Ensayo

Diccionario Espasa de cine español

Augusto Martínez Torres

30 enero, 2000 01:00

Prólogo de Manuel Gutiérrez Aragón. Espasa. Madrid, 1999. 1.055 páginas, 6.975 pesetas

En un diccionario, o al menos eso es lo que dice la añeja Enciclopedia Sopena, se catalogan y definen las dicciones o términos de un idioma, de una ciencia o de cualquier otra especialidad, generalmente por orden alfabético. ¿Puede un diccionario estructurarse bajo los parámetros de lo "subjetivo"? Debería ser subjetivo en la redacción de las entradas, pero no en el criterio de selección de las mismas: Martínez Torres, autor de este pionero Diccionario Espasa del Cine Español, confiesa haberlo sido al escoger las películas -1.050 entradas, de las 1.600 totales- que lo componen. Dudo que Leonard Maltin o Ephraim Katz, responsables de dos de las obras de referencia cinematográfica más completas que se han escrito contaran con la subjetividad como criterio rector. Quizá pensaban que los textos debían de ser creativos y críticos, lo menos parecido a lo que entendemos por un diccionario académico, pero digamos que la exhaustividad sería su cualidad más valiosa, el mínimo común denominador de un obra que nace con la voluntad de convertirse en libro de consulta.

Torres, que parece haber centrado sus investigaciones como crítico cinematográfico en el campo de la enciclopedia y la compilación -Diccionario Espasa de Cine, El cine norteamericano en 120 películas...-, es, como Maltin o Katz, un pionero: nadie hasta el momento se había atrevido a codificar la historia del cine español en formato panorámico, alfabético y autóctono. Sin embargo, la tercera edición de este diccionario, que es la versión corregida y aumentada del que Torres había publicado en 1996 y 1997 como libro de bolsillo, no puede competir con la variopinta y estimulante fórmula patentada por la bibliografía anglosajona: el Diccionario Espasa del Cine Español, que a partir de ahora se convertirá en utilísimo instrumento de consulta (es el único), incurre en algunos errores imperdonables. Primero: el capricho. Segundo: el aburrimiento.

Que Torres no desprecie ninguna de las profesiones que componen el proteico mundo del cine es una de las virtudes de su esforzado trabajo. Que el criterio para escoger los personajes biografiados sea tan aleatorio como el de la lotería de Navidad es, también, bastante obvio. Si uno decide incluir entradas dedicadas a actores jóvenes, debe intentar aplicar una lógica democrática en la selección: no tiene mucho sentido que Fele Martínez y Jordi Mollá cuenten con el beneplácito de Torres en perjuicio de, por citar dos ejemplos maltratados, de Eduardo Noriega y Najwa Nimri. La reseña de las películas seleccionadas tiene siempre la misma estructura -sinopsis del argumento más comentario crítico, tan breve como desconcertante: según Torres, la fuerza visual de La buena estrella reside en "un hábil juego de primeros planos y planos generales" (sic)- y hace añorar los subjetivos -por originales y personales- textos del equipo de "Time Out" en sus anuarios o las espléndidas críticas de Tavernier en su imprescindible 50 años de cine norteamericano. Sólo hay una manera de reconocer una excelente obra de divulgación: cuando, a pesar de no necesitar consultarla, lees sus textos por el placer de leerlos. Que el diccionario de Torres no pertenezca a ese privilegiado grupo de libros útiles pero brillantes no quiere decir que su aportación no sea algo que debamos celebrar: todos los pioneros se merecen un aplauso bien fuerte.