Ensayo

Coleccionismo y literatura

Yvette Sánchez

12 marzo, 2000 01:00

Cátedra. Madrid, 1999. 338 páginas, 1.600 pesetas

La obra trata de establecer los vínculos entre coleccionismo y literatura: escritores que fueron bibliófilos, escritores -y personajes- que cultivan algún tipo de coleccionismo y las relaciones entre el hábito de coleccionar de algunos autores y la forma de su escritura

El coleccionismo, el afán de acumular objetos, a veces heterogéneos y en ocasiones pertenecientes a ámbitos muy específicos y hasta raros, ha sido objeto de estudios numerosos, desde los acercamientos históricos hasta los análisis psicológicos -recuérdense los libros de Muensterberger (1994) o de Doc Pertinaz (1996)-, y cuenta igualmente con manuales, algún vademécum ya clásico y revistas especializadas. Esta obra de Yvette Sánchez, repleta de datos de procedencia diversa, trata de establecer los vínculos entre coleccionismo y literatura.

Enunciado así, el objetivo puede enfocarse desde ángulos distintos. Dejando aparte las consideraciones generales sobre el coleccionismo y sus casi infinitas ramificaciones -que ocupan el primer tercio del volumen-, la autora se ha centrado especialmente en algunos aspectos: escritores que fueron bibliófilos, personajes de obras de ficción que comparten la misma pasión por los libros, escritores -y personajes literarios- que cultivan algún tipo de coleccionismo y, por último, las posibles relaciones que cabría establecer entre el hábito de coleccionar de algunos autores y la forma de su escritura. Incluso con esta sintética enumeración salta a la vista que tal acumulación de cuestiones exigiría, para ofrecer un desarrollo satisfactorio, un espacio muy superior al que poseen estas páginas. De ahí que algunos asuntos queden apenas insinuados -así, el muy atractivo problema de la "escritura" del coleccionista-, mientras que otras observaciones se reiteran al utilizarse una y otra vez las mismas obras con distintos propósitos.

Aunque existan precedentes, la extensión del coleccionismo se produce en el siglo XIX, sin duda por la multiplicación de los viajes y el progresivo conocimiento de países y culturas distantes. Hay escritores bibliófilos, como Anatole France -que creó varios personajes sometidos a la misma pasión que el autor- o Rubén Darío. Y multitud de escritores coleccionistas en cuyas obras se refleja esta afición: Manzoni fue recogiendo y clasificando plantas, como Victor Hugo; Nabokov llegó a reunir una extraordinaria colección de mariposas; entomólogos concienzudos fueron André Gide y Ernst Jönger; Goethe hizo acopio de plantas, minerales variados, muebles, medallas y otros objetos; coleccionista de objetos diversos fue Balzac, que trasladó la afición a personajes como el primo Pons. D’Annunzio es un ejemplo de coleccionista visceral: libros, objetos antiguos, amantes... Gómez de la Serna ya relacionó la afición de Lope de Vega a acumular cachivaches, libros y objetos -incluidos tulipanes de Flandes- con su portentosa fecundidad literaria y su colección de amantes e hijos. El coleccionismo irreprimible y múltiple de Pablo Neruda parece indisociable de algunas características de su poesía, como la tendencia a las series enumerativas acumuladas, a la yuxtaposición de metáforas, al canto de los objetos que invade las Odas y otros libros. Otros casos invocados en estas páginas se me antojan más discutibles. El coleccionismo de Baroja no se centró en objetos domésticos o en instrumentos de navegación -algo de origen más bien familiar-, sino en libros de viajes y en estampas de personajes del siglo XIX -militares, artistas, bandoleros, políticos-, muchas de las cuales le sirvieron para esbozar los retratos de tipos históricos que aparecen en las Memorias de un hombre de acción.

El valor simbólico del coleccionismo alcanza en los personajes de algunas obras literarias una extremada sutileza. En Tristana, de Galdós, don Lope "obedece al paradigma del viejo que colecciona armas y mujeres jóvenes" (pág. 182), de modo que el hecho de irse desprendiendo, apremiado por necesidades económicas, de objetos y trofeos de sus ricos fondos puede equipararse -y no es difícil entender que así lo sugiere el autor- al declive de su antiguo poderío como donjuán impenitente. En Ada o el ardor, la novela de Nabokov, la relación erótica entre Ada y su primo, anhelo insatisfecho al principio que se realiza plenamente tras la muerte del marido enfermo, tiene su representación paralela en la colección de gusanos y mariposas de la que acaba desprendiéndose la viuda y que simbolizaban los sucedáneos compensatorios de una mortecina vida erótica. Desfilan por el libro muchos otros casos de coleccionismo literario, pertenecientes sobre todo a la literatura del siglo XX, con nombres tan aparentemente dispares como los de Oscar Wilde, Bruce Chatwin, John Fowles, Susan Sontag, Pérez Reverte, Söskind o Adelaida García Morales. Hay numerosos datos sugerentes, abundantes pistas no desarrolladas que el lector puede seguir por su cuenta y con provecho.

Literatura y coleccionismo tienen en común la aspiración a lo infinito, a lo inacabable, y la concepción de la actividad como recolección y acopio de objetos del pasado. En cuanto a la literatura, la vieja crítica de las "fuentes" de la obra, propia de la Filología decimonónica pero ensayada mucho antes por los humanistas del siglo XVI, ya operó implícitamente con este supuesto, y las modernas corrientes que analizan la intertextualidad -desde Kristeva hasta Genette- consideran el texto, en definitiva, como un crisol, o mejor, una colección de textos anteriores incorporados al nuevo. Muchas obras de la llamada posmodernidad tienden a subrayar el papel del texto como colección o depósito de otros textos anteriores. Veáse, sin más, la reciente Carajicomedia de Juan Goytisolo, que toma prestado incluso el título.