El yo moderno
Gottfried Benn
27 febrero, 2000 01:00Ha hecho bien, creo, Enrique Ocaña, prologuista, traductor y seleccionador de este grupo de ensayos, al ordenarlos cronológicamente, con variedad, pero en una misma y fundamental dirección. Desde el más antiguo, de 1919 -El Yo moderno- muy unido aún a la poética y los modos del expresionismo, hasta el más nuevo, Problemas de la lírica, de 1951, surgido como una conferencia universitaria, y de tono mucho más reposado y racionalista, los diez textos seleccionados -plurales en lo exterior- buscan como he dicho una única meta, tan presente por lo demás (en su primer estadio) en el desideratum de muchas vanguardias, por ejemplo del cubismo: volver al pensamiento prelógico, recuperar la ancestral unidad del yo y lo real, de la vida y la muerte; ir contra la ciencia del positivismo en otra ciencia que engarza el alma y el cuerpo, que siente al hombre en lo cósmico, y que vive, más que en ningún otro producto moderno (sobrevive, quizá) en la lírica; que no es útil, pero que conturba y busca y da pan. Los grandes poetas, dice, "fascinan", pero esos grandes poetas son escasísimos y añade (entendiendo que el poema malo carece de validez) "pero la lírica" -frente a la tibieza que admite la novela- debe ser exorbitante o no ser en absoluto: tal es su esencia.
En estos textos, Benn (médico de profesión) pasa revista a los estudios científicos de Goethe -quien aún poseyó inteligentemente ese hondo sentimiento del anima mundi, que otra modernidad perdió- o se detiene -50 años después de su muerte- en el valor de la obra de Nietzsche, para Benn más lingöística y telúrica, más destructora en busca del origen, con su famoso Olimpo de la apariencia, que filosófica en el sentido convencional, de donde su radical novedad.
Pasa revista nuestro poeta a los ideales puristas de la primitiva Grecia dórica (un mundo que aprovechó la estética del nazismo), Mundo dórico. Una investigación sobre la relación entre arte y poder. Se detiene, en fin, en el viejo problema de desarreglo y genio (el problema del genio); pero, como adelanté, bajo apariencias tan varias, hay un contínuo y subterráneo canal que el propio Benn buscaba como poeta creador: el avance instintivo e intelectual hacia el hombre total, hacia un hombre -latente en la palabra poética- sediento de espíritu sin prescindir de nada, y que apenas ha iniciado su evolución, en medio de un mundo que (desde el XIX, más tenazmente) parece resistirse a ese camino de hondura, de hontanar, de palabra vuelta forma.
La metafísica del arte, que declaró el mismo Nietzsche o la idea que encierran las palabras de Hegel, con las que clausura el texto Problemas de la lírica: "La vida del espíritu no es la vida que se espanta de la muerte y que se mantiene pura ante la desolación, sino la que soporta la muerte y se conserva en ella".
Ese hondón del alma, esa unidad ancestral, esa riqueza espiritual de la palabra es lo que Benn, por diferentes caminos -incluido el examen de las drogas alucinógenas- trata de alcanzar en todas estas páginas, algunas muy inteligentes y otras, además, muy bellas. Y llenas de iluminada sabiduría, porque Benn entendió que el poeta moderno debe ser enciclopédico y que todo saber -incluso alguna banalidad- conduce a la búsqueda del poema, que es heredero y emisario de una espiritualidad -sin Dios- absoluta y total.