 1974, El arte contra la estética; en 1982, La realidad como arte; en 1985, Por un arte moderno y progresista y, en 1993, Valor del arte (título al que hace repetidas referencias en este El arte y sus lugares). También ha publicado parcialmente sus memorias, bajo el título Memoria personal (1978), que mereció el premio Ciudad de Barcelona.

El contenido de El arte y sus lugares no se corresponde con ninguno de los libros anteriores y es resultado y consecuencia de la ya más que extensa trayectoria artística de su autor. Resume o compendia, por un lado, un conjunto de ensayos breves y un discurso pronunciado en la Universitat Rovira i Virgili. Los textos, fechados entre 1994 y 1999, están hilvanados por un argumento central: la exploración y el enunciado de los vínculos espirituales existentes entre objetos artísticos de muy distintas procedencias geográficas y cronológicas. La bibliografía nos informa, además, de qué lecturas han configurado el pensamiento de Tàpies sobre las religiones, el misticismo, las culturas no occidentales, etc.

Por otra parte, la gran mayoría de las páginas del volumen, 328 de 448, son una suerte de Museo Imaginario que alberga, junto a algunas obras contemporáneas -se abre con un dibujo de Robert Motherwell-, piezas procedentes de culturas africanas, orientales y americanas, así como ilustraciones de tratados filosóficos, nigrománticos y alquímicos, algunas pinturas, tallas románicas, tipografías y caligrafías clásicas y vanguardistas, caligramas, etc. Según explica el propio Tàpies: "Las ilustraciones no han sido seleccionadas con criterios historicistas, ni estéticos, ni formalistas; tampoco para defender unos determinados contenidos religiosos, ideológicos o científicos. [...] Se trata más bien de destacar el tipo de arte que nos parece dotado de aquellos "poderes" universales que suelen calificarse de "trascendentes" [...] No se trata de una selección hecha por mero capricho, sino realizada desde el convencimiento de que las obras que poseen estos "poderes" forman la corriente más amplia y profunda del arte universal, y tienen plena vigencia". He de reconocer, antes de nada, que siempre me he sentido mucho más atraído por el Tàpies artista que por el Tàpies escritor. Del primero he repetido fascinaciones y sorpresas, del segundo me han distanciado opiniones contrarias y un escepticismo personal hacia determinados convencimientos y arrebatos anímicos. Aclarado esto he de decir, también, que el resultado final de El arte... habla más, a mi juicio, de Tàpies, sus creencias, convencimientos, fobias e intereses que del arte contemporáneo, sus contenidos actuales y sus posibles tendencias dominantes y declinaciones.

La atención de Tàpies al pensamiento no occidental, y la influencia de éste en su obra, es un dato claramente reconocido por todos sus estudiosos, del mismo modo que es más que conocido su interés por la meditación, el conocimiento esotérico y las inclinaciones místicas. Al convencimiento de que éste es un tratado de iconografía anímica estrictamente personal me ayuda la elección de imágenes que ha hecho el pintor. Así, los artistas contemporáneos comparecen, las más de las veces, por la calidad e intensidad de su grafismo, y no pocos de ellos pertenecen a una tendencia, el "art brut", a la que el catalán siempre se ha sentido cercano. Las ilustraciones procedentes de tratados enuncian el signo de sus preocupaciones cósmicas y humanas, pero podrían perfectamente ser sustituidas por otras sin que ello alterase su fe preferida.

Otro tanto ocurre con el arte oriental o la superabundancia de máscaras africanas que, como el resto del libro, sólo pueden informarnos respecto a un imaginario personal. Hay, sin duda mucho Tàpies en sus lugares del arte y algo en ello compartido por mí como lector y espectador, pero me diferencian de él sus extrapolaciones de hipótesis científicas, su infalible satisfacción en lo mistérico intuitivo, su convencimiento de que esa andadura es la saludable y salvadora y su declarada voluntad confrontatoria con lo que, por mero desacuerdo estético, clasifica de "frivolidades contemporáneas".