Curro Romero. La esencia
Antonio Burgos
27 febrero, 2000 01:00Sin embargo, la vida misma de Curro Romero -único nombre con el que verdaderamente le gusta que le llamen- ha sido, hasta la fecha, salvo para quienes lo conozcan personalmente o sus poco numerosos íntimos, cosa casi secreta. Son escasas, incluso, las entrevistas que ha concedido a lo largo del casi medio siglo ininterrumpido que lleva pisando los ruedos, y en las que ha dado, habla menos siempre Curro que el generalmente adulador o ignorante periodista que le pregunta.
De ahí el principal interés de este Curro Romero. La esencia, en el que el periodista y escritor sevillano Antonio Burgos ha recogido más de cuarenta horas de charla con el hombre y el torero, en las que Curro rememora sus sesenta y siete años pasados, desde sus modestísimos orígenes -hijo de jornalero y de mujer trabajadora- en el pueblo de Camas, hasta el espléndido presente que asegura vivir, gracias a su apogeo creador frente al toro y a una plenitud semejante junto a una mujer "que es bella por fuera y por dentro", Carmen Tello -sobre la que la proverbial discreción de Curro no añade ni un dato ni una anécdota más-.
Dividido en tres partes correspondientes a los tres tercios de la lidia, "Hay ahí en Camas uno que le dicen Curro...", "El Tarro de las esencias" y "El Faraón", el texto se compone mediante capítulos breves, titulados independientemente, que refieren anécdotas, sucesos, pensamientos narrados por el torero y aliñados literaria y cronológicamente por el escritor, que ha añadido como complemento a los que supongo sus propios recuerdos -asegura que estaba en La Maestranza cuando su debú sevillano- la reproducción de algunas crónicas y reseñas de época.
Se desprende de la lectura un hombre que aúna la grandeza que es el toreo y su personalísima concepción del mismo -hasta el punto de que todo en Curro termina definiéndose por la estética con que ha sido pensado y llevado a la realidad perceptible, no en vano el segundo apellido de su madre era Velázquez- con la de una bondad imbuida por la conducta de sus padres -que nunca le enseñaron a odiar en una España llena de odios- y una ética personal basada en los mismos elementos que sustentan su forma de estar y hacer en la plaza: la quietud, la armonía, la gracia, la profundidad de la pureza y el cataclismo de lo bello hecho movimiento y carne arrebujada.
No sé determinar exactamente los méritos de cada participante en el resultado final del libro. Si sé que viéndolos a ambos en una reciente y poco informada por parte del entrevistador comparecencia en la segunda cadena de televisión española, las parcas y justas intervenciones de Curro Romero brillaban bajo el torrente laudatorio de su compañero (al que se lo perdono por currista, pero no por escritor) y las meteduras de pata del periodista "político" en cada ocasión que regalaba su opinión. Y, sobre todo, una cosa destacaba, la fijeza de la mirada del torero, tan directa y de frente, tan poderosa, tan decidida y tan resuelta y arrojada como la que le gusta en los animales ante los que con mayor orgullo arriesga la vida, la del toro de lidia verdaderamente bravo.