Ensayo

Poema y diálogo

Hans Georg Gadamer

19 marzo, 2000 01:00

Gedisa. 159 págs., 1.850 ptas. Filosofía y Poesía... Compilado por Gianni Vattimo. Gedisa. 220 páginas, 2.700 pesetas

La tarea central de H. G. Gadamer ha sido la roturación y sistematización de la hermeneútica como una teoría general de la interpretación. Gianni Vattimo, por su parte, apunta al fondo mismo del enfoque gadameria-no, a sus presupuestos y a los laberintos que abre

La suerte ha permitido a Gadamer -cuyos cien años en activo está celebrando por estas fechas la comunidad filosófica internacional- asistir aún en vida a la tentativa conversión de la corriente que hoy identificamos con su nombre, la hermeneútica, en horizonte filosófico universal de nuestra época. Nacida en contextos especializados, bíblicos o jurídicos, como teoría de la comprensión y, sobre todo, de la interpretación textual, la hermeneútica pasó con Dilthey a procurar herramientas metódicas decisivas a las ciencias del espíritu, de inicial inspiración vitalista e historicista. Heidegger convirtió la comprensión en un concepto central de su analítica existencial. O lo que es igual, hizo de ella una determinación categorial esencial del "ser-ahí", del humano "ser-en-el-mundo". Y con él la hermeneútica vivió su "viraje ontológico".

De este modo quedó abierto el camino para lo que ha sido la tarea central de Gadamer: la roturación y sistematización de la hermeneútica como una teoría general de la interpretación. Una teoría que él mismo ha elevado, con la tesis de la constitución lingöística del mundo y, complementariamente, de nuestra propia lingöisticidad esencial, a pauta y modelo de nuestra entera experiencia del mundo. Y de la verdad, en la medida en que desde esta perspectiva la verdad deja de ser evidencia vinculante y objetiva, adecuación entre el pensamiento y la cosa o representación exacta, para resultar más bien asumible como articulación interpretativa de una precomprensión histórica y finita en la que obligadamente nos encontramos en nuestra condición de seres en el mundo. O lo que es igual, de herederos de un lenguaje histórico y finito que posibilita, lejos de todo trascendentalismo ahistórico y apriórico, nuestro acceso al mundo y a nosotros mismos. Algo ya anticipado, como el propio Gadamer subraya siempre, por los grandes románticos alemanes, que vieron con profundidad que la comprensión y la interpretación no aparecen sólo a propósito de manifestaciones vitales fijadas por escrito ("textos"), sino que afectan a la relación general de los seres humanos entre sí y con el mundo.

Desde esta posición de fondo Gadamer ha roturado durante largas décadas las condiciones de nuestra comprensión del Otro y de lo Otro, el sentido de la traducción y del diálogo, la idea de Europa como el espacio de una diversidad que obliga a los europeos a vivir aprendiendo los unos de los otros, la naturaleza del poema y de la obra de arte o el territorio de la razón práctica. Pero, sobre todo, la noción y la realidad misma de la tradición, de ese momento de aceptación de lo tradicional en que se basa de hecho la vida social y la continuidad de la historia. Nada más representativo, pues, del quehacer gadameriano "puesto en obra" que los textos reunidos en el volumen Poesía y diálogo.

Hülderlin, Stefan George, Celan y Rilke son algunos de los nombres que llenan sus páginas lúcidas e incitantes. Aunque tal vez sea el ajuste de cuentas gadameriano con un problema central del arte contemporáneo lo que hace de ellas algo más que brillantes aportaciones "menores": ¿puede satisfacer el arte todavía, frente a lo que pensaba Hegel, las necesidades espirituales de nuestra época? Gadamer es consciente, desde luego, de la imposibilidad actual de asumir las obras de arte como unidades orgánicas, como totalidades articuladas cargadas de un sentido pleno y compacto. Pero no por ello deja de argumentar otras posibilidades de "sentido". No, ciertamente, unidades plenas de sentido que hoy serían ficticias, ni una unidad que vaya más allá de esa "unidad en la descomposición" de la que habla Adorno, sino sentidos que, desde esa consciencia de la fragmentación que es nuestro destino, marquen "direcciones": "el sentido" -leemos en uno de los capítulos centrales de Poema y diálogo- "no es esa totalidad disponible, sobre la que siempre hemos estado de acuerdo, un mundo de sentido más allá de la realidad, el otro mundo platónico, que, desde Nietzsche, ya no debería existir. El sentido es, como la lengua nos enseña, dirección. Se mira en una dirección, al igual que las agujas del reloj se mueven en un sentido determinado... El poema que comprendemos y cuyo testimonio nunca se agota, y el diálogo en que nos encontramos y que, como diálogo infinito del alma consigo misma, no llega nunca a su término, son formas de esa concepción de sentido".

El problema que Vattimo propone a los colaboradores de Filosofía y poesía apunta, por su parte, al fondo mismo del enfoque gadameriano, a sus presupuestos y a los laberintos que abre. Si la experiencia estética es experiencia verdadera, que transforma quien la experimenta, si su justificación no puede ser, en consecuencia, puramente teórica, ni su interés meramente "desinteresado", como quería Kant, ¿qué relación hay entre lo verdadero que experimentamos en la obra de arte y lo verdadero que perseguimos con la argumentación? Lo que nos lleva al viejo empeño de búsqueda de un concepto de verdad más originario y radical que el defendido por el pensamiento objetivante. Una búsqueda que estas páginas hacen avanzar, sí. Pero la respuesta final, si es que la hay, aún queda lejos.