Ensayo

El hombre espiritual

Javier Sádaba

6 febrero, 2000 01:00

Martínez Roca. Barcelona, 1999. 208 páginas, 2.390 pesetas

Sádaba, en lugar de sumergirse en ejercicios de academicismo estéril, hace lo que siempre debe hacerse con los clásicos, para el caso Aristóteles o Kant o Nietzsche. Se trata de usar libremente sus temas y sus motivos con el fin de fecundar el propio pensamiento

El lector de este libro de Javier Sádaba se encuentra, como en las bodas de Caná, en que las mejores esencias y libaciones se han resevado para el final. Los capítulos sobre la amistad son excelentes. Allí dispone el autor de una magnífica mina de la que extraer prometedoras reflexiones. Hay momentos en que el texto parece de manera inconsciente recrear el emocionante himno paulino al amor como ágape. Sólo que la amistad no es esa forma amorosa, como tampoco puede confundirse ni con el eros platónico ni con su recreación freudiana (más marcadamente sexual). La amistad de que habla Sádaba surge de forma directa y prístina del grandísimo texto filosófico de Aristóteles consagrado a la amistad (en su ética a Nicómano).

Pero Sádaba no se limita a un comentario académico del texto, o a cualquiera de esos subterfugios filológicos tan rigurosos y eruditos como ajenos al verdadero pensamiento. Padecemos de muchos males en nuestra comunidad filosófica, pero éste es uno de los más graves; ya que un filologismo sin fronteras hace que el verdadero pensamiento perezca en la tupida red que la filología y el etimologismo tienden a constituir, con grave riesgo de que en ese lecho de Procusto el pensar filosófico se asfixie.

Sádaba, en lugar de sumergirse en virtuosos ejercicios de academicismo estéril, hace lo que siempre debe hacerse con los clásicos, para el caso Aristóteles. Lo mismo podría rezar también con Kant, con Nietzsche o con los clásicos del pensamiento del siglo XX. Se trata de usar libremente sus temas y sus motivos con el fin de fecundar el propio pensamiento. O de hacer que éste resurja, recreado y re-suscitado, gracias a esa fecundación que todo "buen encuentro" (en sentido spinozista) con los clásicos produce. Ya es hora de que nos ejercitemos en lo que Hülderlin llamaba "el libre uso de lo propio". Y los clásicos son lo más propio que una determinada tradición (como es el caso de la filosofía, o en particular la filosofía práctica que Sádaba ejercita) puede disponer.
Las páginas de Sádaba consagradas a la amistad, y a sus corolarios de felicidad, solidaridad, etc., son magníficas. Comenta de forma bien interesante el primer gran poema épico de la humanidad, la epopeya de Gilgamesh, en la que este gran tema de la amistad es determinante.

La lucha a muerte entre Gilgamesh y Enkidu no concluye en una relación de señorío y servidumbre, como en la Fenomenología del espíritu de Hegel. Tampoco es un combatimento (o un duelo a muerte entrelazado con el dúo amoroso) como en tantas historias de amor-pasión. Concluye en tablas, en reconocimiento de la igualdad, o de que ni uno ni otro es capaz de vencer al adversario, ya que ambos poseen el mismo valor y la misma fuerza. Y de ello deriva la abierta posibilidad de la amistad. En la que uno es para otro espejo y alter ego. De tal modo que al morir uno de ellos, Enkidu, sufre Gilgamesh un reconocimiento tal de su propia condición (mortal) que experimenta una crisis que le obliga a un cambio radical de vida.

éstos y otros temas surgen en las páginas finales de un texto que previamente va circulando por el ámbito de las espectativas, miedos, temores y realidades de este cambio de siglo y de milenio, a modo de un informe que nos va acompañando hasta ese instante en que, de pronto, se desparraman sobre el lector todas las (mejores) esencias. Y es que a Sádaba se le da muy bien la compañía de algún clásico al que aprecia y estima. Su texto cobra vigor, en pensamiento y en lenguaje, cuando se advierte la levadura, o el grano de mostaza (por seguir con imágenes evangélicas), que siempre es Aristóteles o Wittgenstein, clásicos del pensamiento donde los haya. Cuando piensa con ellos (y no desde ellos, como tantos epígonos o escoliastas, o a pesar de ellos, como sucede en el filologismo indigesto), el texto adquiere solvencia y seriedad (en el sentido definido por el propio autor).

"¿Quién es el tercero que camina siempre a tu lado?", se lee en Lo que dijo el Trueno de Eliot, en referencia al Jesús resucitado que acompañaba a los dos discípulos de Emaús. "Cuando cuento, sólo estamos tú y yo", pero si miro adelante, hay siempre otro, un encapuchado, que está y no está. Sádaba intercala entre él y el lector, en sus mejore páginas, a modo de encapuchados, a sus clásicos más queridos (a Wittgenstein y a Aristóteles en este libro).

De hecho no hay mejor prueba de amistad que la que se ejerce también leyendo a los grandes clásicos. En la lectura a veces viven, se agitan, vibran, cobran una existencia que nos los hace contemporáneos. Por eso las palabras aristotélicas sobre la amistad, tan estupendamente revisitadas por Sádaba, se implantan majestuosamente en nuestra actual demanda de felicidad y de solidaridad. Y pueden ser apreciadas y cotejadas por finos catadores de la textualidad viva (como recientemente manifestó, respecto a esas páginas de Sádaba, Francisco Umbral).

Y es que esas páginas aristotélicas sobre la amistad tienen más vigencia y están más grávidas de futuro que tantos volúmenes triviales o escasos se publican, aquí y fuera de aquí, sobre los controvertidos temas de ética, filosofía de la religión y caracterización de los tiempos de los que Sádaba se intenta desembarazar en las tres cuartas partes de este libro. Gracias a esa necesaria catarsis puede Sádaba, ya en el tramo final del libro, encontrarse con ese "encapuchado" que al parecer camina entre el autor y el lector, entre tú y yo. Para el caso, el gran Aristóteles en su reflexión sobre la amistad.