Ensayo

El yo moderno

Gottfried Benn

27 febrero, 2000 01:00

Edición de Enrique Ocaña. Pre-Textos. Valencia, 1999. 206 páginas, 2.950 pesetas

A unque no es la primera vez que se publican ensayos del poeta Gottfried Benn en nuestra lengua (conozco, al menos, tres recopilaciones distintas, la más reciente Ensayos escogidos, Alfa, Buenos Aires, 1978) y aunque casi todas esas recopilaciones reiteran algún texto -verbigracia, Problemas de la lírica- es verdad que Gottfried Benn (1886-1956), uno de los inauguradores de la poesía moderna en alemán, hondo expresionista de la primera hora, es un autor mal difundido y poco leído. Aunque para que la queja sea completa, habría que redondear diciendo que, entre los ensayistas, los poetas-ensayistas (a menudo los más sugeridores) son quizá los menos leídos. La sorprendente y cautivadora fuerza del primer libro poético de Benn, Morgue (1912) tapa aún para muchos la posterior poesía de este intelectual/poeta -casi todos los poetas modernos son intelectuales, requeridores de inteligencia- buceando, maravillosamente, en zonas de sombra, con luz y delicadeza.
Ha hecho bien, creo, Enrique Ocaña, prologuista, traductor y seleccionador de este grupo de ensayos, al ordenarlos cronológicamente, con variedad, pero en una misma y fundamental dirección. Desde el más antiguo, de 1919 -El Yo moderno- muy unido aún a la poética y los modos del expresionismo, hasta el más nuevo, Problemas de la lírica, de 1951, surgido como una conferencia universitaria, y de tono mucho más reposado y racionalista, los diez textos seleccionados -plurales en lo exterior- buscan como he dicho una única meta, tan presente por lo demás (en su primer estadio) en el desideratum de muchas vanguardias, por ejemplo del cubismo: volver al pensamiento prelógico, recuperar la ancestral unidad del yo y lo real, de la vida y la muerte; ir contra la ciencia del positivismo en otra ciencia que engarza el alma y el cuerpo, que siente al hombre en lo cósmico, y que vive, más que en ningún otro producto moderno (sobrevive, quizá) en la lírica; que no es útil, pero que conturba y busca y da pan. Los grandes poetas, dice, "fascinan", pero esos grandes poetas son escasísimos y añade (entendiendo que el poema malo carece de validez) "pero la lírica" -frente a la tibieza que admite la novela- debe ser exorbitante o no ser en absoluto: tal es su esencia.
En estos textos, Benn (médico de profesión) pasa revista a los estudios científicos de Goethe -quien aún poseyó inteligentemente ese hondo sentimiento del anima mundi, que otra modernidad perdió- o se detiene -50 años después de su muerte- en el valor de la obra de Nietzsche, para Benn más lingöística y telúrica, más destructora en busca del origen, con su famoso Olimpo de la apariencia, que filosófica en el sentido convencional, de donde su radical novedad.
Pasa revista nuestro poeta a los ideales puristas de la primitiva Grecia dórica (un mundo que aprovechó la estética del nazismo), Mundo dórico. Una investigación sobre la relación entre arte y poder. Se detiene, en fin, en el viejo problema de desarreglo y genio (el problema del genio); pero, como adelanté, bajo apariencias tan varias, hay un contínuo y subterráneo canal que el propio Benn buscaba como poeta creador: el avance instintivo e intelectual hacia el hombre total, hacia un hombre -latente en la palabra poética- sediento de espíritu sin prescindir de nada, y que apenas ha iniciado su evolución, en medio de un mundo que (desde el XIX, más tenazmente) parece resistirse a ese camino de hondura, de hontanar, de palabra vuelta forma.
La metafísica del arte, que declaró el mismo Nietzsche o la idea que encierran las palabras de Hegel, con las que clausura el texto Problemas de la lírica: "La vida del espíritu no es la vida que se espanta de la muerte y que se mantiene pura ante la desolación, sino la que soporta la muerte y se conserva en ella".
Ese hondón del alma, esa unidad ancestral, esa riqueza espiritual de la palabra es lo que Benn, por diferentes caminos -incluido el examen de las drogas alucinógenas- trata de alcanzar en todas estas páginas, algunas muy inteligentes y otras, además, muy bellas. Y llenas de iluminada sabiduría, porque Benn entendió que el poeta moderno debe ser enciclopédico y que todo saber -incluso alguna banalidad- conduce a la búsqueda del poema, que es heredero y emisario de una espiritualidad -sin Dios- absoluta y total.