Ensayo

España. La evolución de la identidad

Juan Pablo Fusi

6 febrero, 2000 01:00

Temas de Hoy. Madrid, 2000. 309 páginas, 2.800 pesetas

Las ficciones nacionales alumbradas por los nacionalismos del siglo XIX son incompatibles con esa misma historia en la que quieren hacer descansar su razón de ser. Los buenos libros de historia no sólo enseñan cosas; incitan a reflexionar sobre ellas. Como éste.

Apenas comenzada la lectura de España. La evolución de la identidad nacional, se imponen dos evidencias cada vez más claras a medida que se avanza en ella. Es la primera lo complejo del asunto, que exige calidad y cantidad en información, lucidez en su análisis, ponderación en su tratamiento y especial capacidad de síntesis y ordenación en el desarrollo del texto. La segunda es que Juan Pablo Fusi está sobradamente a la altura del intento. Lo nuclear del mismo es lo que la retórica esencialista y el ensayismo a base de simplificaciones solían llamar el problema del "ser de España". La formulación de ese problema ha revestido configuraciones diferentes según los tiempos y las circunstancias, pero no ha sido nunca una cuestión ociosa y por algo de él se han ocupado algunos de los más solventes intelectuales de los últimos siglos. También se presta el asunto a conclusiones precipitadas e interesadas. De uno y otro origen derivan lugares comunes como la excepcionalidad de la historia de España y zanganadas como la de que esa historia no sería la de una nación, por no haber una nación española.

Ambas cuestiones, entre otras varias, se esclarecen en el análisis de Fusi. No es la primera vez que insiste en que la historia de España no es, en modo alguno, un proceso anómalo y trágico, sin homologación con otros países europeos. Su evolución colectiva no fue más convulsa o violenta (más bien al contrario) que, por ejemplo, la de los dos, Francia e inglaterra, que fueron con España pioneros en el proceso de formación nacional a comienzos de la Edad Moderna. He ahí, pues, dos premisas argumentadas de las que parte este estudio: hay una entidad histórica nacional española y su trayectoria en el tiempo no ha sido un derrotero extravagante y desdichado. Desarrollarlas supone pasar revista al curso de al menos cinco siglos de historia de España, reparando en aspectos políticos, sociales y culturales; en este sentido, el libro es un acertado resumen de esa historia en el que la concisión no deja fuera nada significativo. La densidad de la materia que hay que cubrir fuerza a tomar muchas veces atajos, pero ya es sabido que las buenas síntesis, y ésta lo es, son aquellas en las que se sabe acertar con lo prescindible.

En función del desarrollo de la identidad nacional se distinguen tres etapas que vertebran la estructura del libro. La primera de conformación o germinal que arrancando de la Baja Edad Media se cerró con el siglo XV; es el período de afloramiento del sentido identitario de pertenencia, todavía sin Estados nacionales pero sí de identificación prenacional. La segunda, que cubriría los siglos XVI a XVIII, conocería la efectiva articulación nacional a través de la Monarquía hispánica. Diversas realidades dejan ver bajo los Austrias ya cuajada una neta conciencia de identidad común, especialmente en la percepción por las elites intelectuales de su inserción en una herencia cultural diferenciada. Con el siglo XVIII tomaría cuerpo el efectivo sentimiento de nación como comunidad política. Leída la explicación de Fusi es difícil no coincidir con él: "el reformismo ilustrado articuló la nación española".

La más densa y compleja etapa, los siglos XIX y XX, se identifica con el Estado nacional fundado por un liberalismo no siempre potente para impulsar esa construcción, y esta parte del libro multiplica las materias de obligado tratamiento: las tensiones derivadas de la articulación territorial de España, el peso de los localismos, la emergencia de los regionalismos y del federalismo (aquí lúcidamente presentado como la pura elucubración ideológica que siempre ha sido en España, no respuesta practicable a problemas concretos), los nacionalismos identitarios, especialmente el catalán y el vasco, de tan distinta etiología y condición, la cierta desnacionalización derivada de la interpretación de España como un agregado de territorios y "nacionalidades" inducida por el Estado de las Autonomías.

De entre las conclusiones que de estas páginas se desprenden quizá valga la pena destacar la que se encierra en su tesis de fondo. No hay identidades nacionales indelebles, sino evolución en las mismas, sustentadas por características más o menos estables. Las ficciones nacionales alumbradas por los nacionalismos políticos y culturales del XIX no resisten el examen de la historia y, en sus pretensiones de homogeneidad y trascendentalidad, son incompatibles con esa misma historia en la que quieren hacer descansar su razón de ser. Los buenos libros de historia no sólo enseñan o recuerdan cosas; incitan a reflexionar sobre ellas. Como éste.