Ensayo

Elegía a Iris

John Bayley

30 enero, 2000 01:00

Versión española de Fernando Borrajo. Alianza. Madrid, 1999. 229 páginas, 1.900 pesetas

Es el recuerdo de una historia de amor, un homenaje a esa solitaria de la literatura inglesa que fue Murdoch, a las claves para interpretar su obra y las revelaciones que la motivaron

Si en la literatura inglesa contemporánea hay un equivalente del Shakespeare de La Tempestad o del Cuento de Invierno (sobre todo en lo que se refiere al enredo y los desarrollos temáticos) ese es el de Iris Murdoch. Existencialista en sus primeras novelas, dramática, romántica e irónica, lo que mejor se aviene al conjunto de su obra literaria es el término de meditativa. Sus "acciones entre los hombres", como podría definirse su novelística, es la adecuación entre un abarcador aliento filosófico y la compleja vida de sus personajes, entre la razón que piensa y el corazón que siente. Su filosofía por ello nunca es explícita sino que se encarna en el transcurrir de la vida de los seres que crea y dentro, por tanto, de una dialéctica existencial que intenta reflejar los conflictos entre el bien y el mal, la naturaleza del arte o la del amor. Podríamos hablar, por eso, de una literatura perturbadora no sólo en sus aspectos morales o reflexivos, sino también en sus realizaciones técnicas puestas al servicio de la intensificación de la trama y de su inmediato atractivo para el lector. Un atractivo que sin embargo en la literatura española no ha dejado la impronta que sería deseable, quizá por ese provincianismo que nos ha alejado de esta escritora genial, profunda y rigurosa.

Es por eso una feliz noticia la aparición en nuestro idioma de estas memorias sobre la Murdoch escritas por su viudo John Bayley, por otra parte uno de los críticos ingleses más reputados. Una feliz noticia y una noticia que viene cargada con todo el dramatismo y la tragedia de este retrato último de nuestra escritora enajenada por ese Alzheimer del que se hace un escáner de sus inicios, su evolución, su comportamiento y sus efectos. Una Murdoch cuya enfermedad sólo ha conseguido acentuar su bondad natural y que se pasa el día calmándose ante los dibujos animados de la televisión y con una recurrente pregunta en sus labios: ¿qué hacemos aquí, cuándo nos marchamos? Pero el libro afortunadamente es más que eso, es sobre todo el recuerdo de una historia de amor que duró más de cuatro décadas, desde que se conocieron en los ambientes universitarios de Oxford en 1954. Y por supuesto una elegía al tiempo que se fue, a las cosas y a los momentos que se fueron marchando como nubes por el cielo de la vida, y un homenaje a esa solitaria de la literatura inglesa que fue Iris Murdoch, a las claves para interpretar su obra y a las anécdotas y revelaciones que la motivaron.

Con esa habitual perspicacia de los anglosajones para este género, y no exento de un solapado humor, Bayley nos la presenta sin tapujos como un "toro pequeño", independiente, rigurosa y poco femenina; y hasta que se casaron, una deshinibida sexual que simultaneaba amantes y aventuras entre los variopintos colegas universitarios. Pero nunca son anécdotas baladíes sino que sirven para entender desde un prisma existencial aspectos de su obra: recordemos que en sus novelas concebía el amor como parte de un mecanismo formado por varias personas en la que ese sentimiento cambia y se transforma constantemente. Una perspicacia que Bayley no abandona al retratar los aburridos ambientes de Oxford, con sus juegos de apariencias, la naturaleza del matrimonio o la relación laica de la Murdoch con las corrientes espirituales o el budismo.

Iris Murdoch se sentía atraída por la visión de la vida que se deducía del cuadro La Resurrección de Piero della Francesca, sobre todo por su falta de desbordamiento emocional en los asuntos humanos. Prefería el ideal clásico del hombre independiente, "inmortalizado por su propio sentido del arte y de la forma". Eso mismo se podría decir de toda su obra narrativa y, como no, de estas memorias escritas desde la contención aunque sin olvidar los clímax de hondura que sin duda crean. Bayley es el memoriógrafo que está aliado con sus recuerdos, el que presta la memoria a una Murdoch desmemoriada por el Alzheimer, a una vida que, si no se escribe, se perderá para siempre. Lo suyo son pruebas de lucidez, modos de expresar verdades existenciales, formas de decir en voz baja lo que aquella fuerza intelectual y espiritual vivió en su existencia cotidiana, las casas que habitó y los objetos que amó con una indudable comprensión de lo humano, más allá de cualquier manipulación estrictamente realista o idealista.