Ensayo

Después de la pasión política

Josep Ramoneda

12 diciembre, 1999 01:00

Taurus. Madrid, 1999. 243 páginas, 2.700 pesetas

Ramoneda apuesta por una vuelta a la política, concebida como el espacio de la libertad y la democracia, frente al discurso hegemónico, el economicista, nacido del cruce de la caída del comunismo y la extensión de la globalización económica

En medio de las perplejidades surgidas después de la mutación que supuso la caída del Muro en 1989, el filósofo y periodista Josep Ramoneda apuesta por una vuelta a la política, concebida como el espacio propio de la libertad y la democracia, frente a lo que considera el discurso actualmente hegemónico, el economicista, nacido del cruce de la caída en picado del comunismo y la extensión planetaria de la globalización económica. En este sentido el ensayo proporciona luz al debate, propone una explicación plausible de la situación y plantea una alternativa coherente e ilusionante desde la razón humanista. Si el fin de la pasión política trajo el enorme beneficio del fin de los sueños totalitarios y la aceptación de la realidad, premisa sin la cual se hace imposible toda mejora, por contra provocó el desprestigio de lo político y el triunfo del discurso economicista decantado hacia el imaginario de la riqueza y el éxito. Para el autor, la consecuencia de esta victoria de los postulados del globalismo dejó como únicas alternativas ante las masas al nacionalismo y al fundamentalismo religioso. Es decir, la pasión política abandona la razón, defraudada por la mentira comunista, y se va tras las "acogedoras" creencias étnicas y fundamentalistas. El discurso de la productividad y la competencia de los gobernantes tutelados por unos poderes económicos que han aprovechado la corrupción sistemática de los políticos para tenerlos de rodillas y, con ellos, al Estado, tiene su correlato en esos sentimientos esencialistas.

Cuando a ese discurso economicista, que se tiene como única alternativa, unimos la teoría de que existe un espacio político de centro donde se ubica la solución de los problemas, pues es el punto medio que todo el mundo, cediendo un poco, puede aceptar, llegamos de nuevo a la visión totalitaria, el círculo se cierra, los conflictos han sido superados, es el fin en la práctica del pluralismo y, por tanto, de la democracia.

En coherencia con su propuesta, Ramoneda se implica presentando una alternativa que está articulada en torno a tres ejes. Uno teórico, la filosofía práctica, basada en la experiencia, lugar de encuentro entre la realidad y el sujeto en dirección a la búsqueda de la verdad. Otro de tipo ético, la moral de la increencia, que establece una forma de combatir sistemáticamente el prejuicio. Por último, el eje que guía la aplicación de su propuesta, el activismo, en forma de resistencia democrática, de lucha contra la humillación, el abuso y el ninguneo de que es objeto el ciudadano por los poderes económicos. La filosofía práctica ha de luchar contra la simplificación del pasado y la liquidación de la memoria y por la recuperación de un lenguaje más acorde con la realidad. Los enemigos aparecen claramente señalados: el dinero, la indiferencia, las religiones y el fanatismo nacionalista. Respecto a este último, introduce una crítica al concepto de diferencia, bajo el que se ampara cierta progresía para marcar la distancia frente a los obsesos étnicos, sosteniendo que la diferencia separa y que la verdadera alternativa es la defensa de la pluralidad, soporte de las sociedades abiertas hechas de diversidad y mezcla. También refuta la otra trampa del esencialismo, la de que es posible la multiplicidad dentro de la unidad, otra forma de liquidar el pluralismo adoptando sus ropajes.

La propuesta de Ramoneda, que supone una revalorización del papel del Estado, en un aspecto, la exigencia de la sumisión de la economía a la política, se acerca a las tesis proteccionistas que empiezan a tener eco en Francia a través de la defensa del hecho cultural. Aparece el peligro de su extensión a otros campos, pues los grupos de interés presionarán hasta llegar a un proteccionismo integral. Aunque al autor no parezca interesado en contar con los antecedentes históricos, debería repasar la trayectoria económica de la Restauración para ver los perjuicios que causó, como siempre a las regiones y a los grupos sociales más pobres. Justo lo que ocurriría ahora a escala mundial, cortando las posibilidades de desarrollo de los países retrasados.

En lo que se refiere a la perversidad de la alternativa única del economicismo, hay que reparar en las virtudes de la propia lógica de este discurso que hacen patente las cada vez más abusivas condiciones a las que están sometidos las amplias clases medias españolas. Si antes eran unos desorbitados intereses bancarios, ahora la presión se ha incrementado en torno a dos parámetros, la falta de calidad de servicios importantes y la flagrante explotación económica de que son objeto las clases medias, parasitadas por grupos de poder económico-político-mediáticos en competencia. En cuanto a lo primero bastan los ejemplos del comportamiento enormemente perjudicial de los sindicatos corporativos o el deficiente funcionamiento de los servicios del Estado. Sobre los segundos, el apechugamiento de los parones nucleares y otros beneficios para las eléctricas; las sospechas de acuerdos oligopólicos sobre las tarifas aéreas; la continua subida de los precios de los carburantes en los que nunca repercute la caída del barril de petróleo, para festín de las compañías petroleras; la aparente competencia en el marco de las telecomunicaciones, sin que esto impida la continua subida de las tarifas telefónicas, son otros tantos ejemplos en los que la competencia de los grupos de intereses y su prolongaciones mediáticas han dejado al desnudo ante la ciudadanía el inmenso tinglado del que se benefician las antiguas familias y agresivos ejecutivos. No parece que ante este clamoroso panorama la resistencia ciudadana tarde en organizarse.