Ensayo

Este momento sin tiempo

Laura Archera Huxley

9 enero, 2000 01:00

Traducción de Leonor Blánquez. árdora. Madrid, 1999. 346 páginas

Este libro es sobre todo un libro de amor. Sencillo, denso y hondamente hermoso, todo en él se dirige a la creación de un retrato de Huxley como el humanista de la libre conciencia

E l 22 de noviembre de 1963 moría Aldous Huxley. Y nada mejor para el lector español que recordar este nuevo aniversario acercándose a estas memorias de sus años últimos escritas por su viuda, Laura Archera. Con su estilo que se acerca a la confesión son, sin duda, el documento más directo sobre el Huxley del misticismo final, sobre las prácticas y las reflexiones con el LSD y las sustancias psicodélicas, así como una visión sobre su obra última de la que se aportan, a través de textos inéditos, claves decisivas para una más veraz interpretación.

Escrito en 1967 y publicado al año siguiente, este libro es sobre todo un libro de amor. Sencillo, denso, y hondamente hermoso y desolado en algunos recuerdos, todo en él se dirige a la creación de un retrato de Huxley como el humanista de la libre conciencia, como el precursor en ampliar las capacidades mentales del hombre de nuestra época a través de prácticas psicológicas no ortodoxas (la hipnosis, los pases magnéticos...) o de la experiencia con drogas. Imbuido de una idolatría casi naif, Laura Archera nos dibuja en él a un Huxley con los trazos del "buen idealista" cuyo cometido consistía en una rehumanización de la cultura occidental, para lo que huyó de las ideologías políticas y de los valores que hacían posible la más brutal y sutil de las violencias, y se encontró con el mundo de las religiones orientales, un mundo más acorde con el espíritu de sus utopías.
Si la utopía, desde Platón, se soñó creando una ciudad ideal. Si más allá de la utopía platónica, está la antiutopía de un Luciano de Samosata cuya tradición llegará hasta Chesterton, Foster o el Huxley de Un mundo feliz, el Aldous Huxley que nos trae Laura Archera, el de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, es el que intenta superar esa utopía negativa por medio del misticismo y las prácticas espirituales.

Un camino que de una o de otra manera dará el tono de rebeldía de una generación de intelectuales europeos desde Robert Graves, Antonin Artaud o Henri Michaux, y que para ellos ofrecía un camino distinto del compromiso político. Sin embargo la vía escogida por Huxley, en el plano literario, ha envejecido de una manera asombrosa. Dueño de una inteligencia excesivamente dominante, su cientifismo mata cualquier posibilidad de poesía. Y sus personajes hoy adolecen de un exceso de raciocinio, lo mismo que sus ensayos (por ejemplo los de filosofía oriental) de un exceso de análisis.

Es esto lo que más no separa del libro de Laura Archera Huxley, el que se vea, a treinta años de su publicación, un tono de época indudable. Huxley no era un hombre de naturaleza mística, de experiencias profundas, hacía buena esa observación de que cuando un inglés no sale poeta o alucinado, sale pragmático. Por eso las experiencias de tipo místico que se cuentan en este volumen, provocadas por las sustancias psicodélicas, sólo se pueden leer atrozmente como un divertimento, como una fantasía glacial, como una imaginación pervertida. Es, en cualquier caso, la vía negativa de aquellas pseudo prácticas espirituales o religiosas de los años 60.
Mejor será atender al testimonio humano, incluso a ese dramático e impúdico relato de la muerte de Aldous Huxley donde este libro alcanza la dimensión de la tragedia. En esto y en su capacidad de amor, en esa aristocracia interior para la vida, para hacerse consciente de sus potencialidades como hombre, es donde se encuentra la mejor visión: la visión de un hombre que quiso que su vida fuera una continuación de su obra, y que quiso hacer de su personalidad y de su ejemplo una utopía moral en medio de los nuevos caminos de dominación humana como resultaron ser la técnica y el progreso científico. Un sueño que también construyó sus propios monstruos, como queda dicho.

Por eso este relato biográfico, que paradójicamente nos emociona y nos hace disentir, nos sumerge también con eficacia en la vida cotidiana y en las encrucijadas mentales de este "visionario" del siglo XX, de este utópico que no consideró aquello que dijo Max Nettlau de que cualquier utopía "será mañana un arma más de destrucción, vulgarizada en el sentido comercial". Una mente analítica que nos quedó sin embargo en los labios esta pregunta esencial: ¿cómo se puede renunciar a la utopía sin perderse algo constitutivamente humano?